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Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

Si hay que volver a votar, se va

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Entre los factores que condicionan el bloqueo político hay uno que debería sorprendernos (e irritarnos) en una democracia tan joven (treintañera) como la española: la unanimidad con la que los principales partidos (nuevos o viejos) desprecian o demonizan la posibilidad de tener que celebrar elecciones generales por tercera vez en un año. Es una obviedad, reflejada en todas las encuestas, que la mayoría de los ciudadanos reclama acuerdos que posibiliten un gobierno antes que volver a pasar por las urnas. Muy bien. Pero eso no significa que a cada uno de los votantes le sea indiferente la identidad de ese gobierno o el contenido del pacto que lo sustente.

En este país cultivamos históricamente cierta tendencia a la dramatización, al ultimátum, al blanco o negro, al ahora o nunca... No sé si más o menos que otros pueblos. Lo cierto es que, examinado con alguna perspectiva, fue disparatado que todos los candidatos durante la campaña del 26-J manifestaran rotundamente que no habría terceras elecciones en ningún caso. Lo hicieron además sin plantear paralelamente un compromiso claro sobre pactos o coaliciones: con quién y sobre qué bases mínimas de programa estaba cada cual dispuesto a acordar la formación de un gobierno que evitara esas "imposibles" terceras elecciones. Si finalmente volvemos a las urnas, la subida de la abstención tendrá mucho que ver con ese absoluto consenso a la hora de alimentar la frustración de los votantes, el descrédito de la participación electoral y su utilidad.

Ya hemos criticado aquí el desparpajo con el que grandes plataformas mediáticas han presionado a la opinión pública mediante encuestas cuyas preguntas buscaban descaradamente una sola respuesta: la abstención del PSOE para facilitar la continuidad de un gobierno del PP. Cuando aparece un sondeo que formula los interrogantes respetando la inteligencia del encuestado y su capacidad de elegir sobre distintas opciones, resulta que las respuestas dejan en evidencia aquel ejercicio de manipulación. Como podía suponerse desde una mínima fe en el sentido común, el último sondeo de MyWord para la Cadena SER sostiene que la mayoría de los votantes del PSOE prefiere ir a unas terceras elecciones antes de que su partido facilite la continuidad del PP en el Gobierno. Del mismo modo que una mayoría de votantes del PP se inclina por unas terceras elecciones si para salir del bloqueo tiene que dimitir Rajoy o pactar con partidos nacionalistas. Y de la misma forma que la opción de gobierno preferida por una mayoría de electores es la de PSOE con apoyo de Unidos Podemos y grupos nacionalistas. Todo bastante lógico, incluido el pronóstico de que la repetición de elecciones registraría nueve puntos más de abstención y dibujaría una fragmentación parlamentaria muy similar a la actual.

La realidad del multipartidismo

Ha dado una clave fundamental el ex primer ministro belga Yves Leterme, que estuvo 541 días en funciones: "aprender la nueva realidad del multipartidismo lleva tiempo" en un país acostumbrado a tres décadas de bipartidismo casi turnista. Tiempo para que el PP asuma que no es sostenible la impunidad política de Mariano Rajoy sobre el cenagal de corrupción que ahoga al partido que preside. Tiempo para que ese mismo partido acepte la diferencia entre tener mayoría absoluta y ser la minoría más votada. Tiempo para que PSOE y Podemos superen la desconfianza marmórea que les hace percibirse mutuamente como el principal adversario a batir. Tiempo para que el PSOE resuelva su profunda crisis de liderazgo, que se suma a la desorientación de la socialdemocracia europea y a esa especie de rechazo generacional que amenaza con dejarlo compitiendo con el PP por el voto de la tercera edad y de los núcleos rurales. Tiempo para que Podemos dilucide si su tenso y sonoro debate interno se debe a inmadurez existencial o a envejecimiento prematuro; si lo que pesa son diferencias de estrategia y objetivos políticos o batallas personalistas por el poder orgánico. Tiempo para que Ciudadanos demuestre si tiene alguna idea propia para España o su principal rasgo diferencial consiste en actuar como muleta de PP o PSOE con tal de garantizar su propia existencia y los intereses de las élites económicas, cumpliendo la misión de impedir un gobierno de progreso dispuesto a intentar un nuevo marco de entendimiento con los nacionalistas. Si fuera cierto que la prioridad de Rivera es la gobernabilidad, tiene fácil demostrarlo sentándose con PSOE y Podemos sin líneas rojas, con la disposición de conformar la mayoría de cambio que le vienen reclamando desde Recortes Cero, Izquierda Abierta, intelectuales, activistas y ciudadanos comunes de distintas afinidades políticas.

Quienes con más fervor se han apuntado a la demonización de unas terceras elecciones argumentan precisamente que no hay tiempo. Llevan un año advirtiendo de todo tipo de catástrofes económicas (inmediatas) si se prolonga la interinidad política. Es obvio que una incertidumbre indefinida no favorece la solidez del progreso económico. Pero ya basta de asustar con el fantasma de una nueva recesión causada por la falta de un gobierno estable. Desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su último informe hasta diferentes gabinetes de estudios de la banca lo niegan. Unos corrigen al alza sus previsiones de crecimiento para España y otros sostienen que, tanto para bien como para mal, los fundamentos de la evolución económica dependen sobre todo de factores internacionales y globales. Asombra precisamente la ausencia de debate político sobre los efectos de la pérdida de soberanía o sobre los márgenes de actuación del Estado respecto a las autoridades de Bruselas, Francfort o Berlín.

En todo caso es vergonzosa la amenaza constante desde el Gobierno sobre la supuesta imposibilidad de actualizar las pensiones o de subir el sueldo a los funcionarios. La prórroga de los Presupuestos permite ambas medidas y así lo avala el Tribunal Constitucional. Los contactos abiertos desde el Gobierno con PSOE y con Ciudadanos, conocidos este miércoles, demuestran por otra parte que sería posible desbloquear la gobernabilidad desde el Parlamento si hay voluntad política para hacerlo. Del mismo modo que se pretende pactar el déficit de las comunidades autónomas, la renovación de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) o una reforma del Impuesto de Sociedades, cabría acordar medidas concretas contra la desigualdad o la precariedad en el empleo, tan urgentes como aquellas o más. El Parlamento no está en funciones, y de hecho si algo han dictado las urnas en dos ocasiones es la conformación de un Congreso multipartidista en el que los representantes políticos tienen "la obligación de resolver problemas, no crearlos", como dice el citado Leterme.

Rechacemos la obscena agitación del miedo y elevemos los niveles de exigencia democrática, cada cual en su ámbito. La pregunta no es si preferimos que se forme gobierno (cualquier gobierno) o repetir elecciones. La cuestión es si resulta posible formar un gobierno con suficiente respaldo parlamentario y no forzado por las presiones de poderes no elegidos. Si eso no es posible, entonces habrá que volver a las urnas. (Tampoco hace tanto tiempo que en España adquirimos esta maravillosa costumbre).

P.D. Al abanico de fuerzas progresistas debería preocuparles la conformista alegría con la que Rajoy se refiere ahora a la posibilidad de terceras elecciones: "Si hay que ir, se va", proclamó este miércoles en un mitin en Lugo, convencido de que vencerá el PP "con muchos más votos". 

Entre los factores que condicionan el bloqueo político hay uno que debería sorprendernos (e irritarnos) en una democracia tan joven (treintañera) como la española: la unanimidad con la que los principales partidos (nuevos o viejos) desprecian o demonizan la posibilidad de tener que celebrar elecciones generales por tercera vez en un año. Es una obviedad, reflejada en todas las encuestas, que la mayoría de los ciudadanos reclama acuerdos que posibiliten un gobierno antes que volver a pasar por las urnas. Muy bien. Pero eso no significa que a cada uno de los votantes le sea indiferente la identidad de ese gobierno o el contenido del pacto que lo sustente.

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