Que haya elecciones el 10 de noviembre lo decidirá Unidas Podemos favoreciendo o bloqueando la investidura de Pedro Sánchez, como ya lo hizo en 2016 y en julio pasado. Al Partido Socialista le corresponde la responsabilidad de conseguir convencerles de que le apoyen. Si no se consigue el acuerdo, será el PSOE el que ha fracasado. UP también tendrá que asumir su fracaso de no haber podido ver hecho realidad su deseo de contribuir activamente a la gobernabilidad del país. Finalmente, los auténticos perjudicados si no hay acuerdo no serán los partidos. Lo seremos los millones de ciudadanos que creemos que España necesita ahora tener un gobierno progresista.
¿Qué piensan realmente los dirigentes de ambas formaciones? Estoy rotundamente convencido de que las cúpulas de UP y PSOE no quieren elecciones como su primera opción. El problema principal es que los dos partidos están absolutamente convencidos también de que el otro quiere elecciones, como única alternativa, si no obtiene lo que pretende imponer. Que existe un gravísimo problema de desconfianza es conocido de todos.
Razones de una y otra parte sobran en sus explicaciones. Ahora bien, en contra de lo que pudiera parecer cuando los escuchas, hay que dejar claro que la desconfianza no es una enfermedad intratable. Es dolorosa y puede agudizarse si no se le pone remedio, pero también puede vencerse. Necesita tratamiento y, sobre todo, requiere la firme voluntad del paciente en seguir las indicaciones para su curación. La desconfianza se alivia con transparencia, con moderación en el trato y con acercamientos amistosos que vayan debilitando la barrera del rechazo. Tampoco es muy grave, si sólo existe ese problema. La preocupación seria surge cuando la enfermedad coincide con otros males que pueden crear complicaciones que acaben por generar un proceso de deterioro irreversible.
Esta es la amenaza real que sobrevuela las tensas relaciones entre PSOE y UP. Además de la manifiesta desconfianza mutua, existen dos brotes de conflicto a los que se presta poca atención mediática. El primero tiene que ver con elementos puramente irracionales. Los dirigentes de los dos partidos no tienen la más mínima duda sobre que su adversario anida sentimientos de rencor profundos hacia ellos. Los líderes de UP se quejan de que los socialistas les tratan con total displicencia y que pretenden humillarles públicamente. Los del PSOE jurarían con rotundidad que en Podemos subsiste un desprecio absoluto por ellos y una profunda obsesión por destruirles. Esta recíproca tensión emocional se fundamenta en la justificación de que actúan siempre en defensa propia, sin reconocer jamás agresividad alguna en su propio comportamiento inicial. Todo el lenguaje descalificador o insultante se entiende siempre como reacción defensiva ante un ataque supuestamente sufrido con anterioridad. Bajo esta lógica, el problema nunca tendrá solución. Los dos se atacarán eternamente porque sienten que se defienden de los golpes previos de su rival. A estas alturas resulta imposible y absolutamente inútil descubrir cómo empezó este círculo vicioso.
Un segundo problema impide aplicar medidas que contribuyan a la mejora del estado de salud. Se trata de la incomunicación. Es llamativo que, en una época en la que la información circula con mayor intensidad de lo que nunca antes hubiera sido posible, dos organizaciones políticas carezcan de una vía directa, fiable y conciliadora de intercomunicación. Todos los puentes están rotos. Las personas que intentan establecer vías de contacto acaban siendo utilizadas como simples mensajeros de la furia desatada que no se atreven a hacer pública. Casi todos los voluntariosos enlaces acaban dimitiendo de la tortuosa misión. Cuando alguien intenta abrir alguna vía de conexión suele ser tildado de agente enemigo que intenta infiltrarse y se le aísla para evitar posibles contaminaciones.
Con este panorama, todo lo que sucede contribuye a deteriorar aún más las relaciones. Los medios de comunicación tienden a dar encantados amplia cobertura a cualquier atisbo de conflicto. La bronca siempre vende. Para los medios conservadores, esta abierta gresca tiene además un valor añadido en tanto que ayuda a enterrar cualquier posibilidad de recuperación. Las redes sociales y los nuevos modelos propagandísticos han demostrado desde su reciente auge su impresionante capacidad para servir de potenciador del descrédito, la difamación y la ofensa. La que más destaca siempre es la voz más ruidosa.
La desconfianza no es incurable, pero si se complica con la sinrazón pasional y la incomunicación puede convertirse en una enfermedad irreversible.
Que haya elecciones el 10 de noviembre lo decidirá Unidas Podemos favoreciendo o bloqueando la investidura de Pedro Sánchez, como ya lo hizo en 2016 y en julio pasado. Al Partido Socialista le corresponde la responsabilidad de conseguir convencerles de que le apoyen. Si no se consigue el acuerdo, será el PSOE el que ha fracasado. UP también tendrá que asumir su fracaso de no haber podido ver hecho realidad su deseo de contribuir activamente a la gobernabilidad del país. Finalmente, los auténticos perjudicados si no hay acuerdo no serán los partidos. Lo seremos los millones de ciudadanos que creemos que España necesita ahora tener un gobierno progresista.