Llenar las urnas de vida cotidiana

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Otro domingo electoral, otra mañana en la que la democracia se pega con normalidad a la vida. Aunque la dinámica de las discusiones y la crispación lo quiera convertir todo en urgencia, en momentos de crisis o efímeros Estados de excepción, la verdad es que el discurso político está unido a la decisiva parsimonia de los acontecimientos diarios. Esto no quiere decir que este discurso carezca de importancia; todo lo contrario, tiene el valor real más importante: nuestro vivir de cada día. Nada más y nada menos.

Cada cita electoral nos presenta asuntos y rostros particulares para decidir sobre lo de siempre. Como voto en Madrid, lo primero que me ha alegrado el domingo es recordar que hay muy buenos candidatos, muy buenos, para votar en el Ayuntamiento y la Comunidad. Es un detalle que puede pasar desapercibido, pero creo que conviene recordarlo. Uno, claro está, no vota por simpatías personales. A veces se vota con la nariz tapada en un ejercicio de pura responsabilidad ideológica. Por eso es una alegría personal saber que en esta ocasión puedo votar a personas que admiro desde el punto de vista humano y profesional. Un lujo de candidatos.

Otro detalle particular de estas elecciones se llama Europa. Esta palabra fue a lo largo de mi vida una referencia de progresismo y democracia en la que apoyarme para combatir la inmovilidad activa del pensamiento reaccionario español. A lo largo de nuestra historia moderna hemos vivido pocos momentos, ahora sólo recuerdo 3, en los que España pudiese aportar su ejemplo en el horizonte progresista europeo.

Pues bien, vivimos uno de esos momentos. Europa sufre la mordedura de la degradación democrática. La intolerancia, el supremacismo de las identidades cerradas y las nuevas formas de totalitarismo amenazan el horizonte. Se trata además de un horizonte muy complicado en manos de las inclinaciones que dominan Moscú, Washington y Pekín. A Europa le corresponde buscar una respuesta en sí misma, evitando que la palabra libertad rompa su diálogo con la igualdad y la fraternidad. No puede convertirse en norma la impunidad del dinero y la legalización de sus fechorías tecnológicas, científicas y políticas.

El 5 a las 5

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En estas elecciones votamos el protagonismo de España en la reconstrucción de la Europa social. Le hacemos mucha falta a Europa, y esto es una alegría, aunque llena de preocupaciones.

Y luego está lo de siempre, lo que ya conocemos, lo que hemos visto, lo que sabemos que vamos a ver. Las cosas nunca serán perfectas, pero hay rutinas, ejemplos, testimonios que demuestran la presencia de la política en nuestra vida cotidiana. Las urnas están vacías… y el modo en el que las llenemos tiene que ver con el sonido de nuestros despertadores en los próximos años. Aunque el ruido mediático nos haga discutir de mil cosas, por debajo está lo de siempre, lo que vivimos al llevar al colegio a nuestros hijos, los derechos que tenemos en nuestro puesto de trabajo, los cuidados que podemos recibir al enfermar, la libertad sin mordaza al expresar nuestras opiniones, la pensión que recibimos al jubilarnos, la manera de actuar de nuestras instituciones, la forma de pagar impuestos, el precio de la casa que habitamos, el modo de entender la cultura, la convivencia, el miedo, el amor…

Votar puede ser llenar las urnas de hospitales públicos, de educación pública, de viviendas dignas, de trabajos decentes en una realidad sostenible. Y nada será perfecto, pero se hace camino al andar. Ya lo sabemos.

Otro domingo electoral, otra mañana en la que la democracia se pega con normalidad a la vida. Aunque la dinámica de las discusiones y la crispación lo quiera convertir todo en urgencia, en momentos de crisis o efímeros Estados de excepción, la verdad es que el discurso político está unido a la decisiva parsimonia de los acontecimientos diarios. Esto no quiere decir que este discurso carezca de importancia; todo lo contrario, tiene el valor real más importante: nuestro vivir de cada día. Nada más y nada menos.

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