Castillos de fuego

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Junto a una madre enferma, dos hermanos hablan y las palabras quieren llenarse de recuerdos. Para no agravar su situación, a la madre no le cuentan que Bernabé, su otro hijo, ha sido fusilado. Hablan de él y así lo mantienen vivo. Recordar, contar, supone también mantener con vida al padre: “Por eso pregunto por papá: porque hablar de él es también una manera de mantenerlo vivo. ¿Cómo era? Tengo pocos recuerdos suyos y quiero seguir teniéndolos. No quiero que se pierdan, porque sería como si volviera a morir, y esa vez para siempre”.

La literatura es un modo de contar la vida en la historia. Ignacio Martínez de Pisón ha publicado Castillos de fuego (Seix Barral, 2023), un novelón en número de páginas y en calidad narrativa que cuenta de forma coral los años más duros de la posguerra franquista, la existencia cotidiana entre 1939 y 1945 de unos personajes atrapados en los laberintos de la victoria o de la derrota. La vida de los seres humanos está siempre unida a sus dinámicas de amor y odio, lealtad y traición, fortaleza y debilidad, ilusiones y miedos… Desde los antiguos mitos hasta últimas noticias leídas en el periódico de hoy, las historias del deseo, la rivalidad y la supervivencia tejen argumentos parecidos sobre la condición humana. Pero hay situaciones históricas que definen esos argumentos y algunas realidades provocan un vértigo que radicaliza lo mejor y lo peor que llevamos dentro. Esa es la apuesta que asume desde hace años Martínez de Pisón en sus libros. Sabe que la literatura cuenta la vida porque es necesario evitar el olvido para entender las implicaciones entre los acontecimientos históricos y las experiencias particulares.

Las novelas son un modo de contar la historia. En los relatos cobra protagonismo la imaginación para ir más allá de los datos y entender lo que cabe dentro de una fecha. El trabajo del novelista y del historiador se ayudan entre sí para transmitir la memoria y el conocimiento del pasado. La honestidad creativa no impide que una imaginación haga sus propias interpretaciones dándole más importancia a unas perspectivas que a otras, pero exige que no se falsifiquen los hechos y que se sostenga la trama en la verdad de lo sucedido. Por eso resulta conveniente que en novelas como Castillos de fuego haya una “Nota de autor” en la que se mencione la bibliografía utilizada. Es un buen modo de enmarcar los argumentos de la creatividad.

Supongo que 'Castillos de fuego' puede dar pie a muchas discusiones de carácter político e histórico en las que se propongan matices, perspectivas, equilibrios, tonos y detalles

Ignacio habla con una poderosa fuerza narrativa de un tiempo histórico en el que el fuego levantó castillos de mentiras, supervivencias, consignas, dignidades, vilezas y perversiones. El argumento puede hacernos comprender cómo se radicalizan en un contexto difícil las envidias o los amores solidarios. También dirige la mirada hacia el vértigo que daña una conciencia, le da la vuelta y la hunde en su propio naufragio. “Quién puede saber si algo es justo o no lo es”, pregunta con los ojos húmedos un personaje que ha arriesgado mucho su vida en nombre de la justicia y que se ve empujado a quitarle injustamente la vida a otros compañeros en nombre de la disciplina y la seguridad en la resistencia.

La nueva novela de Ignacio Martínez de Pisón habla de la ferocidad de los vencedores y de la resistencia clandestina del Partido Comunista. Lleva la historia a la vida para contarnos las situaciones que explican, por ejemplo, la evolución de Dionisio Ridruejo, un héroe del golpe de Estado que acaba detenido por sus compañeros en la Victoria, o la barbarie empleada por el Partico Comunista contra algunos de sus militantes más destacados. Se les acusa en falso de ser traidores con la intención de que se cumplan en el interior las órdenes decididas por los dirigentes en el exterior. Las luchas de poder alteran las conciencias, y es que la conciencia de cada cual no es más que la lucha de poder de uno mismo contra uno mismo a la hora de decidir entre la ambición y la justicia, el compromiso y la indiferencia. La heroica militancia comunista contra el franquismo se llena de sombras al recodar lo sucedido con figuras históricas como las de Heriberto Quiñones y Gabriel León Trilla. El autor de la novela duda por eso de los héroes y mira con simpatía el modesto sentido de la supervivencia de los personajes que deciden resistir con dignidad en los marcos de su vida cotidiana.

Supongo que Castillos de fuego puede dar pie a muchas discusiones de carácter político e histórico en las que se propongan matices, perspectivas, equilibrios, tonos y detalles. Pero no creo que nadie pueda dudar de la fuerza narrativa y la calidad literaria de Ignacio. Me alegro de corazón porque Almudena Grandes y yo mantenemos con él una amistad de más de 30 años.

Junto a una madre enferma, dos hermanos hablan y las palabras quieren llenarse de recuerdos. Para no agravar su situación, a la madre no le cuentan que Bernabé, su otro hijo, ha sido fusilado. Hablan de él y así lo mantienen vivo. Recordar, contar, supone también mantener con vida al padre: “Por eso pregunto por papá: porque hablar de él es también una manera de mantenerlo vivo. ¿Cómo era? Tengo pocos recuerdos suyos y quiero seguir teniéndolos. No quiero que se pierdan, porque sería como si volviera a morir, y esa vez para siempre”.

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