El disputado voto del agricultor Cayo

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Álvaro Gaertner

Hace unos años le pregunté a una amiga mía, hija de un agricultor de tomates, cómo los cultivaba su padre. Yo tenía interés en saber si los cultivaba de manera ecológica, si se lo había planteado alguna vez o qué técnicas utilizaba. Ella me contestó que su padre utilizaba fertilizantes y pesticidas sintéticos, y, a lo largo de la conversación, se vio que no sólo utilizaba las formas de cultivo de la agricultura convencional sino que ambos, su padre y ella, no podían concebir cómo se podía cultivar tomates de otra manera. Años después estuve de visita en la granja de otra amiga mía, cuyo padre también es agricultor, y él cultivaba, entre otras plantas, tomates, de una manera completamente ecológica y sin el uso de fertilizantes o pesticidas sintéticos. Al preguntarle cómo se decidió a cultivar su parcela de manera ecológica y cómo aprendió a hacerlo, me comentó que había estudiado biología y que ahí aprendió cómo se relacionan las distintas plantas entre ellas y con su entorno, sus impactos en el suelo y en las plagas y muchas de las cosas que después le ayudaron a poder cultivar de manera ecológica con éxito. Estas dos historias, que a las lectoras les pueden parecer de entrada dos anécdotas personales sin relevancia alguna, adquieren una relevancia política a la luz de los retos a los que nos enfrentamos en los próximos años.

Para empezar a ponernos en contexto, basta recordar que, a nivel mundial, las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la agricultura, la ganadería y los cambios de uso de la tierra supusieron un 24% de las emisiones en 2010, de acuerdo al IPCC. En España, a su vez, las emisiones de los sectores agrícola y ganadero, sin contar con los cambios de uso del suelo, suponen alrededor de un 11% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero. Ante esta situación, el nuevo Gobierno, en su declaración de emergencia climática, ha situado como objetivo lograr una agricultura neutra en lo referente a emisiones de gases de efecto invernadero, y eso nos sitúa ante la necesidad de transformar el modo de producción, distribución y consumo de alimentos imperante. Es en este punto donde las historias de los padres de mis amigas empiezan a cobrar relevancia.

La historia del padre de mi primera amiga la podemos trazar hasta mucho antes de que él empezara a cultivar, hasta los comienzos de la Revolución Verde y de la implantación y extensión de la agricultura industrial por todo el globo. Este proceso se apoya en varios pilares, entre los que destacan la mecanización de la agricultura, el uso de agroquímicos, la reducción, selección y estandarización de las variedades de las plantas utilizadas en la agricultura o el uso generalizado del riego. Esta manera de cultivar es hegemónica actualmente en el mundo y tiene la ventaja de que sus técnicas estandarizan la agricultura, con todas las ventajas que ello supone a nivel económico. Por ejemplo, estas técnicas permiten la existencia de grandes monocultivos, algo muy coherente con la especialización imperante en la producción de la práctica totalidad de los productos fabricados en este mundo. Estos monocultivos permiten, entre otras cosas, hacer uso de economías de escala o el uso de maquinaria muy especializada con el objetivo de ahorrar costes. Sin embargo, los grandes monocultivos tienen una gran desventaja, esto es, que no son naturales.

En la naturaleza, un ecosistema que consistiese fundamentalmente en una sola planta no sería un ecosistema estable y resiliente, sino uno siempre al borde del colapso. Esto es así porque, ante tal concentración de una única planta, los enemigos naturales de esa planta rápidamente harían su aparición, y no se encontrarían con la resistencia que ofrecen otras plantas o especies que pudiesen frenarlas en su depredación del monocultivo. De la misma forma, un suelo colonizado por una única especie, que en muchos casos tiene ciclos de cultivo de un año, es un suelo que se va desgastando poco a poco y que no tiene los elementos para mantener su fertilidad en el largo plazo. Frente a todos estos problemas, sin embargo, la agricultura industrial tiene formas de hacer que ese ecosistema tan poco natural pueda mantenerse en el corto e incluso en el medio plazo. De esta forma, frente a las plagas usa pesticidas, frente al agotamiento del suelo y la pérdida de su fertilidad usa fertilizantes y frente a la posible escasez de agua debido a las escasas precipitaciones o, lo que es igualmente importante, a la escasa capacidad de absorción del suelo, usa el riego.

En el largo plazo sabemos que estas técnicas no solucionan los problemas sino que más bien los complican, ya sea por la extinción de las los insectos polinizadores como las abejas provocados por los pesticidas o el empeoramiento de la calidad del suelo al que conducen la mayoría de las técnicas, pero como dice la cita atribuida a Keynes, en el largo plazo todos estaremos muertos. Además este sistema cuenta con otra ventaja añadida, que la hace muy atractiva para las grandes empresas del sector agrícola. Estas técnicas, en sus consideraciones básicas, se pueden aplicar para casi todos los cultivos en casi todas las regiones del planeta. De esta forma, las grandes empresas agrícolas y muchos grandes agricultores pueden actuar más o menos como si sus empresas fuesen fábricas de coches o cualquier otro producto manufacturado, en las que simplemente tienen que calcular el coste de los insumos que van a utilizar y el coste del capital, la maquinaria y el trabajo que van a necesitar para producir, y ver si la venta de lo que se produzca permite conseguir un beneficio adecuado. Esto les permite no tener que actuar como un agricultor tradicional o uno ecológico tendría que hacerlo, es decir, conociendo el suelo de los lugares que quieren cultivar, los impactos que sus cultivos tendrán en él y cómo minimizarlos, las maneras naturales de defensa que tendría un ecosistema frente a las plagas que amenazasen esos cultivos, etc. Todas estas características hacen que la agricultura industrial sea hoy la forma dominante de producción de alimentos en el mundo, y su hegemonía ha hecho que incluso pequeños productores como el padre de mi amiga piensen que no hay alternativa a esa manera de producir y a la dependencia del agronegocio que ello supone.

Esta es la situación de la que se parte, y la que tendrá que afrontar el Gobierno si quiere de verdad conseguir que la agricultura logre tener un impacto climático neutro o positivo. A la hora de afrontar este reto es cuando el Gobierno tendrá que aprender de la historia de mi segunda amiga. Él, a la hora de ver cómo llevar a cabo su actividad agrícola, no tomó su decisión porque ningún gobierno le obligase a actuar de una manera que él no quería, sino que tomó su decisión de producir alimentos de manera ecológica en base a sus convicciones ecologistas, a sus conocimientos de biología y a su convicción de que podía ser una actividad lo suficientemente rentable como para mantener a una familia. Esto, además, no es sólo la experiencia de un hippie ecologista, sino que el conocimiento del funcionamiento del ecosistema que se quiere utilizar para la producción de alimentos permite, en muchos casos, reducir los costes, producir alimentos ecológicos y aumentar la rentabilidad. Un ejemplo claro de esto se puede ver en los cultivos integrados de arroz en Asia, que utilizan patos y otros animales para controlar las plagas y las malas hierbas que pueden surgir en los campos de arroz. De esta forma, evitan la utilización de pesticidas, ahorran trabajo y crían unos patos que pueden ser, a su vez, una fuente de alimento.

De esta forma, el conocimiento de los ecosistemas de los que forman parte los cultivos tiene que formar parte de una transición justa de la agricultura española hacia la agricultura ecológica. Esto tiene varias implicaciones. Por un lado, como hemos visto en el caso del padre de mi primera amiga, en muchos casos todas las personas implicadas en el proceso de producción de alimentos, desde los agricultores hasta las ingenieras agrónomas, se han socializado en entornos en los que la agricultura industrial es hegemónica. Eso significa que, en muchos casos, el primer problema que hay que afrontar para cambiar el sistema es que esas personas no son siquiera capaces de imaginar cómo podría la producción de alimentos como actividad económica funcionar de otra manera.

De esta forma, el Gobierno tendrá que poner en marcha planes de formación para recapacitar a los agricultores y las agricultoras, de tal manera que aprendan cómo funcionan los distintos ecosistemas, cómo recupera el suelo los nutrientes necesarios para los cultivos, qué plantas y animales se pueden combinar para combatir las plagas y cómo y dónde pueden encontrar información sobre todos estos temas y otros muchos más. De la misma forma, tendrá que poner en marcha planes de acompañamiento para aquellos que quieran transformar sus explotaciones a la agricultura ecológica, haciendo que los agricultores puedan tener acceso a expertos y conocimientos concretos sobre sus parcelas a los que difícilmente podrían tener acceso de otras maneras. Además, también deberá apoyar la investigación en temas relacionados con la agroecología y el conocimiento de los ecosistemas, ya que son áreas de las que todavía nos queda mucho por conocer y cuyos conocimientos pueden ser muy útiles para transformar la agricultura industrial en una agricultura ecológica y rentable.

Todo este proceso de ganancia y extensión de conocimientos necesitará de un esfuerzo considerable, tanto de la Administración como de los agricultores, y por lo tanto será un proceso que no se pondrá en marcha por sí solo. De esta forma, no será suficiente con que la Administración ponga a disposición de los agricultores planes de formación y planes de acompañamiento, sino que deberá utilizar palos y zanahorias para empujar a los agricultores a hacer el esfuerzo de formarse y de adoptar ese cambio en su manera de producir alimentos. De esta forma, en primer lugar el Gobierno deberá incentivar la transformación de las explotaciones convencionales en agroecológicas. Para ello podrá utilizar la Política Agraria Común, que será renegociada y redefinida en los próximos meses a nivel europeo y que se deberá utilizar para impulsar la transformación de nuestra agricultura y no para dar subvenciones a grandes terratenientes, cómo se ha utilizado en parte hasta ahora.

También podrá utilizar otras herramientas, como la promoción de los sistemas de garantía participativa (SPG) para las pequeñas explotaciones. Estos sistemas funcionan de tal manera que la comunidad local de agricultores, consumidores y expertos controlan y certifican que un determinado agricultor respeta los estándares de producción orgánica. Ademas, estos sistemas también se encargan de formar a los agricultores y actúan como cooperativas a la hora de vender los productos. De esta forma, estos sistemas permiten a sus miembros acceder a los beneficios de la producción orgánica, como mayores precios, sin tener que afrontar los grandes costes burocráticos y monetarios de la certificación orgánica estándar. Además, estas herramientas permiten reducir intermediarios y acortar la cadena de valor de los alimentos producidos por los pequeños agricultores, incrementando así el porcentaje del precio final de los alimentos con el que se quedan los agricultores y dando así respuesta a una de las principales reivindicaciones de los agricultores que estos días se manifiestan (*).

Con estas estrategias se puede conseguir crear un ejército de agricultores pioneros, que estén dispuestos a utilizar la oportunidad de las subvenciones y las facilidades para transformar sus explotaciones y que puedan demostrar a los más escépticos que esta transformación es posible. De esta manera, una vez la gente ya haya visto que este cambio es factible, el gobierno podrá poner en marcha el palo y los instrumentos coercitivos, obligando a los demás a que realicen esta transformación pero enfrentándose a una menor resistencia que la que hubiese afrontado si no hubiesen visto antes que se podía hacer. Estos instrumentos coercitivos pueden consistir, entre otros, en un endurecimiento de los estándares mínimos de producción, que hagan que la única forma posible de producir alimentos sea la producción ecológica. Esta misma estrategia se puede utilizar para reducir el consumo de agua en aquellas cuencas hidrográficas que no dispongan de ella, como aquellas que actualmente se benefician del trasvase Tajo-Segura. De esta forma, el Gobierno podría conseguir sus objetivos ecológicos con una menor resistencia en Murcia o la Comunitat Valenciana.

De esta forma, el Gobierno tendría que intentar crear primero, a través de incentivos económicos, formación y acompañamiento, una base de agricultores que hiciesen todas las transformaciones necesarias para reducir su consumo de agua y seguir siendo rentables. Una vez conseguido este objetivo el resto de los agricultores de la zona verían que esa transformación es posible y el Gobierno podría tomas medidas para acabar de manera paulatina con el trasvase, obligando en la práctica al resto de los agricultores a sumarse a la transformación. En definitiva, el Gobierno deberá ser inteligente, haciendo que ésta no sea una transformación hecha contra los agricultores sino una transformación hecha con su participación y, en la medida de lo posible, con su consenso o al menos el apoyo de una parte relevante del colectivo.

Por último, actuar de esta manera no es sólo una buena manera para el Gobierno de conseguir sus objetivos políticos y ecológicos, es también una manera de dar la batalla por la hegemonía en nuestro país. Para ver por qué basta retrotraernos a la Gran Bretaña de los años 80. Entonces, Margaret Thatcher y los conservadores se dieron cuenta de que aquellas personas que vivían en casas propias eran mucho más proclives a votarles que aquellos que vivían de alquiler en casas municipales. Esto les llevó a iniciar su programa de privatización de la vivienda municipal con el objetivo de convertir a los anteriores inquilinos en propietarios para conseguir cambiar sus prioridades políticas y el sentido de su voto. De esta manera, junto con muchas otras políticas lograron que sus ideas pasasen a ser el sentido común de los británicos durante más de 30 años. Eso significó que la oposición laborista, para ganar las elecciones y volver al poder, tuviese que asumir los postulados principales de las ideas de los tories, haciendo que cuando le preguntaron a Thatcher cuál había sido su mayor logro, ella respondiese que habían sido Tony Blair y el Nuevo Laborismo. De esta misma forma, en el medio rural español también se va a producir una división similar. Por un lado estarán los agricultores convencionales como el padre de mi primera amiga, que intentarán resistirse a los cambios que hay que hacer para combatir el cambio climático y adaptarse a él.

Estos agricultores son y serán una fuente de votos para la derecha y la ultraderecha, que les dirán que el cambio climático es un problema inventado o exagerado por la izquierda y que les apoyarán en su resistencia a todos los cambios que haya que hacer. Del otro lado estarán los agricultores ecológicos como el padre de mi segunda amiga, unos agricultores mucho más arraigados en sus ecosistemas locales, mucho más dependientes de ellos y por lo tanto mucho más concienciados sobre las consecuencias de la emergencia climática. Estos agricultores apoyarán la mayoría de las medidas que se quieran tomar para combatir la crisis ecológica y por lo tanto serán mucho más susceptibles de votar a los partidos de izquierda. De esta forma, la tarea de impulsar una transición ecológica y justa de la agricultura y la ganadería de nuestro país no es sólo una tarea para lograr nuestros objetivos climáticos, es una tarea más de las necesarias para cambiar este país de tal forma que la única manera de que el PP gobierne en el futuro sea asumiendo nuestro proyecto de país. Por eso, es necesario que el Gobierno se ponga manos a la obra y empiece desde ya a dar la batalla por el disputado voto del agricultor Cayo.

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  (*) Para mas informacion sobre el funcionamiento de los SPGs, pero tambien sobre las estrategias a seguir en los programas de formación o las estrategias para acortar las cadenas de valor recomiendo leer el libro de Raymond Auerbach Organic Food Systems.

Hace unos años le pregunté a una amiga mía, hija de un agricultor de tomates, cómo los cultivaba su padre. Yo tenía interés en saber si los cultivaba de manera ecológica, si se lo había planteado alguna vez o qué técnicas utilizaba. Ella me contestó que su padre utilizaba fertilizantes y pesticidas sintéticos, y, a lo largo de la conversación, se vio que no sólo utilizaba las formas de cultivo de la agricultura convencional sino que ambos, su padre y ella, no podían concebir cómo se podía cultivar tomates de otra manera. Años después estuve de visita en la granja de otra amiga mía, cuyo padre también es agricultor, y él cultivaba, entre otras plantas, tomates, de una manera completamente ecológica y sin el uso de fertilizantes o pesticidas sintéticos. Al preguntarle cómo se decidió a cultivar su parcela de manera ecológica y cómo aprendió a hacerlo, me comentó que había estudiado biología y que ahí aprendió cómo se relacionan las distintas plantas entre ellas y con su entorno, sus impactos en el suelo y en las plagas y muchas de las cosas que después le ayudaron a poder cultivar de manera ecológica con éxito. Estas dos historias, que a las lectoras les pueden parecer de entrada dos anécdotas personales sin relevancia alguna, adquieren una relevancia política a la luz de los retos a los que nos enfrentamos en los próximos años.

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