La actualidad política nos lleva cada día a discutir sobre los procesos electorales, la abstención, los programas ideológicos, las crispaciones, el aumento de la extrema derecha y el comportamiento acertado o fallido de los líderes. Sin embargo, para valorar el futuro de la democracia todos estos posibles asuntos necesitan relacionarse con una cuestión anterior: el propio sentido de la política.
Razones para meditar encontramos en hechos significativos como el aumento de la abstención, la indiferencia o el desprecio. La posibilidad de abandonar el compromiso con las urnas por un día de playa es una inquietud que se convierte en certeza: el desprestigio de la política, la sensación de que los votos tienen poco que ver con nuestras vidas cotidianas. Este desprestigio es una de las amenazas más graves para la democracia. Recordemos una vez más el famoso consejo que daba Franco, según se cuenta, a algunos escritores dispuestos a opinar y a ministros decididos a discutir: “Haga usted como yo, que no me meto en política”. Recordemos también el consejo que Antonio Machado dio a los alumnos de su Juan de Mairena: “Vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros y, naturalmente, contra vosotros”.
El apoliticismo combatido por Machado no tiene que ver todavía con la represión dictatorial, sino con algunas costumbres características de las democracias neoliberales. Conviene tener en cuenta un número variado de razones, pero dos de ellas han alcanzado protagonismo:
- Las dinámicas asumidas por Estados dispuestos a favorecer el enriquecimiento de las élites a costa de la desigualdad y el empobrecimiento de las mayorías.
- El modo en el que los medios han tratado los escándalos de corrupción.
Los interesados en separar las palabras libertad e igualdad, es decir, los partidarios de debilitar los servicios públicos y la fiscalidad social para favorecer las manos libres de los poderes económicos, tienen fácil extender el desprestigio de la política cuando muchos sectores de la población se sienten desprotegidos. La política es un compromiso útil si sirve para consolidar el trabajo decente, la sanidad y la educación pública, unas pensiones justas, una regulación en los precios de la vivienda y la energía… Pero cuando la economía neoliberal convierte a un país y sus instituciones en un supermercado es inevitable que la política democrática sea valorada como una actividad prescindible, alimentándose, además, peligrosos discursos alternativos. El vacío social se ocupa con un sentido de pertenencia proclive a las identidades cerradas y los discursos supremacistas. No se trata de rebeldía ante el poder, sino de una mansedumbre teledirigida y furiosa.
La mayoría de las informaciones políticas imponen una dinámica de desplazamientos calculados. Un error particular o un corrupto con nombre y apellidos deja pronto de merecer una denuncia concreta para convertirse en un descrédito de la política en general. No es sospechoso un determinado político, sino la política al completo. Votar deja así de parecer útil y la democracia pierde el sostén de un sentido de pertenencia colectivo, una razón nacional fundada en las identidades abiertas capaces de invitar sentimentalmente al bien común, el diálogo, la diversidad y la convivencia.
Estas dinámicas suponen, sobre todo, un problema para la izquierda. A la derecha democrática, interesada en convertir una nación en un supermercado y un contrato social en un acuerdo de compra y venta, no le pasa factura el desprestigio de la política. Sus aspiraciones se escudan en la eficacia empresarial y el pragmatismo. No resulta extraño que un empresario como Emmanuel Macron quiera representar un remedio contra la política, es decir, contra el inevitable politicismo extremo de Marine Le Pen o Jean–Luc Mélenchon. Al presidente de Francia le sobra la política porque él se dedica a los negocios del Estado. Y cada vez hay más gente que no detecta esa forma sigilosa de hacer política que supone la consigna de evitar la política.
El problema de hoy es que tanta avaricia y tanto cultivo mediático del desprestigio de la política están poniendo en peligro la democracia y abriendo de par en par la puerta a las nuevas o viejas formas de tiranía
Pero la izquierda sí necesita la política en sus compromisos para defender la justicia social, los derechos cívicos y los servicios públicos. Así que el desprestigio de la política es un disparo contra su línea de flotación, el gran triunfo de los que intentan mantener unos privilegios sociales que no admiten ningún hermanamiento fraterno con la igualdad. El problema de hoy, también para la derecha, es que tanta avaricia y tanto cultivo mediático del desprestigio de la política están poniendo en peligro la democracia y abriendo de par en par la puerta a las nuevas o viejas formas de tiranía
La actualidad política nos lleva cada día a discutir sobre los procesos electorales, la abstención, los programas ideológicos, las crispaciones, el aumento de la extrema derecha y el comportamiento acertado o fallido de los líderes. Sin embargo, para valorar el futuro de la democracia todos estos posibles asuntos necesitan relacionarse con una cuestión anterior: el propio sentido de la política.