Oye sus pasos que se acercan por el pasillo. Cuando se levantó para preparar el desayuno, él se hizo el dormido, quiso quedarse un rato más en la cama. Le gustan las mañanas de domingo, sabe aprovechar las brumas amables de ese tiempo que suelen romper los despertadores. Hay una forma de habitar entre la realidad y el sueño que le permite desde que era niño mezclar los años, las situaciones, los sentimientos. Lo que ocurre es que, cuando era niño, la duermevela solía lanzarse a galopar por el futuro y ahora siempre se empeña en volver al pasado, a los pasos de su madre en una cocina de posguerra en la que cada mañana y el olor a café eran un domingo de resurrección. Ahora escucha los pasos de su mujer y agradece la juventud que tiene al andar después de más de cuarenta años de casados. La puerta se abre, ella se acerca y le dice que se levante, que es domingo 28 de abril.
Bajan los dos juntos. Al salir del ascensor se encuentran con el vecino del quinto que viene de pasear a su perro. Bueno, en realidad no es su perro, es el de su hijo. Pero seguro que Carlitos estuvo anoche de juerga con sus amigos y le ha tocado al padre sacarlo a pasear. Lo que una no haga por los hijos, piensa ella, y luego pregunta que si ha ido ya. No, responde el vecino, mientras el perro se cuela en el ascensor. Ha quedado en despertar a Carlos sobre las doce para ir los dos juntos.
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Al cruzar por la plaza se para un momento para buscar el teléfono móvil en el bolso. Ya vas a llamar a la niña, murmura él. Cómo lo sabes, afirma ella de esa manera en la que siempre ha afirmado las cosas, igual que se afirma lo que es natural, lo que no puede separarse del propio carácter. Tu padre ya se está riendo de mí, pero llamo para recordarte que es domingo 28 de abril, que no se te olvide. Sí, estoy bien, yo estoy bien en lo personal, pero mira tú lo raro que está todo. Nosotros vamos ya, no, no es pronto, tu padre se ha quedado en la cama, ha dado más vueltas que los dedos de un indeciso, pero al final lo he levantado. Bueno, otro beso, y que no se te olvide… y convence a ese novio tan encantador que tienes para que se deje de tonterías, a veces los más listos son los más tontos. Perdona, hija, perdona, dale un beso de mi parte.
Doblan la esquina del cajero automático y encuentran a Marisa y Antonio sacando dinero. Desde que cerraron la pescadería ya es difícil verlos. Ella los echa de menos porque daba gusto charlar de lo divino y lo humano ante los ojos asombrados de los besugos. ¡Qué ojos tienen estos besugos!, decía ella, y Marisa empezaba a reírse, adivinaba la intención del comentario lanzado contra algún vecino antipático. Antonio los abraza, explica que van a pasar el día en la sierra, en casa de su hijo Pepe, y que siempre reparten algún billete entre los nietos. ¿Pero qué edad tienen?, pregunta ella, y al comprobar que el tiempo vuela, y que los niños son ya unos hombrecitos, empieza a recordar que es 28 de abril, que los abuelos, los padres y los niños no pueden quedarse hoy en la casa debajo de una higuera.
Pero qué imprudente eres, dice él en cuanto se despiden y se dirigen al colegio. Tenemos confianza, responde ella, han sido muchos años y hemos visto juntos demasiadas cosas, demasiadas cosas. Voy a estar repitiendo que es domingo 28 de abril todo el día, ya me conoces. Todo, cualquier cosa, menos volver a las andadas.
Oye sus pasos que se acercan por el pasillo. Cuando se levantó para preparar el desayuno, él se hizo el dormido, quiso quedarse un rato más en la cama. Le gustan las mañanas de domingo, sabe aprovechar las brumas amables de ese tiempo que suelen romper los despertadores. Hay una forma de habitar entre la realidad y el sueño que le permite desde que era niño mezclar los años, las situaciones, los sentimientos. Lo que ocurre es que, cuando era niño, la duermevela solía lanzarse a galopar por el futuro y ahora siempre se empeña en volver al pasado, a los pasos de su madre en una cocina de posguerra en la que cada mañana y el olor a café eran un domingo de resurrección. Ahora escucha los pasos de su mujer y agradece la juventud que tiene al andar después de más de cuarenta años de casados. La puerta se abre, ella se acerca y le dice que se levante, que es domingo 28 de abril.