Cine

¡Que vienen los Querejeta!

Elías Querejeta.

Nativel Preciado

Elías Querejeta Gárate tuvo siempre un punto de timidez, quizá pudor, que le hacía parecer más hermético, serio y reservado de lo que fue. Como todos los tímidos, a veces parecía distante, aunque a mí me resultara muy cercano. Entre otras cosas porque en los últimos tiempos éramos vecinos del madrileño barrio de Salamanca y nos parábamos a charlar en la calle o coincidíamos en Imanol, un restaurante tan vasco como el propio Elías, que presumía de tener en su árbol genealógico los 37 primeros apellidos vascos. Me hacía mucha gracia escucharle cómo, a modo de letanía, los recitaba de memoria. Hace pocos meses (no sabía que iba a ser mi último encuentro con él) coincidimos en el barrio y, después de tomar un vino, le obligué a recordarlos otra vez. Y siempre, para rematar las risas, me contaba uno de sus habituales chistes de vascos.

Muere el cineasta Elías Querejeta

Muere el cineasta Elías Querejeta

Todo empezó hace un cuarto de siglo, cuando quise escribir una semblanza del cine español a través de su propio testimonio. Le gustó la idea, siempre que no le situara de protagonista, por esa aversión luminosa a ponerse delante de los focos. Iniciamos las conversaciones en la mesa reservada permanentemente a su nombre en La Ancha y accedió a contarme sus recuerdos infantiles, porque decía: “La esencia de la vida se concentra en los primeros años”.

Y fue así como supe que al lugar donde nació, Hernani, le llamaban la pequeña Rusia a partir de la revolución de octubre de 1934, porque había por allí mucho rojo. Desde la torre de su casa familiar, situada en la parte alta del pueblo, los cinco hermanos Querejeta, cuatro chicos y una chica tan salvaje como los demás, salían en estampida y, a toda velocidad, cruzaban el paseo de Los Tilos hacia las escaleras de la estación y arrastraban al resto de la cuadrilla hasta llegar al tren con destino a San Sebastián. Los vecinos del pueblo se asomaban a los balcones y gritaban: “¡Cuidado, que vienen los Querejeta!”. Elías, que era el segundo de la saga y aprendía en los libros de química de su padre, enviaba a su hermana Arantxa a comprar en la farmacia los productos necesarios para fabricar explosivos. El divertimento consistía en poner las bombas en los railes de las vías del tren y asistir desde una distancia prudencial a un fabuloso espectáculo de fuegos artificiales. Más de una vez, la gente tuvo que huir despavorida, mientras el tranviario daba la voz de alarma: “¡A los Querejeta! ¡Han sido los Querejeta!”.

Elías estaba muy orgulloso de lo que consideraba sus máximas hazañas: liderar aquella temible cuadrilla de Hernani y ser jugador de futbol de Primera División. Formó parte del equipo de la Real Sociedad donde llevó a cabo una gesta inolvidable para los anales de la historia del club: el gol que el 9 de octubre de 1955 marcó al Real Madrid de Di Stéfano y Gento. Luego se dedicó al cine, pero como siempre fue un hombre de acción, apenas quiso hablar de sus compromisos políticos y de sus proezas cinematográficas. Ahora su hija Gracia, tristemente en solitario, continúa la saga de los Querejeta, por suerte para quienes les queremos y, sobre todo, para el cine español.

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