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El Gobierno recompone las alianzas con sus socios: salva el paquete fiscal y allana el camino de los presupuestos

Uno ya nunca sabe cuándo está viendo el informativo de las tres y cuándo el club de la comedia

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“Hay quien solo cuando le adelantan descubre que participaba en una carrera”.

Se puede estar solo y a la vez mal acompañado. Se pueden dar pasos hacia atrás intentando hacer ver que se avanza, en lugar de retroceder, en ocasiones, hacia la peor versión de uno mismo. Se le puede vender el alma al diablo mientras se agita una bandera. Y se puede ir, como lo hace un personaje de Las mil y una noches, subido a un tigre que te haga sentirte poderoso y, a la vez, ser consciente de que estás atado a él, porque si te bajas es a ti a quien va a devorar. Algo de todo eso le ocurre al Partido Popular en manos de Pablo Casado, un coronel que no tiene quien le escriba pero al que le corrige los discursos la ultraderecha y que ve cómo hasta los suyos lo amenazan, porque un verso suelto es como una manguera de la que perdió el control el jardinero y que da latigazos en el aire por la presión del agua, empapando a cualquiera que se acerque a tratar de domarla. O sea, Isabel Díaz Ayuso, de la que su secretario general, a estas alturas, ya no debe saber si es su mejor baza o su peor amenaza, por decirlo con rima.

El tema político del momento son los indultos, y al margen de lo que cada cual pueda legítimamente pensar de su conveniencia o no en estos momentos, lo cierto es que Casado, otra vez, va en dirección contraria, con Vox de copiloto y Ciudadanos en el asiento de atrás. Los tres han vuelto a la plaza de Colón a descubrir América y a ponerse en posición de firmes ante la Historia, pero con demasiada gente dándoles la espalda. Los números dicen que si hace un mes los españoles contrarios al indulto que planea el Gobierno a los condenados por el referéndum y la declaración de independencia ilegales en Cataluña eran el 67%, ahora son el 53%. Las encuestas dicen que hoy en día más del 70% de los catalanes los secundan, es decir, también la mitad de los soberanistas. O si queremos que todo se quede en casa, las cifras dicen que Mariano Rajoy reunió cuatro millones de firmas contra el Estatut y su sucesor se ha quedado en trescientas mil ahora. El delfín se ha quedado en sardina. Y por lo demás, ni los empresarios ni los obispos le siguen el juego, todos ellos se han inclinado por dar por buena la medida de gracia que ayude a suavizar el conflicto en sintonía con el célebre modelo de la Transición, que tanto alaban los mismos que se niegan a seguirlo, y que por otra parte no elimina los delitos castigados y mantiene bajo la lupa de la Justicia a quienes los cometieron. Los implicados lo saben bien aunque, de puertas para fuera, sigan mostrándose amenazantes y retadores.

La oposición frontal del PP tiene varios problemas. El primero de ellos es que, aparte de todo lo demás, el indulto llega avalado por el Parlamento de manera holgada y deberían entender que establecer mayorías no sólo es legítimo cuando sirve para que ellos gobiernen en Madrid o en Andalucía, aunque sea a costa de recibir el abrazo del oso de Vox, que luego les exige canalladas como eliminar los programas de igualdad o aplicarle mano dura a la inmigración. Cuando Díaz Ayuso le pide al rey que no firme los indultos al llegar a su mesa, lo que le está sugiriendo es que se salte la ley, la Constitución y la propia democracia, dado que en España no puede tomar una decisión política quien no ha sido elegido por las y los ciudadanos. Ni siquiera su padre, el ahora monarca emérito, cayó en la trampa cuando los mismos reaccionarios con otros apellidos le exigieron que no firmara la ley que permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo y se basaban en lo que hizo Balduino de Bélgica para no tener que avalar la del aborto en su país: hizo una charlotada consistente en dejarse inhabilitar hasta que acabara el proceso, algo que en ciertos medios se le ha sugerido también a Felipe VI. “Yo soy el rey de España, no el de Bélgica”, respondió entonces Juan Carlos I a los periodistas que le preguntaron qué pensaba hacer.

El segundo problema del PP y su sombra ultra es que mienten cuando siguen insistiendo en que Puigdemont y compañía dieron un golpe de Estado, a pesar de que la sentencia del Tribunal Supremo desestima esa posibilidad, y también al insistir una y otra vez en que no hay arrepentimiento sino reincidencia en los cabecillas del procés. El artículo o carta pública de Oriol Junqueras en el que renuncia de manera innegable a la vía unilateral, lo cual todos sabemos que implica una aceptación clara de que su república independiente no va a existir, lo prueba a las claras. Y desde luego es mucho más de lo que hicieron los promotores del 23-F, que jamás pidieron perdón, o los encarcelados por el GAL, que nunca dejaron de negar que tuviesen siquiera conocimiento de la existencia de aquella organización.

Mala persona

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El tercer problema es que tampoco dicen la verdad cuando sostienen que los indultos son el pago que hace el presidente Sánchez a cambio de agotar la legislatura, porque esta no corre ningún riesgo por ese lado, sí tal vez por otros relacionados con la economía y con el uso que se dé a los fondos que lleguen de la Unión Europea. Con los Presupuestos aprobados y sin ninguna mayoría alternativa en el Congreso, salvo la que podrían formar las tres derechas con los propios independentistas, algo inverosímil, La Moncloa no cambiará de manos mediante una moción de censura.

Finalmente, cabe hacer una pregunta más: ¿qué ofrece el PP para Cataluña? ¿Más mano dura? ¿Repetir lo que hicieron cuando gobernaban? Mal asunto, porque resulta que es con ellos al mando con quienes se multiplicó el numero de partidarios de la secesión —no es una casualidad que hiciera fortuna el dicho de que “la sede del PP es una fábrica de independentistas”—; fue a ellos a quienes les celebraron un referéndum que alardeaban de que jamás iba a celebrarse y que dejó en ridículo al Gobierno, al Ministerio del Interior, a su titular y a los servicios de información; también fue a ellos a quienes les hicieron una declaración de independencia, aunque fuese de treinta y ocho segundos, y a quienes se les escapó Carles Puigdemont a Bélgica. Están como para dar lecciones.

Si la única solución que plantea el PP es que el rey de España se disfrace del rey de Bélgica, apaga y vámonos, porque ya no sabe uno cuándo tiene sintonizado el informativo de las tres y cuándo tiene puesto el club de la comedia. Y mientras, por todas las razones que se desgranaban al comienzo de este artículo, sus socios por un lado y algunos de los suyos por el otro, se preparan para quitarle el sitio. Hay quien sólo cuando le adelantan descubre que participaba en una carrera.

“Hay quien solo cuando le adelantan descubre que participaba en una carrera”.

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