Permítanme que hoy no hable de Milicia y que abra un poco más el objetivo hacia Democracia, ya que ambos términos conforman y configuran la asociación en que milito. La reflexión que me permito compartir es sobre la sociabilidad. Es incuestionable que el ser humano es un ser social. La pertenencia al grupo nos condiciona. Determinados comportamientos se ven modificados por la necesidad de la pertenencia al grupo o la aprobación dentro del mismo. Incluso de una forma sutil seguimos aún sintiendo el peso de una jerarquía interna que se refleja en la mayoría de las construcciones sociales humanas, en algunas de forma muy evidente (por ejemplo el Ejército) y en otras más sutiles (por ejemplo en las relaciones laborales o asociativas).
Pero, ¿cómo nos acercamos al grupo los seres humanos individualmente? Creo que hay dos vías de entender el grupo. Una con mayúsculas EL GRUPO, en la cual ese Grupo está dotado en sí mismo de unas características propias e inmutables (o casi) que no pueden ser discutidas por quienes pertenecen al mismo. La fijación de esas características se parece mucho al famoso (y cruel) experimento de los monos, los plátanos y el chorro de agua helada. Viene de un pasado lejano e inalcanzable, debidamente maquillado y engrandecido.
Este Grupo determina el comportamiento de sus integrantes. Los principios del Grupo son inmutables o se mueven a una lentísima velocidad. Así los integrantes del Grupo sólo tienen dos opciones: o comportarse como mandan los cánones del Grupo o abandonarlo.
Esta última opción no siempre es sencilla, ya que los integrantes del mismo están ligados por lazos que en muchas ocasiones son muy difíciles de obviar o de romper (nacionalidad, sometimiento a una disciplina, vínculos legales, etc.). Para la mayoría de sus integrantes presenta muchas ventajas. No necesitan analizar, todo les viene analizado por el Grupo o, mejor dicho, por quienes dominan el Grupo. El sentimiento de pertenencia está resuelto. No hay dudas o apenas las hay y se resuelven mediante la invocación de los principios fundamentales. Además este tipo de Grupos son “lo mejor”. No se come como en España. La gente de mi pueblo son los más hábiles. Mi familia es un modelo. Mi partido político no tiene casos de corrupción, y quien lo afirma se lo inventa. Mi ejército es el más valiente, lleno de gestas heroicas. Mi equipo de fútbol es el mejor y si no lo es objetivamente es porque los árbitros y la federación han montado un complot para que no lo seamos. Mi dios es el mejor, el más justo, el más clemente.
En este tipo de Grupo no cabe la disidencia ni un pensamiento alternativo. Es así porque así ha sido siempre. Quienes componen este Grupo no se sienten simples números, sino aliados con los demás miembros del Grupo porque ese Grupo es el no va más. El pensamiento general de este Grupo, sus valores, son conservadores, porque es conservar las “esencias” lo que le hace distinto y superior. Los dirigentes de este Grupo fomentan este tipo de pensamiento, sin ofrecer muchas veces un ideario claro. Bastan unos cuantos mensajes de refuerzo emocional dirigido a provocar sentimientos, para concitar la unión del Grupo. Es el “a por ellos” porque los demás grupos tratan de cambiar lo que es perfecto o casi perfecto en el mío. España como objetivo, aunque no se sepa cómo tiene que ser España si no es por la negación del resto de nacionalidades. Cataluña es el fin sin que se sepa muy bien cómo ha de ser esa Cataluña, más allá de lo opuesto a los tiranos que nos gobiernan desde Madrid. Mi iglesia es la mejor aunque la pederastia concite todos los “pecados” que condena (sexo, abuso de posición dominante, homosexualidad, minusvaloración de la mujer), porque esos “son unos pocos”. Miles pero pocos.
El reconocimiento de cada individuo
La otra concepción de un Grupo parte del reconocimiento de cada individuo, y se define por la suma de las ideas de cada individuo. Normalmente coincidirán en ciertos valores, en ciertas esperanzas. No dejarán de ser un Grupo, y tendrán unos dirigentes, pero su cohesión no viene de compartir los valores del Grupo, sino valores personales. Por decirlo de una forma gráfica, se construye de abajo hacia arriba. Eso genera a menudo tensiones. Es un Grupo mucho más abierto, menos coherente. El vínculo de los individuos con el Grupo es personal construido por sus integrantes, no es una adhesión. Eso con mucha frecuencia provoca rupturas. A veces por nimiedades o por cuestiones que no son de fondo. Sus integrantes frecuentemente no sienten su Grupo como “el mejor” sino como aquél que les presenta más rasgos afines o incluso como el menos malo.
Suelen ser Grupos menos conservadores, porque están en dialéctica constante, dispuestos a modificar los valores en función de lo que piense la mayoría de sus integrantes. Con ello el sentimiento de pertenencia es mucho más flojo y flexible. Estos Grupos se abandonan con más facilidad, a veces con demasiada. Por ello el sentimiento de pertenencia está menos fijado en sus integrantes. Es difícil establecer una tipología concreta de estos Grupos porque su propia dinámica y flexibilidad les hace pasar de un lugar a otro con cierta frecuencia. Aunque lo que sí tienen claro los integrantes de este tipo de Grupo es a qué otros Grupos no quieren pertenecer, lo que hace que en el fondo subyazga un rechazo que ayuda a su cohesión.
La ortodoxia del primer Grupo da seguridad y por ello es bueno para personas sin demasiadas aspiraciones, que buscan el orden y la estabilidad y les importan menos sus convicciones personales o asumen las grupales como propias. Eso les hace difícil entender los mecanismos de los grupos “rivales” que para ellos son, realmente, enemigos. Atacar a su Grupo es hacer que se tambaleen las firmezas que el Grupo les ofrece y por ello luchan denodadamente para que nada cambie o si cambia que sea muy poco a poco. La heterodoxia del segundo Grupo lleva sus integrantes a cuestionarse todo o casi todo, así que carecen de la firmeza necesaria para establecer unas bases “duraderas”, pero tampoco las quieren porque sentirían que les constriñen. Curiosamente cuando algunos de sus cánones se coinvierten en inmutables, van cambiando su forma de entender la vida, y pueden llegar a ser conservadores, a convertirse en un Grupo del primer tipo, aunque pierdan en el camino a muchos de sus integrantes.
El problema es cuando dos de los Grupos del primer tipo colisionan. Porque carecen de la necesaria flexibilidad y empatía para resolver problemas. Cada cesión la viven como una renuncia insoportable, por lo que no renuncian a nada. La historia de la humanidad que conocemos está ligada a conflictos entre ese tipo de Grupos, o al intento de dominación de uno de ellos sobre todo el mundo. Tienen una vocación de universal sometimiento. El Grupo lo es todo, y ciega a sus integrantes. Está en el origen de todo porque, siendo el mejor, no ven la necesidad de que el Grupo renuncie a nada, y las renuncias personales de sus integrantes se ven como una victoria del Grupo. Estos Grupos ciegos a sus integrantes acaban dominando la vida social en tiempos históricos de crisis porque ofrecen un refugio seguro y cómodo. Idealizan su pasado. Personifican las gestas antiguas e incluso las falsifican. Sus integrantes llegan a creerlas porque no utilizan la capacidad crítica del ser humano. Esa capacidad disminuye mucho cuando los niveles de bienestar desaparecen o se ven fuertemente disminuidos.
Estamos viviendo uno de esos momentos. Y no sólo en España. Esos Grupos monolíticos son exofóbicos, odian cuanto les rodea por temor a que contaminen sus principios inmarcesibles. De ahí nace su xenofobia, su desprecio por las culturas, entendidas como formas de vida, diferentes a la propia. Si suelen ser muy reacios a los cambios, en estos momentos la reacción al cambio es fortísima. Y si se produce algún cambio es para reforzar el núcleo de sus creencias, un cambio hacia adentro, hacia lo más profundo de la propia creencia. Y aunque el movimiento no es exclusivo de España, conviene no olvidarlo en las próximas elecciones. Que no nos hablen de grandes fines, sino de qué costará alcanzarlos. De qué le costará a cada miembro del Grupo.
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El problema es que esa es una labor que nunca hará el Grupo ni, por supuesto, sus dirigentes. Esa es una labor para el otro tipo de Grupos, que deben influir socialmente para destapar el truco, la falsedad bajo los discursos grandilocuentes. Pero estos se ven también contaminados por ese “viajar hacia adentro”, y en lugar de construir puentes para que las personas los transiten, crean grupúsculos destinados a ser el faro de los ideales. Así que en lugar de hablarle a cada persona, le hablan sólo a “su gente”. La escasa educación humana y social no ayuda. La base mental de los Grupos (en los de ambos tipos) siguen siendo bases primitivas enraizadas en lo más profundo de nuestro subconsciente. Hemos sido tribus y países que luchaban entre sí por el progreso propio hasta hace cincuenta años (aún se lucha pero de forma más larvada, menos virulenta), no pensaban en que la cooperación podía hacer más fácil avanzar. La cooperación es un “invento” reciente.
Si en las próximas elecciones triunfa uno de esos Grupos exófobos, o una unión de ellos (que lógicamente se unirán por la parte más cerrada) puede que algunos miembros del otro tipo de grupos se pregunten cómo ha sido posible. Muchos culparán a los integrantes de otros grupos abiertos. Buscarán culpables. Y se acusarán mutuamente. Y entre tanto los Grupos exófobos y autoritarios seguirán ganando adeptos. Porque pensar y decidir cuesta mucho trabajo. Y enseñar a hacerlo es una tarea casi inalcanzable. Sobre todo si no se coopera y se fía todo a la pureza de las ideas.
Quizá estemos aún a tiempo. O necesitemos una regresión para despertarnos. En el país de los tres millones de parados, del pago a nuestra costa del rescate a los bancos, de la sociedad “de mercado” que se mueve por dinero, de pensiones indignas por abajo y por arriba, del desprecio a la mujer y el asesinato a que lleva (¿para cuándo una asociación de víctimas del machismo asesino, igual que las hay del terrorismo?), de los cargos públicos que no nos representan y se llevan el dinero de nuestros impuestos a espuertas, de las condiciones inhumanas para el trabajo de los jóvenes, o encontramos pronto un discurso que nos lleve hacia una sociedad más reflexiva con personas conscientes de sí mismas que sepan que el Grupo es la unión de sus individuos y no ese lugar donde la gente hace lo que otros le dicen o le ordenan, o perderemos otras cuatro décadas discutiendo si son galgos o podencos.
Permítanme que hoy no hable de Milicia y que abra un poco más el objetivo hacia Democracia, ya que ambos términos conforman y configuran la asociación en que milito. La reflexión que me permito compartir es sobre la sociabilidad. Es incuestionable que el ser humano es un ser social. La pertenencia al grupo nos condiciona. Determinados comportamientos se ven modificados por la necesidad de la pertenencia al grupo o la aprobación dentro del mismo. Incluso de una forma sutil seguimos aún sintiendo el peso de una jerarquía interna que se refleja en la mayoría de las construcciones sociales humanas, en algunas de forma muy evidente (por ejemplo el Ejército) y en otras más sutiles (por ejemplo en las relaciones laborales o asociativas).