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La ilusión de los padres

Oigo y leo en muchas ocasiones que la festividad de los Reyes Magos celebra la ilusión de los niños. Quizás porque mis hijos son ya personas mayores y quedan lejos los días de la cabalgata y del sigilo nocturno para que no se despertasen mientras colocábamos los regalos, cada vez tengo más presente la ilusión de los padres, mi propia ilusión a la hora de preguntar, escribirme a mí mismo una carta de deberes y salir de compras solo o acompañado por alguien que sepa aconsejarme. Buen resumen de otras muchas citas a lo largo del año, celebro así que tengamos una fiesta el 6 de enero para regalarnos algo y compartir la suerte de un cariño importante, porque es humilde y natural.

Los seres humanos inventamos cosas raras para esconder lo más sencillo. Cuando descubrimos la muerte, nos inventamos que existe otra vida en la que es posible encontrarse en manos de la eternidad con Carlos V, Santo Tomás de Aquino o Benito Pérez Galdós. Cuando comprendemos nuestras limitaciones, imaginamos que la luna, Júpiter, Cristo o cualquier Dios son todopoderosos y ordenan el mundo que nosotros no sabemos recomponer. Cuando queremos a nuestra familia y deseamos demostrarlo con regalos, santificamos la festividad de unos Reyes que llegan desde el Oriente, recorren las ciudades y entran en las casas para hacernos felices.

No seré yo quien critique las imaginaciones, porque soy profesor de literatura, poeta y lector disciplinado a la hora de organizar mis días. Pero la cultura nos enseña a meditar sobre los puntos y las íes, algo que no ocurre en la celebración actual de los ritos. Al leer el Auto de los Reyes Magos, uno descubre la curiosa historia de tres extranjeros elegidos por una estrella para recibir el anuncio del nacimiento de Dios, porque los sabios respetados de la religión oficial no se enteraban de nada, entretenidos en sus propios negocios. Las iglesias andan siempre con líos y el dogmatismo nocivo de un Papa puede ser usado contra la bondad humana de otro Papa.

Puesto a sentir nostalgia y acostumbrado a meditar sobre los puntos y la íes, me resulta incómodo ver a los mensajeros de Amazon y a los repartidores de las bicicletas llevando de un sitio para otro regalos encargados por internet, vasijas de chocolate y raciones de churros. Claro que la incomodidad tiene que ver con las condiciones de trabajo de las personas en las que basamos nuestra vida, pero hay algo más profundo, menos coyuntural, que no deja de ser también una preocupación de carácter social.

Siento que los regalos pierdan su carácter más humano, más presencial, y se diluyan en la inmensa rueda del consumo que lo devora todo y lo aleja en la circulación frenética de las calles y las redes

Al hablar con nostalgia de mi ilusión, de la ilusión de los padres, recuerdo un mundo en el que las compras y los desayunos tenían que ver con salir a la calle, buscar en las cafeterías y en las tiendas del barrio, compartir las compras… Nostalgia de un mundo en el que se bajaban y subían las escaleras como una forma de saborear la vida con aquello que teníamos más cerca. Por eso siento que los regalos pierdan su carácter más humano, más presencial, y se diluyan en la inmensa rueda del consumo que lo devora todo y lo aleja en la circulación frenética de las calles y las redes. Recuerdo un mundo en el que los deseos no se habían convertido en derechos al servicio del consumidor y donde las cartas eran una ilusión, la búsqueda de un compromiso con los demás. La tecnología es maravillosa cuando nos acerca a lo que tenemos lejos, no cuando nos aleja de lo que puede estar a nuestro lado.

Como me acostumbré hace años, y vuelvo a repetirlo, a meditar los puntos y las íes, vigilo el peligro del estancamiento. Me niego a ser víctima de una nostalgia de viejo cascarrabias dispuesto a negar cualquier tipo de cambio. Pero también he aprendido que la memoria puede tener valor a la hora de considerar los procesos que vivimos. Después de analizar la crisis aguda y las repercusiones negativas del Brexit en el Reino Unido, una crónica de Romaric Godin en infoLibre nos advierte de que haríamos mal en olvidarnos de otra dinámica muy anterior: la apuesta por el neoliberalismo radical iniciada en los años 80 por Margaret Thatcher, cuando la carta a los Reyes Magos de la democracia social se sustituyó por la ley del más fuerte, las privatizaciones y los salarios rebajados.

Con esa voluntad de recordar el pasado, he ido de compras personalmente con mis hijos, he puesto los zapatos en el salón de casa y he bajado a una cafetería del barrio para buscar los churros del desayuno. Después del chocolate, abrimos con ilusión los regalos ya conocidos y las humildes sorpresas. Pensé que las personas que envejecen bien, como las sociedades que progresan, son las que hacen compatibles las ilusiones de los niños y las de los padres. En cualquier caso, agradezco mucho el cariño de tres hijos que respetan y comprenden mis melancolías.

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