Podemos sale y no es un drama

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Hace tiempo que con las rupturas de Podemos es mejor dejar pasar unas horas para comprobar los efectos reales. El high, agitar la euforia del momentum, es marca identitaria de un partido nacido y crecido bajo los golpes de efecto. No es 2014, tampoco 2019 y la búsqueda del impacto cada vez dura menos. Por su desgaste, por la estrechez de los cinco escaños pero sobre todo, porque este gobierno tiene múltiples apoyos. Todos son necesarios y ninguno puede permitirse romper la baraja. Es un equilibrio casi virtuoso.

Salvo un Junts recién llegado ondeando la amnistía, no caben los excesos de protagonismo por mero interés personal o el placer de patear el tablero. Es un gobierno nacido como reacción a la extrema derecha, de la oportunidad de reeditar otra legislatura de políticas progresistas evitando los errores de la anterior. Y en esto, Podemos, tiene el margen que tiene. Cinco escaños, ni más, ni menos. Otro partido en la mesa de negociación no significa tener carta de naturaleza para la inestabilidad. ¿Qué votante de ese espacio lo admitiría? 

La ruptura se ha adelantado pero ambas inercias y estrategias venían de atrás. Yolanda Díaz decidió hace tiempo borrar al Podemos-partido, desactivar a la cúpula de Pablo Iglesias mientras ha ido absorbiendo su capital político. Hay decenas de nombres, desde Nacho Álvarez (y una posible vuelta en el medio plazo), María Eugenia Rodríguez Palop o el reciente fichaje de Noelia Vera. Una decisión arriesgada basada en la determinación de eliminar en lo posible el conflicto dentro de la coalición. La elección de los ministros y ministras responde a cinco perfiles de excelencia dentro del espacio. No generan fricciones, no desatan la ira de la derecha en un momento donde blanden las antorchas en la calle, son marcadamente de izquierdas y sus curriculums hablan por sí solos. Díaz ha elegido la paz a la guerra y ésta pasaba por no contar con Podemos. El resultado también tiene un coste, controlar 26 escaños en lugar de 31. 

Pero estaba escrito. Podemos entró a rastras en la coalición tras desaparecer el 28M en Madrid, Valencia y perder varios gobiernos autonómicos de izquierdas porque se desangraron. De haber ido por libre el 23-J, también podrían haber desaparecido y este gobierno no habría sumado. Es cierto que han vulnerado el acuerdo y su compromiso de mantenerse en Sumar. Pero quitándole peso al último volantazo, en política, la salida al Grupo Mixto no es un drama, ni supone la implosión de la coalición. Tampoco está claro que sea un caso de transfuguismo de manual, salen de una coalición, no de un partido. 

Lo grave no es que Podemos salga, lo es que pretenda hacer oposición y no gobierno. La diferencia con Sumar no es programática, es de poder. Tienen derecho a defender sus siglas pero será una equivocación mortal si lo hacen contra la coalición. Si buscan sobrevivir siendo el ariete contra el ejecutivo y un instrumento al servicio de Pablo Iglesias.

Lo grave no es que Podemos salga, lo es que pretenda hacer oposición y no gobierno. La diferencia con Sumar no es programática, es de poder.

Pasada la noticia en caliente, todo apunta a que la salida al Grupo Mixto no va a generar especial inestabilidad. El Ejecutivo ya negoció con los morados durante cuatro años. Serán una mesa más en la sala de máquinas de Sánchez sin ser la más compleja, ni debería ser la más imprevisible. Los morados pueden tener la tentación de tumbar leyes progresistas, de repetir el ‘no’ de ERC a la reforma laboral, pero ¿Cuántas veces pueden votar junto al PP y Vox? Tienen los mismos votos que el PNV, cinco escaños, pero no tienen la misma capacidad de juego político. 

El Grupo Mixto da para poco aunque será bastante más de lo que tenían en Sumar. Sin hueco en la dirección, sin portavocías, sin capacidad de iniciativa parlamentaria. La idea de formar un eje de izquierdas con ERC y Bildu puede funcionar sin los fuegos de artificio de Podemos. Ambas formaciones están sumidas en su propia lógica territorial y electoral, ambos negocian con Sánchez contrapartidas distintas a las de Podemos y no harán sufrir al ejecutivo por reforzar a los morados. 

La dinámica del ‘cuánto peor, mejor’ no sirve para mejorar la política, la convivencia, ni la vida de la gente. El altavoz agitador debía servir para hacerse con el BOE y no despreciarlo. Desde el último año, Podemos está haciendo más daño a la izquierda que al gobierno. Fundamentalmente, el Podemos de Iglesias. Habrá momentos para valorar el valioso legado que ha dejado en la política española, pero no es este. El Podemos del fundador es cada vez más parecido a aquello contra lo que nacieron. El espejo de una Izquierda Unida envejecida en 2014, aferrada a sus cargos y a la pureza del programa, en sus propias palabras, un partido de “cenizos”, “gruñones” e “incapaces de funcionar electoralmente”. Un partido empeñado en estresar a su electorado con la amenaza permanente de dejarlo caer todo, instalados en la inmolación política. Más valdría que los cinco escaños se despeguen de esta dinámica y desplieguen la astucia política bien entendida de la que fueron capaces en otras épocas. Los partidos desaparecen cuando son incapaces de explicar para qué son útiles. Este es el problema actual de Podemos y no Yolanda Díaz.

Hace tiempo que con las rupturas de Podemos es mejor dejar pasar unas horas para comprobar los efectos reales. El high, agitar la euforia del momentum, es marca identitaria de un partido nacido y crecido bajo los golpes de efecto. No es 2014, tampoco 2019 y la búsqueda del impacto cada vez dura menos. Por su desgaste, por la estrechez de los cinco escaños pero sobre todo, porque este gobierno tiene múltiples apoyos. Todos son necesarios y ninguno puede permitirse romper la baraja. Es un equilibrio casi virtuoso.

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