La cultura sirve para recordar el presente

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Esta semana se han reunido los gestores culturales del Instituto Cervantes en el Monasterio de Yuso de San Millán de la Cogolla. La mejor manera de comprometerse con el futuro es saber recibir la herencia del pasado. Hace muchos siglos, la necesidad de evangelizar y de extender la sabiduría hizo que la mano de los monjes anotase palabras en romance y euskera para traducir lo que estaba escrito en latín. Que la memoria de las glosas emilianenses y de Gonzalo de Berceo acompañe la reflexión sobre la transformación digital y los nuevos retos de la cultura es una buena experiencia para defender que las máquinas deben estar al servicio de los seres humanos y no lo seres humanos al servicio de las máquinas.

En las palabras caben muchas cosas. Los vínculos entre el pasado, el presente y el futuro forman el sedimento sobre el que pasan los ríos de la verdad y la mentira, el pensamiento crítico y los dogmas, la información y los bulos, la libertad y las manipulaciones. El Instituto Cervantes sabe que defender un idioma es mucho más que enseñar un vocabulario.

El pasado 14 de diciembre, el Parlamento Europeo aprobó una resolución para la nueva agenda de la cultura y las relaciones internacionales. Considero que es un acierto su propuesta de una distinción entre la diplomacia cultural, dependiente de los gobiernos, y las relaciones culturales que tienden a facilitar los vínculos y el conocimiento entre sociedades a través de la literatura, el cine, el arte, la música y la ciencia. Junto a las necesarias medidas políticas, la creatividad artística, que siempre ha sido una invitación a conocer la historia desde el interior de cada vida humana, permite establecer vínculos, diálogos y marcos de entendimiento.

A veces se nos olvida que las democracias están rodeadas por nuevos poderes económicos determinados por el autoritarismo y la irracionalidad fundamentalista

La lección de memoria que he aprendido en San Millán de la Cogolla es que la cultura sirve para recordar el presente. Tenemos tantas prisas coyunturales que se nos suele olvidar el presente camuflado en la actualidad de la palabra hoy. Y en el presente que vivimos, habitamos, hacemos y deshacemos, la cultura cumple una función imprescindible.

A veces se nos olvida que el panorama internacional del mundo está debilitando la hermandad entre los valores democráticos y el futuro. A veces se nos olvida que las democracias están rodeadas por nuevos poderes económicos determinados por el autoritarismo y la irracionalidad fundamentalista. Se nos olvida que la globalización ha facilitado las contradicciones en el sentido de pertenencia. Extreman la falta de vinculación con la propia comunidad o generan identidades cerradas a la defensiva del otro. Se nos olvida que las redes sociales, tan maravillosas en la comunicación, son también un enorme peligro a la hora de extender bulos, falsear el conocimiento, ficharnos como sujetos y levantar nuestros instintos más agresivos.

Por eso hay tantas personas unidimensionales que responden a una obsesión más allá de cualquier contexto. Por eso el espacio común tiende a fragmentarse y la riqueza de una diversidad que convive se transforma en el conflicto de sectas que no se respetan. Por eso hay mayorías supremacistas que odian a la minorías y minorías que confunden el orgullo con la soberbia, incapaces de imaginar un compromiso colectivo. Por eso la libertad se convierte en la ley del más fuerte y los discursos totalitarios anidan en el interior de las sociedades democráticas.

Contra las invitaciones a la fragmentación y a las soledades desvinculadas, contra la prepotencia de los discursos bélicos y la ley del más fuerte, no existe mejor camino que la defensa universal de los derechos humanos, una apuesta ética fundada en el reconocimiento de que la historia general sólo es digna si respeta la dignidad de cada uno de sus hombres y de cada una de sus mujeres. Sí, de cada una de sus mujeres.

En las palabras caben muchas cosas. Ponerlas al servicio de una conversación internacional sobre los derechos humanos es la tarea principal de los gestores culturales del Instituto Cervantes y de cualquier institución capaz de valorar la importancia de las inversiones en educación y cultura. Creo que es la mejor manera de servir a España y al español. 

Esta semana se han reunido los gestores culturales del Instituto Cervantes en el Monasterio de Yuso de San Millán de la Cogolla. La mejor manera de comprometerse con el futuro es saber recibir la herencia del pasado. Hace muchos siglos, la necesidad de evangelizar y de extender la sabiduría hizo que la mano de los monjes anotase palabras en romance y euskera para traducir lo que estaba escrito en latín. Que la memoria de las glosas emilianenses y de Gonzalo de Berceo acompañe la reflexión sobre la transformación digital y los nuevos retos de la cultura es una buena experiencia para defender que las máquinas deben estar al servicio de los seres humanos y no lo seres humanos al servicio de las máquinas.

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