Los moderados

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Los moderados españoles han resultado ser muy extremistas a la hora de defender sus intereses particulares. Actúan e imponen su credo moderado sin ninguna moderación. No se trata de una novedad, desde luego. Hay páginas inolvidables de Benito Pérez Galdós, dedicadas a la historia política del siglo XIX, en las que el moderado aparece con intenciones furibundas. “A mí no me gana nadie a moderado”, grita alguien con un garrote en la mano.

Aquí no se llama moderada a la persona prudente, capaz de matizar sus ideas y de hacerlas compatibles con la realidad. Un moderado es, en nuestra política, el partidario del orden establecido. Y si este orden da muestras de disparate, justificar el disparate acaba considerándose un signo de moderación. El moderado no es el civilizado, ni el justo, ni el individuo que asume la virtud pública, sino la voz a través de la que habla el poder reinante. El moderado dice “yo soy el que modero la discusión”, a veces con garrote, a veces con ese nudo de corbata que conforman las mentiras oficiales.

Los autodefinidos como políticos moderados españoles han sido muy extremistas a la hora de convivir con el dinero negro, idear tramas de corrupción, mentir en la tribuna parlamentaria, aplicar medidas económicas hostiles al bienestar de la mayoría e invadir las instituciones públicas con sus intereses privados. La degradación radical de la democracia se produce cuando la justicia, la hacienda y los medios de información pública se convierten en cortijos del gobernante de turno.

Las élites económicas han sido más extremistas en sus exigencias que los políticos que las representan. El mundo del trabajo es el factor decisivo en la generación de civismo e igualdad democrática. Aprovechar de manera descarnada la crisis económica para un masivo deterioro laboral ha empujado sin escrúpulos a la sociedad hacia territorios de pobreza y precariedad poco compatibles con la moderación. Los moderados han puesto en quiebra el sistema que dicen defender con su avaricia. Cuando la realidad se hace incompatible con las mentiras oficiales hay que cambiar la corbata por el garrote. De ahí que el PP haya aprobado leyes mordaza, confundido la protesta legítima con el desorden público y transformado en delito el derecho de huelga.

La misma lógica que lleva a actuar de manera tal radical a los moderados hace que se consideren radicalismos peligrosos los deseos democráticos más modestos. Se invita al miedo ante actitudes sensatas, de puro modestas.

A mí no me da miedo quien pretende derogar las reformas que han liquidado el derecho laboral y el trabajo decente.

A mí no me da miedo quien dice que en invierno hace frío, que en verano hace calor y que las políticas de austeridad han sido muy negativas para la economía europea.

A mí no me da miedo quien piensa que los procesos democráticos son la única forma legítima de abordar la articulación territorial de un Estado.

A mí no me da miedo quien está cansado de vivir en un país donde el presidente de Gobierno no dimite cuando se descubre su complicidad con un tesorero corrupto.

Una campaña tediosa

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A mí no me da miedo quien está cansado de vivir en un país donde el presidente de Gobierno no dimite cuando se descubre que su partido es una verdadera asociación para el crimen organizado en comunidades como Valencia o Madrid.

A mí no me da miedo quien se escandaliza de que un ministro del Interior, descendiente orgulloso de represores franquistas, se reúna con un alto cargo policial e implique a la fiscalía con la intención de enturbiar la imagen de los oponentes políticos de su partido.

Lo único que me asusta ante el futuro es que los moderados consigan perpetuar su radicalismo en la desigualdad, la impunidad y el deterioro de los valores democráticos. Sólo es peligrosa la realidad que se pudre bajo las mentiras.

Los moderados españoles han resultado ser muy extremistas a la hora de defender sus intereses particulares. Actúan e imponen su credo moderado sin ninguna moderación. No se trata de una novedad, desde luego. Hay páginas inolvidables de Benito Pérez Galdós, dedicadas a la historia política del siglo XIX, en las que el moderado aparece con intenciones furibundas. “A mí no me gana nadie a moderado”, grita alguien con un garrote en la mano.

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