Los audios de Villarejo en los que se escucha, además de a sus secuaces habituales y a él mismo, a Antonio García Ferreras y Mauricio Casals, altos directivos de Atresmedia, han dado pie a la reapertura de un debate decisivo para cualquier democracia. ¿Cuánta responsabilidad tienen los medios de comunicación en la calidad del debate público y en la limpieza de la política?
No recuerdo en España un ejemplo concreto en el que confluyan tantos elementos, que haya traspasado así las conversaciones informales de periodistas, políticos o académicos hasta protagonizar programas de televisión y radio de máxima audiencia, artículos en prensa e intensos debates en las redes sociales. Todo a la vez.
Bienvenido sea este debate. Es muy necesario, imprescindible, pero ni mucho menos nuevo. La que es relativamente nueva es la democracia española, muy marcada por los 40 años de dictadura franquista y por algunas inercias atávicas (qué decir de los ámbitos de la justicia o la economía) que se resisten a la más mínima transición. En otros casos, algunos poderes, incluso de origen o desarrollo reciente, buscan directamente saltos atrás. La consolidación de la democracia no es un camino lineal. Requiere una defensa permanente y estar siempre en guardia.
“Si tuviera que decidir entre tener gobierno sin prensa o prensa sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo” escribió en 1787 Thomas Jefferson en una carta al soldado Edward Carrington. Ese hermoso concepto, esa defensa cerrada de la libertad de expresión tan bien expresada por uno de los padres de EEUU y que tantos compartimos en su espíritu original, ha sido en demasiadas ocasiones un pretexto simple y barato para la impunidad. Para que entre gobierno sin prensa o prensa sin gobierno, algunos crean que la prensa es la forma más eficaz de suplantar al Gobierno y los poderes democráticos. En vez de dar poder a los lectores, una manera de dar lectores al poder a través de la manipulación de la opinión pública.
En infoLibre hemos informado de los audios con normalidad, como hacemos con todo lo demás. Y nos expresamos con naturalidad explicando lo que pensamos y, sobre todo, razonándolo, explicando por qué, sin escondernos. Es nuestra razón de ser
Como no hay democracia sin prensa libre, cualquier control formal o normativo, incluso cualquier ponderación frente a otros derechos, suele antojarse indeseable. El equilibrio es, efectivamente, complejo. Bajo esa premisa garantista, los que practican el periodismo con arreglo a unos mínimos principios, sin mentir a sabiendas (que es distinto de cometer errores), siendo no ya objetivos sino sobre todo honestos y respetuosos con los hechos, operan en el mismo campo de juego que los mercenarios sin escrúpulos. Y hasta comparten tertulia de igual a igual a pesar de que los primeros juegan con una mano atada a la espalda (la de la mala praxis) frente a los que reparten a dos manos, con guantes de boxeo y la pretensión exclusiva de noquear, jamás de contrastar pareceres. Unos razonan e interpretan hechos y otros esparcen bilis. Y a eso, los anfitriones que lo permiten por audiencia u otros intereses le llaman pluralidad. ¡Menuda pluralidad!
Para los que entienden el debate público como una lucha de bandos, probablemente este artículo se quede en tierra de nadie. Pero en infoLibre tenemos tan poca vocación de rehuir los debates como de rehuir los matices.
Está en juego la democracia. En España ha operado una trama corrupta, llamada policía patriótica o cloacas del Estado, con terminales económicas, políticas, policiales, judiciales y mediáticas. Todas ellas son importantes y el reparto de papeles fue minucioso. No es una trama del Estado sino contra la democracia del Estado. Es decir, contra el Estado mismo, la letra y el espíritu de la Constitución.
Esas prácticas no se circunscriben a una época o color político, pero de la última década y bajo el auspicio del Ministerio del Interior de Jorge Fernández Díaz tenemos sobrados, gravísimos y gráficos ejemplos de todas sus vertientes. Villarejo y sus audios permiten explicarlas todas a la vez, no tanto por lo que diga él (desde luego, no es de fiar) sino por lo que dicen las personas con las que se reunió. Empresas o políticos que se espiaban en busca de información con la que dañar a los rivales, robar o destruir pruebas, supuestos informes policiales que eran en realidad falsos y que servían para desprestigiar en los medios y en los tribunales, donde se eternizaban procesos recalentados en los mismos medios al antojo de los que producían los documentos falsos… Nada de esto es etéreo. Nada de esto es ya una mera conjetura. Personalidades relevantes, de las élites de todos esos ámbitos, se prestaron a todo ello o, más que eso, encabezaron con entusiasmo las operaciones. Es una obligación señalarlos y distinguirlos de los que no actúan así y construyen un país decente.
Entre las víctimas no hablamos sólo de Podemos, que también, evidentemente. Ahí están las más de 20 demandas que quedaron en nada. Ahí las mentiras basadas en documentos pseudopoliciales que se demostraron burdas manipulaciones. Ahí el acoso personal vivido por sus máximos dirigentes hasta en su domicilio particular, sin importar sus hijos menores de edad. Hablamos también de una buena “hostia” a Pedro Sánchez para que sepa a qué atenerse, o de partidos independentistas.
Hablamos en definitiva, potencialmente, de cualquiera, porque si no se extreman las precauciones, dependerá de quién tenga el poder en cada momento y de la falta de controles a su uso despiadado y sin límites. Dicho crudamente, si mañana se comprobase que existe una trama de ese calibre contra Santiago Abascal, sería un deber democrático denunciarla. El fin no justifica los medios y no se pueden emplear las mismas armas que se denuncian. Sólo seremos libres como ciudadanos si accedemos en condiciones de igualdad a información de calidad que nos permita formarnos nuestro propio criterio. Parece obvio que la manipulación de la opinión pública ha buscado siempre justamente lo contrario.
Los periodistas no somos políticos. Un periodista tiene puntos de vista. Quien diga que no, miente. Las empresas periodísticas tienen líneas editoriales. Quien diga lo contrario, miente. Periodistas y medios participan de la política porque informan sobre ella y porque tienen puntos de vista naturalmente políticos. Pero los periodistas no estamos para ganar o perder las elecciones, ni para ser la organización juvenil de los partidos, esa que habla “sin complejos” o inspira a sus mayores por su osadía.
Desde luego, los periodistas no debemos participar en operaciones con políticos contra otros. Ni contra nadie. No se trata de objetividad sino de independencia. Me gustaría que esto se entendiera bien porque me da la sensación de que aunque a veces vemos enconadas discusiones en Twitter, unos y los contrarios anhelan atacar o poseer justamente esa autonomía de criterio que debería ser el corazón de nuestra profesión.
Por más que no todos los políticos nos parezcan iguales, ni todos los partidos, por más que en ocasiones haya puntos de vista o ideas más cercanas que otras (es natural, no vivimos en Marte), los periodistas no debemos identificarnos con ningún interés o poder concreto ni tener la vocación de intervenir activamente como una formación política. Si eso ocurre, dejamos de hacer periodismo para hacer partidismo, ya sea de un partido con siglas o de una oscura trama sin ellas. Esto deberían tenerlo claro las tramas corruptas, pero también los partidos políticos y los empresarios.
Y, por supuesto, no es lo mismo tener fuentes hasta en el infierno que aliarse con el diablo y hacer tratos extraperiodísticos con él para lograr una supuesta exclusiva que impulse tu carrera o los intereses nunca declarados de otro.
Los audios de García Ferreras. Vaya por delante la siguiente aclaración personal. Participo en Al Rojo Vivo por invitación del programa en torno a dos veces al mes. Equivale cada vez a entre tres y como mucho cinco intervenciones más o menos rápidas. También he participado en algún otro programa de laSexta, hace más tiempo, como El Objetivo de Ana Pastor (que, por cierto, está siendo objeto de asquerosos ataques personales que en nada tienen en cuenta su trabajo). Nunca nadie me ha dicho qué tengo que decir, que ataque a nadie, que eleve el tono ni que ofrezca espectáculo. Lo agradezco. Es más, tras algunas de mis intervenciones (aquí un ejemplo sobre el acoso personal a Iglesias y Montero) he recibido numerosos comentarios de asombro porque pudiera decir lo que pensaba y apuestas a que no volvería a ser invitado nunca más. Afortunadamente, no necesito acudir a ese programa para ganarme la vida ni tengo vocación de tertuliano. De hecho, creo que se me da regular y odio la sensación de hablar de temas que no domino a fondo, algo que forzosamente ocurre más de lo que uno querría en un programa que trata temas diversos de la actualidad.
Si acudo a ese espacio y a otros en otras televisiones o radios (desde RTVE a TV3) no es para servir a intereses oscuros ni porque sea imprescindible para llegar a fin de mes. Tampoco porque comparta al 100% el planteamiento de sus directores, su estructura o invitados. Lo hago en lugares donde me dejan hablar (y no me refiero a decir dos frases atropelladas antes de que te interrumpan), para aportar mi voz al debate público, defender el periodismo en el que creo y, en ocasiones, incluso para rebatir la propia premisa que se me plantea. También, y esto es muy importante, lo hago para que el medio en el que trabajo tenga una ventana más y, en el caso de Al Rojo Vivo, una importante por su audiencia e influencia. Para que infoLibre llegue a más ciudadanos que puedan descubrir el proyecto en el que sí tengo responsabilidades y el periodismo de mis compañeros, que me enorgullece profundamente.
Los audios de García Ferreras no le dejan, ni mucho menos, en buen lugar. Por la familiaridad con la “deidad cordobesa”, como él se refiere a Villarejo parafraseando a Eduardo Inda, y por la literalidad de sus palabras, especialmente de las que se puede concluir sin mucha dificultad que dio publicidad a una información que sabía que no era cierta (“Yo le dije: Eduardo, esto es muy serio, yo voy con ello, pero esto es muy delicado y es demasiado burdo"). Si están sacadas de contexto o manipuladas, el contexto auténtico debería explicarse. Tan sencillo como eso.
Pero incluso ignorando esa frase, o considerándola generosamente como un mero error, no podemos ignorar que Eduardo Inda es todo lo que no debe ser el periodismo y que ha gozado de un trampolín privilegiado en muchos medios de comunicación. Si después de todo lo que sabemos sobre él, Inda sigue siendo un “hermano” para los directivos de Atresmedia y sigue yendo a sus programas, es su responsabilidad y no una menor. Pero, ojo: Inda también colabora activamente con Mediaset, empresa por cierto que mantiene una gran rivalidad con Atresmedia. No suelen compartir tertulianos estrella.
Porque esto va mucho más allá de unos audios concretos y hay muchas otras empresas que tienen demasiado que callar, pensando en si habrá grabaciones sobre sus periodistas y disfrutando hoy cómo García Ferreras está en esta ocasión en el ojo del huracán. Algunos de los que le piden a él responsabilidades como parte del escrutinio al que debemos someternos también los periodistas deberían también revisar sus hemerotecas.
Ni lecciones, ni exigencias de harakiris: compromiso. Ser periodista estos días es muy exigente. Más si tienes alguna responsabilidad en un medio de comunicación y qué decir si participas de manera ocasional en un programa de laSexta. Hay debates en Twitter más sofocantes que la ola de calor donde cualquier coma es una prueba irrefutable de tu traición y un tuit puesto dos minutos tarde te convierte en sospechoso. Y todo el mundo te da lecciones.
En infoLibre hemos informado de los audios desde el domingo por la mañana, en cuanto han trascendido, con normalidad, como hacemos con todo lo demás (aquí ejemplos: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y las columnas, libres como todas, de Cristina Monge o Daniel Bernabé). Y nos expresamos con naturalidad explicando lo que pensamos y, sobre todo, razonándolo, explicando por qué, sin escondernos. Es nuestra razón de ser, nuestro compromiso con las socias y socios, que son la principal fuente de financiación de nuestro proyecto, superando con sus cuotas más de la mitad de nuestros ingresos.
Si tan solo un 5% de aquellos que en las redes sociales han agradecido estos días a infoLibre o a Jesús Maraña alguno de los puntos de vista en favor de un periodismo mejor o en contra de las cloacas se suscribiesen a nuestro proyecto, podríamos invertir más en periodismo y tendríamos un futuro garantizado y relativamente tranquilo, en medio de todas las incertidumbres económicas que nos acechan.
No vamos a dar lecciones. No vamos a explicar las veces que nosotros sí hicimos bien nuestro trabajo y hemos defendido nuestra independencia y criterios informativos. Ahí está la hemeroteca, que nuestras socias y socios conocen bien. No vamos a darnos golpes de pecho (ni de timón, por supuesto) para capear ningún temporal porque no vivimos ninguna tormenta. Ante la pregunta inicial de este artículo, sobre hasta qué punto los medios son responsables de la calidad del debate público y la limpieza del sistema político, recordaré tres frases. La primera, de Jesús Maraña: “Nos equivocamos, pero no mentimos”. La segunda, la que utilizamos como un llamamiento cívico a aquellos que se quejan de la manipulación de los medios: “La información que recibes depende de ti”. Depende de que apoyes a los medios que te parece que lo hacen bien. Y la tercera, de Thomas Jefferson, de hace más de dos siglos: “Siempre que el pueblo está bien informado se puede confiar en él su propio gobierno”.
P.D: Gracias, de corazón, a la inmensa mayoría de socias y socios que siguen confiando en que infoLibre cumple y va a seguir cumpliendo con su compromiso de un periodismo decente.
Los audios de Villarejo en los que se escucha, además de a sus secuaces habituales y a él mismo, a Antonio García Ferreras y Mauricio Casals, altos directivos de Atresmedia, han dado pie a la reapertura de un debate decisivo para cualquier democracia. ¿Cuánta responsabilidad tienen los medios de comunicación en la calidad del debate público y en la limpieza de la política?