La rotundidad de la victoria de Trump y su vuelta a la Casa Blanca es el mayor movimiento sísmico en el corazón de Europa, un antes y un después. La cuestión más preocupante es si la venganza prometida será contra los demócratas o contra las democracias occidentales. Pueden ser ambas. Si el alineamiento de la primera potencia del mundo libre con las autocracias –los Milei, Le Pen, los Orban– se consolida y se traduce en un despliegue de una acción política autoritaria o queda en un populismo nacionalista de superviviencia de una potencia que pierde el liderazgo en un contexto geopolítico cada vez más hostil. Lo previsible es que también sean ambas. Trump vuelve con toda la fuerza. Con todos los poderes. Georgia Meloni e incluso Víktor Orban tienen el contrapeso de la UE. La victoria presidencial, el Senado, el voto popular y posiblemente la Cámara de Representantes, le da pleno control. Por su manera de ejercerlo, la mutación democrática y la amenaza al orden constitucional es real.
Una mayoría de norteamericanos ha optado por no confiar en los demócratas, en los medios, en la ciencia, en las instituciones e incluso en la democracia como sistema de representación y han abrazado a “un hombre fuerte”, como menciona Lisa Lerer en el Times. Trump ya no es la excepción histriónica del primer mandato. Representa un nuevo establishment, radical, conservador, excluyente, vengativo, dispuesto a hackear la democracia desde dentro con la forma que más les beneficie. Utilizar el poder de la clase media blanca americana para ir de la mano de multimillonarios y grandes corporaciones, con Elon Musk como el artífice y apoyo más inquietante. “Estados Unidos nos ha dado un mandato poderoso”, dijo Trump en West Palm Beach celebrando la victoria. “Gobernaré con un lema simple: Promesas hechas, promesas cumplidas”. Si Trump cumple, será un ‘Dictador por 1 día’, cerrará las fronteras, hará deportaciones masivas, perforará el país de la mano de las petroleras, acosará a las minorías, borrará el legado civil de Biden, con ello, derechos de las mujeres, LGTBi+ y una larguísima lista.
Trump ha utilizado a su favor el miedo a los inmigrantes y a la globalización, una receta que también funciona en Europa
Habrá que analizar con los datos poselectorales cómo Trump ha conseguido conservar el número de votos y ganar terreno estratégico en estados y sectores clave. Harris ha perdido votantes jóvenes (11 puntos menos que Biden), también entre los latinos (reduce la brecha de 33 a 8 puntos), no ha habido voto de castigo de las mujeres –es más, las mujeres blancas han optado por Trump–
y el 57% de los blancos no universitarios optan por el movimiento MAGA, consolida el voto en las zonas rurales, gana entre los independientes y pierde entre las élites urbanitas. La diferencia de votos es abrumadora, si en 2016 Clinton tuvo tres millones más de votos, Trump supera a Harris en más de cinco millones. La brecha mayor es el voto Biden-Harris, 17 millones de norteamericanos han dejado de votar al Partido Demócrata en 2024 respecto a 2020.
Ambas citas y ambos mandatos comparten la economía y la insatisfacción por el impacto de la revolución tecnológica como razón de fondo. Pero no es la economía financiera, es la desigualdad. Estados Unidos es un país cada vez más roto, con unas clases medias sin ascensor social, incapaces de llegar a fin de mes o pagar un seguro médico. Trump ha utilizado a su favor el miedo a los inmigrantes y a la globalización, una receta que también funciona en Europa. ‘You can´t eat democracy', escriben quienes contraponen democracias y desarrollo. La democracia no se come pero la ausencia de democracia sí te puede comer a ti. Las recetas de Trump no corrigen la desigualdad. No lo hicieron en 2016 y no lo harán ahora. Cuando por fin se hablaba de tener tarjeta sanitaria o un salario mínimo, ahora es una agenda desaparecida. Se impone que cada americano se busque la vida, con sus medios y por cualquier fin.
Trump va a alterar el orden geopolítico, el estado de guerra que describe es posible que se perpetúe en la convivencia del país. Si le ha funcionado en campaña, si las urnas han marcado su vuelta con tal contundencia, el fondo y sus formas llegan para quedarse. No ganan las democracias, solo gana Trump. Ahora tendrá que hacer concesiones a quienes le han aupado, movimientos de extrema derecha, evangelistas y grupos ultras. Igual que el aviso de su vuelta confirma que Trump ya no es una excepción, la amenaza democrática tampoco lo es.
La rotundidad de la victoria de Trump y su vuelta a la Casa Blanca es el mayor movimiento sísmico en el corazón de Europa, un antes y un después. La cuestión más preocupante es si la venganza prometida será contra los demócratas o contra las democracias occidentales. Pueden ser ambas. Si el alineamiento de la primera potencia del mundo libre con las autocracias –los Milei, Le Pen, los Orban– se consolida y se traduce en un despliegue de una acción política autoritaria o queda en un populismo nacionalista de superviviencia de una potencia que pierde el liderazgo en un contexto geopolítico cada vez más hostil. Lo previsible es que también sean ambas. Trump vuelve con toda la fuerza. Con todos los poderes. Georgia Meloni e incluso Víktor Orban tienen el contrapeso de la UE. La victoria presidencial, el Senado, el voto popular y posiblemente la Cámara de Representantes, le da pleno control. Por su manera de ejercerlo, la mutación democrática y la amenaza al orden constitucional es real.