Añoro los análisis contundentes de los ciberutópicos que nos anunciaron la revolución a golpe de tuits, teléfonos móviles, "periodismo" ciudadano, redes articuladas en Facebook y sofactivismo. Tan locuaces entonces, cuando comenzó la llamada Primavera Árabe, y ahora no dicen nada. Deben estar vacacionando o simplemente atónitos y mudos ante la aplastante evidencia de los hechos.
No, no era libertad de expresión ni deseos de democracia a la occidental lo que querían los egipcios. En cuanto pudieron votaron a los Hermanos Musulmanes, que allí llaman "los barbudos". Los que luego quisieron imponer la Sharía y recortar derechos a las mujeres. Pero también los mismos que proporcionan unos mínimos servicios de salud y educación a través de las muy analógicas redes sociales que se forman entorno a las mezquitas.
No, no fueron los jóvenes universitarios ilustrados y abiertos de Tahrir quienes derrocaron a Mubarak. Y menos aún a través de las redes de Internet (voy a tratar, por respeto a la tradición sociológica, que esas redes no se apropien del adjetivo"sociales"). Fue el ejército quien retiró su apoyo al anciano, rechazando a su hijo y heredero. El mismo ejército que luego convocó elecciones, admitió la victoria de Morsi y los barbudos, dio un golpe cuando no le gustaron las medidas del nuevo gobierno y reprime en estos días las protestas brutalmente. Ahora que los vemos correr delante de los militares o poblar las morgues de El Cairo, ya no nos producen la misma simpatía que sus compatriotas de la Plaza de Tahrir de la Primavera, porque éstos nos parecen fundamentalistas, machistas, primitivos, terroristas en potencia. Y por eso –y porque ellos escriben en árabe– sus conversaciones y convocatorias en Internet, y sus teléfonos móviles, no nos parecen revolucionarios sino reaccionarios y peligrosos.
No, no es la espontaneidad ni la pretendida inteligencia de las multitudes que concurren en la red lo que encendió la mecha de las protestas. Eso pudo ayudar, aunque yo me fío más de los investigadores que han descrito la influencia de Al Jazeera, el canal informativo de referencia en el mundo árabe. Fue la decadencia vital y política de Mubarak, la ausencia de servicios públicos, el cobro sistemático de mordidas por todo y el desempleo insoportable.
No, no era una masa pacífica armada solo con sus móviles la que hacía la revolución. Solo quienes estén dispuestos a que los encierren, o a que los maten, o a matar ellos mismos, pueden poner en dificultades a un poder armado superior al suyo. Por eso, Egipto está al borde de la guerra civil. Y quieran Dios y Alá que los aliados occidentales no se unan a los militares represores y los aliados musulmanes a los barbudos reprimidos... En esa pelea con fusiles, lacrimógenos, toque de queda y barricadas urbanas, Twitter y Facebook resultan sencillamente cómicos.
Leo estos días dos libros que recomiendo a mis amigos ciberutópicos muchos y buenos (lo cortés no quita lo valiente). Uno es Conectados por la cultura, del biólogo Mark Pagel, una vibrantre "historia natural de la civilización". Otra manera mucho más realista, universal y atemporal de entender las redes sociales, las de siempre, las de verdad. Y leo también otra obrita más liviana, de B.J. Mendelson, un ex consultor de marketing en internet, converso y sincero, cuyo título lo dice todo: Social Media is Bullshit.
Añoro los análisis contundentes de los ciberutópicos que nos anunciaron la revolución a golpe de tuits, teléfonos móviles, "periodismo" ciudadano, redes articuladas en Facebook y sofactivismo. Tan locuaces entonces, cuando comenzó la llamada Primavera Árabe, y ahora no dicen nada. Deben estar vacacionando o simplemente atónitos y mudos ante la aplastante evidencia de los hechos.