Con la reaparición pública de Puigdemont, empezamos a conocer de primera mano sus exigencias iniciales para dar su apoyo a un gobierno presidido por Pedro Sánchez. Cabe suponer que se trata de posiciones públicas que buscan arrancar la negociación desde más allá de las máximas aspiraciones posibles. El interrogante estará en saber, posteriormente, hasta dónde estarán dispuestos a rebajar sus pretensiones antes de forzar una repetición electoral, una cita con las urnas en la que tendrían poco que avanzar, según muestran las encuestas.
Al PSOE y a Sumar les espera una auténtica DANA política entre la campaña destructiva, especulativa e imaginaria de la derecha y las proclamaciones grandilocuentes de los independentistas pretendiendo colocar entre la espada y la pared a Pedro Sánchez y a Yolanda Díaz. Sin embargo, la realidad es que existirá, igual que ha sucedido ahora, una negociación subterránea, dura y enrevesada de la que difícilmente conoceremos los detalles previos a llegar al desenlace. Hasta ese momento, el mejor consejo para sobrevivir al temporal es el de sacar el paraguas y protegerse de todas las falsedades e invenciones que van a promover aquellos que buscan hacer crecer la tensión social y extender el miedo de los españoles ante unas supuestas desgracias que, como siempre, no van a llegar.
Lo que nos jugamos
Estamos más que acostumbrados a vivir inmersos en convulsiones que se suceden sin pausa. En muchos casos, se trata de encendidas polémicas donde la confrontación es la base dominante. Luego, la mayor parte de las veces, aquello en lo que parecía que nos jugábamos la vida desaparece de un día a otro del foco mediático y todos nos olvidamos del asunto. Sin embargo, esta vez sí que parece que hablamos de temas trascendentes. Toca determinar si tenemos cuatro años más de gobierno progresista o si repetimos las elecciones.
La formación del nuevo gobierno, como todos sabemos de sobra, va a necesitar un especial esfuerzo de negociación que presenta significativos escollos. A favor, contamos con la voluntad manifestada en las urnas de que existe una significativa mayoría social que, pese a que Feijóo no termine de asumirlo, no desea que este país pase a ser administrado por una derecha condenada por la influencia de una ultraderecha que aspira a tener el máximo protagonismo posible en el presente y futuro de España.
Destruir la posibilidad de acuerdo
En contra, hay que contar con la dificultad que supone engarzar los diferentes intereses de partidos que deben decidir si desean imponer sus objetivos particulares o si están dispuestos a colaborar en una estrategia común. O el bloqueo o una alternativa centrada en políticas de progreso y en la defensa de un modelo de convivencia para toda España basado en la diversidad, la pluralidad y la apertura de miras. Simultáneamente, el otro gran problema va a ser la intensa actividad destructiva que la derecha y su ejército mediático van a desencadenar para destruir cualquier intento de acuerdo por este camino.
Para los ciudadanos, lo peor que van a tener estas semanas es lo difícil que va a resultar conocer la verdad de lo que está ocurriendo. El ruido va a ser ensordecedor. Cada día, nos van a anunciar el cataclismo al que se supone que se ve abocada España. No se va a encontrar límite para los calificativos hiperbólicos. En realidad, será más de lo mismo que llevamos escuchando desde hace casi cuarenta años cada vez que ha existido un gobierno socialista que busca un acuerdo con los partidos nacionalistas.
La formación del nuevo gobierno, como todos sabemos de sobra, va a necesitar un especial esfuerzo de negociación que presenta significativos escollos
El doble rasero en la negociación
Es sorprendente la hipocresía manifiesta que exhibe sin pudor la derecha en nuestro país a la hora de valorar los acuerdos de los partidos minoritarios cuando apoyan al PP o al PSOE. Si el apoyo es al PP, nos inundan con discursos de estabilidad y de responsabilidad política, da igual que venga de Vox, del PNV o de los nacionalistas catalanes. Si el acuerdo es del PSOE, bien sea con partidos a su izquierda o con otras formaciones periféricas, el discurso dominante nos habla de chantajes, genuflexión y cesiones que, supuestamente, siempre acaban con la anunciada destrucción de España.
Puede entenderse que, por puro desconocimiento, haya jóvenes a los que les preocupe la posibilidad de que España se rompa, pero no resulta lógico que alguien con más camino a las espaldas pueda creerlo sinceramente. Llevamos desde 1989 escuchando siempre la misma amenaza de la derecha, la de que es inminente la voluntad de los socialistas de deshacer nuestro país. Nunca ha ocurrido, evidentemente. Nunca jamás un gobierno de izquierdas ha dado paso alguno que modifique nuestro modelo territorial. Jamás se ha producido, porque jamás ha estado en juego. Y ahora tampoco.
Aunque se quiera, no se puede
Hay que ser manifiestamente malintencionado para acusar al PSOE de estar dispuesto a romper España. Y hay que ser obstinadamente inocente para creerlo. Sobre todo, porque hay una razón de peso indiscutible, que debería cortar por completo cualquier discusión. El PSOE no está dispuesto a dejar de defender la unidad de España por dos motivos. Uno, porque ni sus dirigentes, ni sus militantes, ni sus votantes lo desean. Y, en segundo lugar, porque si todos ellos quisieran hacerlo no podrían llevarlo a cabo. La Constitución española acoraza la unidad territorial de nuestro país. Únicamente, si un día el PSOE y el PP deciden conjuntamente disolver España podría empezar a hablarse del asunto. Y esto no lo vamos a ver.
La experiencia vivida a la hora de hablar de negociaciones de ambos partidos con los grupos nacionalistas presenta un balance claro. El Partido Popular ha hecho históricamente más cesiones a los partidos con los que ha necesitado pactar que el PSOE. Es una lástima que no se conozca públicamente lo que la actual dirección de los populares está llegando a plantear al PNV y a Junts para recabar su apoyo. Su problema, en la actual coyuntura, no es su rechazo a ceder en una negociación. Su dificultad insalvable es la alianza inquebrantable con una ultraderecha que, sin rubor alguno, defiende la eliminación del actual modelo autonómico mientras cogobierna con el PP en cinco comunidades. Ningún partido nacionalista querrá, de ninguna manera, formar parte de esa familia.
P.D. Mientras tanto, Núñez Feijóo mantiene su gira de manifestaciones públicas explicando a los ciudadanos el intrincado fenómeno de ocultismo político que implica que, pese a haber ganado abrumadoramente las elecciones, no se convierta en presidente de forma automática. Habrá que ver cómo la presidenta del Congreso le da la noticia de que ha perdido su ansiada investidura, cuando toque votarla a finales de mes.
Con la reaparición pública de Puigdemont, empezamos a conocer de primera mano sus exigencias iniciales para dar su apoyo a un gobierno presidido por Pedro Sánchez. Cabe suponer que se trata de posiciones públicas que buscan arrancar la negociación desde más allá de las máximas aspiraciones posibles. El interrogante estará en saber, posteriormente, hasta dónde estarán dispuestos a rebajar sus pretensiones antes de forzar una repetición electoral, una cita con las urnas en la que tendrían poco que avanzar, según muestran las encuestas.