Coser el país con hilo verde

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Alberto Rosado del Nogal | José Errejón

Cuenta el mito que una ardilla podía cruzar la península ibérica de rama en rama, sin tocar el suelo, por los frondosos bosques que nuestro territorio albergaba. Como si de un cuento homérico se tratase, los “poetas” crearon y reprodujeron esta fábula con el mismo fin del mito de la Grecia clásica: mantener y garantizar el imaginario colectivo que aseguraba su supervivencia. Aunque los sofistas y los más famosos Sócrates y Platón ganaron la batalla con su logos, ni el mito se pasó de moda ni ha dejado de funcionar. Existe y, además, es necesario. El imaginario de España se estrecha y se fractura cada vez más, no con grietas catastróficas que hundirán a nuestra civilización, sino con sentidos contrapuestos y hasta antidemocráticos que incompatibilizan no solo su reconstrucción, sino hasta la convivencia de sus habitantes. Las heridas todavía sangrantes de una crisis económica −que atravesó a todas las capas sociales, especialmente las bajas y medias− junto con una crisis territorial sin precedentes en la democracia española ha provocado 1) una ruptura difícilmente reversible del contrato social español y, a la vez, 2) un desprestigio de la importancia de lo urgente o de la urgencia de lo importante.

La pregunta que emerge al calor de los tiempos que corren es la siguiente: ¿cómo se cosen las heridas de España? Primeramente, se justifica la pregunta: se coserá porque no pueden ser permanentes; son heridas porque han agudizado la desigualdad y la mala convivencia; y es un problema español por la especificidad de sus características geográficas y político-territoriales. Si el mito de la ardilla ya no funciona para unir(nos), actualicémoslo al siglo XXI. ¿Qué tal si ahora la ardilla pudiera recorrer la península de placa solar en placa solar? Apuntemos a esa dirección.

Los programas electorales de los partidos y, especialmente, su acción política −tanto del gobierno como de la oposición− nunca ha tenido un especial interés por lo verde. Por suerte los tiempos están cambiando: empiezan a aparecer ejes centrales verdes en los programas electorales y ejemplos en esta dirección en nuestro entorno europeo. Lo verde no puede ser nunca más un añadido, sino el protagonista tanto de las intenciones y las acciones políticas como del imaginario de progreso que supera al imaginario reaccionario que va cavando trincheras en el mundo. Para aterrizarlo mejor con un ejemplo fuera del ecologismo: a Abascal no solo se le vence discutiendo sobre el peligro de las armas con datos −que también− sino obligándole a sumarse a una transición energética limpia que dé empleo a nuestras hijas, primos, padres y amigas. No ha ocurrido en España que nuestra sensación de inseguridad sea alta, pero sí que los hijos son más precarios que sus madres. Aprovechemos los numerosos clavos que todavía no arden para romper con los mantras que ocupan demasiado tiempo en nuestras conversaciones: hablemos menos de Torra y centrémonos más en la Tierra.

Tenemos una hermosa y operante oportunidad para coser todas las heridas sin la obligatoriedad de usar los hilos que nos han traído hasta aquí. Esos hilos son necesarios en cualquier operación, pero seguramente sean insuficientes. El hilo conductor deberá hablarnos de un país, España, con una educación ambiental promovida por el propio alumnado y sus Fridays for Future y guiada por unos Profes por el futuro que entienden mejor que nadie que todo cambio necesita de una educación pública de calidad preocupada por los retos del presente y del futuro. Un país cuyas administraciones públicas sean ejemplares en materia de sostenibilidad: que contraten energía con empresas verdes frente a aquellas que más contaminan o que privilegie sus contratos con la economía que más favorece al medio ambiente como con la compra pública de alimentos saludables y sostenibles, por poner algunos ejemplos.

Debemos centrar la mirada en compartir nuestra electricidad verde producida por unos tejados solares que configurarán el paisaje aéreo de nuestros hogares. Cuantos más paneles, más democracia, y qué otra cosa salvo la democracia podrá restablecer los puentes entre territorios. Hablemos de un país que aplica y transforma sus refranes: del “no es más limpio quien más limpia sino quien menos ensucia”, pasemos a “no es más sostenible el que más energía renovable genera, sino quien menos energía consume”.

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Para eso se necesita una rehabilitación energética de edificios que crearía cerca del millón de empleos en una década. Y no pasemos por alto qué ha significado la cultura del ladrillo: alrededor del 20% de nuestras emisiones de CO2 pertenecen al sector industrial, dentro del cual el cemento aumentó en los últimos años un 2,6% y la metalurgia un 5,2% (ambos clave en la construcción de edificios). La bioconstrucción podría ser una de nuestras señas de identidad en Europa y convertir el ladrillo en madera como algunos países empiezan a demostrar. Pensemos en un país con un tren asequible, sin ciudades olvidadas y que nos permita viajar a las diferentes provincias sin contaminar ni pagar demasiado. Qué mejor manera que fomentar la fraternidad entre lugares que el turismo interno en un medio de transporte rápido y limpio. Cambiemos la industria del carbón por la de renovables para unir lazos: el norte de España a veces se ve amenazado por las exigencias de un gobierno central que, valga la redundancia, centraliza sus propuestas. Que la justicia y la generosidad vayan de la mano para no condenar a ninguna familia al abismo en el futuro más próximo: mantener la industria del carbón es pan para hoy y hambre para mañana, construyamos los puentes cooperando en una reindustrialización energética que asegure el pan para muchos años.

Sigamos siendo ejemplo de alimentación sana y sostenible: una agricultura ecológica y de cercanía junto con una ganadería extensiva aumentaría la calidad de nuestros productos y los recursos de la caja común, mejoraría nuestra salud y ayudaría a reducir emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). España siempre ha sido envidiada por su dieta mediterránea, transformémosla manteniendo su esencia en una dieta mediterránea-climatariana: equilibrada y pensando en el clima. No podemos pensar un país como España sin su gran pulmón humano y ambiental: la España vaciada, la rural, la no urbana, la de nuestras abuelas, la de nuestros padres, la de los fines de semana o en la que viven 7,5 millones de personas que son sistemáticamente olvidadas por nuestros gobiernos. Esa España vertebradora de familias, amigos, gastronomía, sector primario, parques naturales y anécdotas debe ser el pegamento que fije los cimientos de un país renovado e innovado.

Por cerrar con ideas de la filosofía clásica, y usando fórmulas aristotélicas: que la España en acto no paralice la España en potencia. Que lo que podemos llegar a ser supere a lo que somos, incluidas las brechas difícilmente reparables a las que nos enfrentamos. Cuanto más tiempo dediquemos a cuestiones identitarias excluyentes, menos tiempo nos quedará para unir el país en lo urgente e importante. No queremos decir que el abordaje de la cuestión territorial y de identidad no tenga que darse, sino que una palanca verde es idónea para que la política no gravite, continuamente, sobre banderas, sino sobre proyectos que incluyan, mejoren y den confianza a amplias capas sociales de nuestro país. Porque España puede ser cosida con un hilo verde. Hagámoslo. _________________Alberto Rosado del Nogal es doctorando en Ciencias Políticas en la UCM y José Errejón es administrador civil del Estado

Cuenta el mito que una ardilla podía cruzar la península ibérica de rama en rama, sin tocar el suelo, por los frondosos bosques que nuestro territorio albergaba. Como si de un cuento homérico se tratase, los “poetas” crearon y reprodujeron esta fábula con el mismo fin del mito de la Grecia clásica: mantener y garantizar el imaginario colectivo que aseguraba su supervivencia. Aunque los sofistas y los más famosos Sócrates y Platón ganaron la batalla con su logos, ni el mito se pasó de moda ni ha dejado de funcionar. Existe y, además, es necesario. El imaginario de España se estrecha y se fractura cada vez más, no con grietas catastróficas que hundirán a nuestra civilización, sino con sentidos contrapuestos y hasta antidemocráticos que incompatibilizan no solo su reconstrucción, sino hasta la convivencia de sus habitantes. Las heridas todavía sangrantes de una crisis económica −que atravesó a todas las capas sociales, especialmente las bajas y medias− junto con una crisis territorial sin precedentes en la democracia española ha provocado 1) una ruptura difícilmente reversible del contrato social español y, a la vez, 2) un desprestigio de la importancia de lo urgente o de la urgencia de lo importante.

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