La imaginación puede ser una buena consejera cuando ayuda a comprender la realidad. Ayuda, además, a buscar acuerdos con el mundo y a evitar las salpicaduras del odio. Los dogmas suelen dictarnos un mundo ya escrito, responden a la soberbia de los comisarios políticos que se instalan en un futuro concreto, dándolo por hecho, para decirnos cómo debe ser el presente. Por fortuna, ocurre lo contrario con las dudas que establecen una conversación con el presente para imaginarse el futuro.
Cultivo desde hace años la disciplina de la imaginación y salgo a la calle con mis elucubraciones como quien sale al campo con un saco de semillas. Si encuentro a una vecina en las escaleras, pienso cómo será dentro de 30 años y me pongo a calcular su cuerpo, su alma, su ropa, sus costumbres y hasta sus recuerdos. ¿Qué imagen guardará de mí en su memoria? Pensar en el futuro no solo me ayuda a reconocer lo que suele pasarnos desapercibido en los demás, sino también a tomar conciencia de muchos detalles que hablan de mí a los ojos de los otros.
Por la calle me cruzo con estudiantes, trasnochadores, policías municipales, mendigos, conductores, gentes con la prisa del que llega tarde al trabajo, hombres y mujeres que van de su corazón a sus asuntos. No es fácil que algunos de nosotros lleguemos con vida al año 2050, pero la imaginación puede entretenerse pensando en los hijos o en las personas más jóvenes que comparten los autobuses, las aceras, los comercios o las colas del paro. Imaginar el mañana es un buen modo de compartir la palabra hoy.
Con prólogos de Mario Vargas Llosa y Antonio Muñoz Molina, la editorial Espasa ha publicado el libro Imaginar un país. España en 2050, un proyecto realizado en colaboración entre la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de la Presidencia del Gobierno y el Instituto Cervantes. Escritores de edades e ideologías diferentes recuerdan la España que han vivido y la que temen o desean vivir. Como señala Vargas Llosa, tienen perspectivas diversas, pero complementarias, las miradas de Jesús Carrasco, Elizabeth Duval, Espido Freire, Inés Martín Rodrigo, Sergio del Molino, Rosa Montero, José Ovejero, Lorenzo Silva y Manuel Vilas.
No es lo mismo la peseta que el euro. No es lo mismo haber nacido en la España del subdesarrollo, la autarquía y la dictadura que en la Europa de la moneda única. No es lo mismo haber celebrado la libertad como un bien conseguido para siempre que respirar hoy las nuevas invitaciones al populismo autoritario. Tampoco es igual crecer y formarse en un país en el que los hijos iban a vivir mejor que sus padres o luchar ahora bajo las incertidumbres generadas por las nuevas formas de emigración y por una economía avariciosa que puede acabar con el derecho a un trabajo digno, una sanidad, una educación públicas y un sistema asegurado de pensiones. Conviven el derecho a recordar lo que hemos superado con la necesidad de comprometerse a defender un futuro mejor para 2050.
Imaginarse la España del mañana hace imprescindible comprender el pasado de cualquier mirada. Y no está de más que la imaginación nos ayude a entender las diferencias generacionales en esta dinámica de prisas que provoca tiempos del usar y tirar
Imaginarse la España del mañana hace imprescindible comprender el pasado de cualquier mirada. Y no está de más que la imaginación nos ayude a entender las diferencias generacionales en esta dinámica de prisas que provoca tiempos del usar y tirar y el peligro de desconocimiento abismal entre personas de distintas edades. Con el tiempo ocurre lo mismo que con las identidades: el respeto enriquece cuando las diferencias consiguen construir un espacio común de vida, un bien común, algo imposible si cada perspectiva particular se convierte en un modo sectario de interpretar el mundo. El bien común tiene que ver con la economía, el sexo, la raza y las creencias diferentes.
La España que imaginan los escritores no cierra los ojos a los problemas, pero da una idea del presente más profunda y menos crispada, menos amenazadora y convulsa, que la España del debate político que algunos comunicadores de la actualidad caldean en forma de tragicomedia. Sí, imaginar sirve para conocer mejor nuestro hoy. Conviene agradecerle a la literatura que sea más tranquila que muchas tertulias y redes sociales, apegándose con la ficción a la realidad más que a las supersticiones.
Antonio Muñoz Molina cita a Mark Twain para recordarnos que algunas de las cosas peores que vamos a vivir pueden no sucedernos nunca. El miedo es libre, pero la prudencia resulta una forma de responsabilidad. Comprender lo que tal vez, quizá, posiblemente, sea el mañana nos ayudará a que las sospechas negativas no se hagan realidad y los paisajes de futuro se parezcan a nuestras esperanzas.
Está muy bien que entre utopías, distopías, ciencia ficción, imaginaciones, politólogos, sociólogos y científicos, la Oficina Nacional de Prospectiva le haya dado también la palabra a los escritores. Es en la literatura donde mejor se comprende que cada teoría y cada historia general acaban encarnándose en las felicidades o las desgracias de cada individuo.
La imaginación puede ser una buena consejera cuando ayuda a comprender la realidad. Ayuda, además, a buscar acuerdos con el mundo y a evitar las salpicaduras del odio. Los dogmas suelen dictarnos un mundo ya escrito, responden a la soberbia de los comisarios políticos que se instalan en un futuro concreto, dándolo por hecho, para decirnos cómo debe ser el presente. Por fortuna, ocurre lo contrario con las dudas que establecen una conversación con el presente para imaginarse el futuro.