Madrid, madrid, madrí

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Da gusto pasear, ver a tanta gente y sentir la alegría de vida y prosperidad que circula por las calles, por esta calle Serrano, piensa don Wenceslao de la Torre, que acaba de salir de la notaría después de comprar tres pisos, tres buenos pisos, un poco caros, algo más de lo que había calculado al llegar, pero sin duda una buena inversión. Las cosas están mal en Lima, era ya el momento de tomar decisiones, venirse a Madrid a disfrutar del trabajo de toda la vida, del trabajo propio, y el de sus padres, y el de sus abuelos. La idea se la dio Bernardito Alonso, viejo amigo y colega de Caracas, que desde hace años vive aquí, ayudándose con el regalo de algunos alquileres, porque Madrid está tan vivo, tan moderno, que hay muchos empresarios que se están trasladando con sus negocios a la capital de España.

Y tenía razón Bernardito, ya tiene alquilado uno de los pisos que acaba de comprar, se lo colocó ayer a Josep Martínez Borreda, delegado del grupo Puig y Lladó, que ha decidido instalarse en una ciudad más tranquila, que sabe hacer bien las cosas. No se trata sólo de la locura del independentismo, sino de la sensatez económica, del cuidar bien a la gente que lo merece, la gente de respeto, como dice una y otra vez Francisco Olvera, un sevillano que se cansó de pagar tantos impuestos en Andalucía y se vino a Madrid para disfrutar de su fortuna y a educar a sus dos hijas en un tiempo de éxito.

Tan concentrado va don Wenceslao pensando en su destino y en el ancho mundo que no ha visto salir de un portal a un repartidor con prisas. Perdone usted, le dice Juan, no se preocupe, pongo, responde Wenceslao, y lo sigue con su mirada hasta que se acerca a su bicicleta y se pierde por las calles de Madrid. A quien lleva unas empresas a cuestas y quien lleva una mochila de Glovo. Juan conoce bien la ciudad. Aunque ahora comparte un piso con otros tres amigos en Leganés, nació en la calle Fuencarral, y ese fue su barrio hasta que los padres tuvieron que trasladarse a Carabanchel. Se le ha metido en la cabeza la costumbre de poner precio a las viviendas y los alquileres cada vez que cruza las calles con unas bolsas de comida japonesa en su equipaje.

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Juan se cansó de estudiar, cayó en la mala idea de asumir que nunca iba a tener la misma suerte de los muchachos que iban con uniforme a buenos colegios. Antes de acabar el bachillerato se colocó de camarero en un bar de Carabanchel. Después consiguió entrar en unos grandes almacenes, pero el puesto le duró poco y se vio desamparado cuando la dirección decidió reducir la plantilla, puesto en la calle con una indemnización de si te vi no me acuerdo. Así están las cosas en el mundo laboral, le dijo a Begoña.

Begoña es su amor, una hermosa muchacha de Usera que no se decide todavía a vivir con Juan en Leganés, porque su familia la necesita para salir adelante. Le costó mucho encontrar trabajo y no se atreve a dejarlo. Ella dice que la pusieron uniforme, la arreglaron una habitación junto a la cocina y la regalaron una jornada de 24 horas con la tarde libre de los domingos. Es lo que se lleva en Lima, le dijo la señora que la contrató. Así están las cosas.

Así están las cosas, piensa Pepe el periodista, después de perder todo un día esperando a que reciban a su madre en un centro de atención primaria. Si será sólo una gripe, pero nunca se sabe. Llega ahora a su casa y se pone a escribir el reportaje que le han encargado para mañana mismo sobre las persecuciones que sufre Madrid. Y es que no hay derecho, eso tiene que dejar claro. Intereses egoístas de todas partes estén intentando robarle su prosperidad a la capital de España.

Da gusto pasear, ver a tanta gente y sentir la alegría de vida y prosperidad que circula por las calles, por esta calle Serrano, piensa don Wenceslao de la Torre, que acaba de salir de la notaría después de comprar tres pisos, tres buenos pisos, un poco caros, algo más de lo que había calculado al llegar, pero sin duda una buena inversión. Las cosas están mal en Lima, era ya el momento de tomar decisiones, venirse a Madrid a disfrutar del trabajo de toda la vida, del trabajo propio, y el de sus padres, y el de sus abuelos. La idea se la dio Bernardito Alonso, viejo amigo y colega de Caracas, que desde hace años vive aquí, ayudándose con el regalo de algunos alquileres, porque Madrid está tan vivo, tan moderno, que hay muchos empresarios que se están trasladando con sus negocios a la capital de España.

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