Publicamos este artículo en abierto gracias a los socios y socias de infoLibre. Sin su apoyo, nuestro proyecto no existiría. Hazte con tu suscripción o regala una haciendo click
aquí. La información y el análisis que recibes dependen de ti.
He leído estos días la antología Memoria del olvido. Poetas del exilio republicano español de 1939 (Visor, 2021) del profesor José-Ramón López García. La costumbre de leer, desde luego, es un ejercicio que multiplica la vida. Las palabras son rabos de lagartija que no se quedan quietas en su contexto. Me senté en la biblioteca para dedicar unas horas a un estudio filológico de mucho rigor con el deseo de hacer memoria poética de un tiempo ya lejano y acabé tomando conciencia de lo cerca que siento muchas cosas del ayer, cosas que son mi hoy. Cumplir años supone aprender que el pasado forma parte muy viva del presente.
Recuerdo como si fuera hoy el día en el que conocí a Rafael Alberti y la suerte que tuve cuando su figura mitológica bajó del altar para hacerse amiga de un muchacho de poco más de 20 años que empezaba a publicar sus poemas. La historia pasa por la actualidad de las superficies y por las profundidades. Se equivoca la sociología cuando colecciona los datos externos sin estudiar el interior de los sentimientos. Heredero de un pensamiento contemporáneo, Alberti se había sentido un marinero en tierra desde muy joven, exiliado en un mundo hostil. Esa distancia ideológica se convirtió más tarde en exilio político sangrante cuando se vio obligado a abandonar España después del golpe de Estado y la Guerra Civil. Tras una larga ausencia, volvió en 1977 para participar en las primeras elecciones democráticas y buscar la juventud del país que había perdido con el asesinato de Federico García Lorca. Por eso ayudó de manera muy generosa a los poetas jóvenes que entonces empezábamos.
Recuerdo también a Luis Alberto Quesada en el Buenos Aires de 1984. Salía Argentina de su dictadura y era buen momento para que un viejo brigadista castigado por el franquismo hablase con un joven sobre el exilio, el amor a la vida y la resistencia. Yo le regalé un libro que acababa de publicar el año anterior, El jardín extranjero, en el que había un poema dedicado a Alberti. Él me contó que acababa de leer en El País la reseña del libro escrita por Aurora de Albornoz, exiliada y heredera por familia de otros exiliados como Álvaro de Albornoz y Severo Ochoa. Aurora también había vuelto a España para cuidar la democracia y sentirse amiga de los jóvenes.
La necesidad de recordar, de vivir con las enseñanzas de la memoria, nunca significó la parálisis del pasado o el desconocimiento de las realidades que están en juego cuando pensamos en el futuro. Me lo enseñó con su ejemplo otro de mis maestros, Francisco Ayala. Cuando llegó como exiliado a Buenos Aires apostó por una melancolía viva para consolidar los vínculos con el mundo hispano. Eso hicieron muchos de nuestros escritores en México, Uruguay, Venezuela, EEUU… Ayala volvió a España y su reto de exiliado fue consolidar una democracia, tomar conciencia del país en el que volvía a vivir después de pasar (y ser, y estar, y escribir) en Argentina, Puerto Rico y EEUU. ¿Para quién escribimos nosotros?, se había preguntado en 1949, haciendo que su meditación nos ayudara a comprender las dificultades de los expatriados y los pasos más íntimos y profundos de la historia. También tuve la suerte de compartir esa historia con Tomás Segovia. Nos acompañamos en los libros, las plazas y las manifestaciones en favor de una memoria democrática útil para pensar en los retos que teníamos por delante.
Todo eso forma parte de mi presente. Los viejos maestros me enseñaron a no quedarme quieto en el pasado. Por ellos aprendí, junto a la conciencia crítica de lo que nos faltaba, a valorar lo conseguido. Aprendí también que, entre el optimismo ingenuo y el pesimismo que invita a renunciar, existen una esperanza cívica y unos valores que nos comprometen. Como le gustaba decir a Ángel González al recordar los años tristes de la dictadura, conviene asumir las derrotas para no darse por perdidos.
Al leer la antología de José Ramón López García buscaba en la memoria el deseo de cuidar y recordar a mis mayores. Pero, además, comprendí la inmensa suerte de haberme sentido cuidado por ellos.
He leído estos días la antología Memoria del olvido. Poetas del exilio republicano español de 1939 (Visor, 2021) del profesor José-Ramón López García. La costumbre de leer, desde luego, es un ejercicio que multiplica la vida. Las palabras son rabos de lagartija que no se quedan quietas en su contexto. Me senté en la biblioteca para dedicar unas horas a un estudio filológico de mucho rigor con el deseo de hacer memoria poética de un tiempo ya lejano y acabé tomando conciencia de lo cerca que siento muchas cosas del ayer, cosas que son mi hoy. Cumplir años supone aprender que el pasado forma parte muy viva del presente.
aquí. La información y el análisis que recibes dependen de ti.