Reconozco que mi falta de pasión por las encuestas va en aumento. También que lo primero que no hay que hacer es generalizar, porque hay empresas e institutos serios, tanto en el trabajo de campo como en la cocina o en la explicación transparente de sus resultados. Combinar los tres elementos es difícil en un estudio al que a veces exigimos dotes adivinatorias y donde deberíamos prestar más atención a la evolución de tendencias.
No es menos cierto que abundan los gurús borrachos de su propio ego y los piratas sin escrúpulos. Demasiados medios de comunicación han visto en las encuestas una especie de comodín maleable al gusto, sin control de calidad y, por tanto, cutre en su elaboración y de precio barato, que permite impulsar objetivos partidistas (no diremos, por respeto, principios editoriales). Anima o desmoraliza a las formaciones reflejadas en la foto y permite dar carrete a tertulianos que disfrazan su opinión de una falacia de autoridad. Y así se construye una profecía autocumplida que nada tiene que ver con el análisis técnico y orientativo de un sondeo bien hecho.
En infoLibre siempre hemos procurado publicar análisis independientes, con una mirada propia, como este firmado por Rafael Ruiz, de Logoslab, una relectura del CIS que apunta a que el PP conservaría la mayoría absoluta con una horquilla de 38 a 40 escaños. Lo mismo decía el trabajo publicado tras el CIS anterior, en enero.
Y eso no quiere decir que en infoLibre no creamos que el cambio es posible o queramos hacer un favor o un roto a nadie. Estoy convencido de que hay posibilidades de cambio, por lo que hablo con gente sobre el terreno, el tipo de estrategias de campaña de cada partido, por cómo van evolucionando con los días (los volantazos no suelen ser un signo de seguridad), el perfil de los candidatos o, por qué no decirlo, porque conocemos ejemplos de errores en lo que parecía una conclusión unánime más grandes que la catedral de Santiago. Pero eso no es un estudio demoscópico. La opinión (ni aunque parta de personas honestas) no es información. La fe no es ciencia.
La ley electoral impide publicar encuestas después del último lunes de la campaña. Lo que nos dicen algunas de las actuales es que el PP puede revalidar su mayoría absoluta, pero que va justito. Y ya hay varias, empezando por 40dB, de indudable prestigio, que dicen que puede perderla. Que el BNG encabeza con gran claridad la alternativa, que el PSOE parece no haber despegado y que hay votos que no se convertirán en escaños.
El tiro en el pie del PP no lo reflejan unas encuestas que, en el mejor de los casos, otorgan una victoria pelada a Rueda
Todo encaja con un análisis político básico: el PP es un partido muy fuerte en Galicia, que ha sabido tejer una tupida red de poder y cerrar el paso a sus competidores desde hace décadas. Ana Pontón lleva años liderando una estrategia in crescendo que ya tiene perspectiva y resultados que van en detrimento del PSdeG, con el que comparte un buen pedazo del electorado y que ha llegado más tarde a la campaña. Y los partidos que podrían no lograr representación han cometido muchos errores, demasiados, cuando no podían permitirse casi ninguno.
Dicho esto, la izquierda puede gobernar en Galicia. Primero porque el PP parece tener poco colchón en las encuestas que le permiten soñar. Porque se acaba de pegar un tiro en el pie al revelarnos que mientras se oponía con fiereza a la apuesta del Gobierno sobre Cataluña y agitaba calle e instituciones, pasteleaba con Junts por si sonaba la flauta. Porque la campaña está siendo lo contrario de lo que buscaba Alfonso Rueda: unas semanas, entre las Navidades y el Carnaval, donde no pasase nada (y ha habido pellets, manifestaciones masivas por la sanidad o torpedos procedentes de la propia Génova). Porque lleva una semana tratando de azuzar el miedo contra el BNG asociándolo directamente con ETA, casi como si Ana Pontón fuese una peligrosa terrorista (Bildugá, llama Federico Jiménez Losantos al BNG). Porque el reverso de las décadas de preeminencia es el desgaste, cuando no el hartazgo acumulado ante datos económicos o sociales que no mejoran. Porque la izquierda, más allá de ir dividida (y eso ya es bastante hándicap), está volcada, no ha caído en el cainismo ni cometido grandes errores. Y eso es novedad.
Desde ahora no se pueden publicar encuestas, pero sigue habiendo campaña sin que haya dado tiempo a metabolizar las revelaciones de Feijóo (que, por cierto, han sido minimizadas hasta por los que en su partido y entorno mediático no le pasan una al independentismo: hay que apretar). Y sabemos que cada vez más ciudadanos deciden a última hora su voto.
El 23 de julio nos enseñó que las segundas semanas de campaña pueden ser determinantes (que se lo digan a Feijóo), que no acudir a los debates para no arriesgar puede ser contraproducente y que la democracia se ejerce en las urnas, no en sondeos tantas veces interesados. Eso es lo apasionante, y los que creemos tanto en el poder de la democracia como en la calidad de la información (encaje o no con nuestros sentimientos o creencias), tenemos la obligación de decirlo. Y que pase lo que tenga que pasar, no que el derecho a la participación política se convierta en una mera ejecución de la encuestocracia.
Reconozco que mi falta de pasión por las encuestas va en aumento. También que lo primero que no hay que hacer es generalizar, porque hay empresas e institutos serios, tanto en el trabajo de campo como en la cocina o en la explicación transparente de sus resultados. Combinar los tres elementos es difícil en un estudio al que a veces exigimos dotes adivinatorias y donde deberíamos prestar más atención a la evolución de tendencias.