Las elecciones de 1977: el empate entre izquierda y derecha

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Llego un poco tarde, lo sé: el 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas tras la muerte de Franco fue el pasado jueves 15 de junio. El retraso, no obstante, comporta una gran ventaja: he podido leer un buen número de los artículos aparecidos sobre el tema, algunos de gran interés, otros hueros y prescindibles. El pasado domingo, Luis García Montero nos invitaba a hacer un análisis crítico, que no impugne la Transición toda, pero tampoco la sacralice blindándola frente a un juicio negativo. Me gustaría avanzar por esa vía intermedia, llamando la atención sobre algunos aspectos de las elecciones de 1977 y de la Transición que o bien no han merecido mucha atención estos días o bien han sido seriamente distorsionados. Son aspectos cruciales para poder hacer una valoración histórica basada en lo que era posible, más allá de lo que era deseable.

Primero. La ruptura no era una quimera, pero sí algo extremadamente difícil. A diferencia de lo que sucedió en Portugal y Grecia, en España el Estado no estaba en crisis. El régimen político sí, pero el Estado no. Se trataba de un Estado fuerte, con gran capacidad de control de la protesta. Por lo demás, el apoyo a la ruptura no era masivo. Aunque las encuestas de la época tienen una fiabilidad más bien limitada, los datos indican que la ruptura, frente a la reforma, no la quería más de un 20% de la sociedad.

Segundo. Sigue presentándose la celebración de las primeras elecciones de España como una especie de “hazaña política” que causó admiración y pasmo en el mundo entero y que habría servido de inspiración y ejemplo en subsiguientes procesos de democratización. En este sentido, no está de más recordar que España llegaba un poco tarde, habiéndosenos adelantado Portugal y Grecia. Además, las condiciones estructurales para la democracia estaban más maduras en España que en Grecia y Portugal. La democracia llega a España cuando el país estaba ya muy desarrollado. La única dictadura del mundo más rica que la española que haya transitado a la democracia ha sido la de Taiwan. O, con otras palabras, fueron más meritorias las transiciones griega y portuguesa, pues dado su nivel de renta per cápita, la democracia tenía una probabilidad de arraigar y consolidarse notablemente más baja que en España.

Tercero. La celebración de las elecciones de 1977 no fue ni una concesión graciosa del rey a través de Adolfo Suárez, ni fruto de un consenso entre fuerzas del régimen y de la oposición. He podido leer estos días que las elecciones fueron fruto de la concordia y entendimiento entre los diversos grupos políticos. En realidad, la oposición presionó mucho desde la calle y desde la fábrica, pero apenas tuvo capacidad de influir en las reformas que hicieron posible las elecciones. Recuérdese que la oposición de izquierdas apostó por la abstención en el referéndum de diciembre de 1976 sobre la Ley para la reforma política precisamente porque no había tenido ocasión de negociar sus contenidos con el gobierno. Entre la muerte de Franco y las elecciones, la iniciativa reformista la tuvo el gobierno todo el tiempo. Evidentemente, sin la presión desde abajo, el régimen apenas se habría movido, pero una vez decidió moverse, lo hizo por su cuenta y a su ritmo, negociando el gobierno con los jerarcas franquistas antes que con la oposición clandestina.

Tras el referéndum, hubo varios encuentros, más diplomáticos que sustantivos, entre Suárez y la Comisión de “los nueve” (que representaba a la mayor parte de grupos y grupúsculos de la oposición). Sin embargo, poco se avanzó en dicha comisión. La oposición ni siquiera pudo influir en la ley electoral, cuyas líneas generales habían quedado fijadas en las negociaciones entre el gobierno y Alianza Popular durante el debate de la Ley para la reforma política.

Tampoco la legalización del PCE fue, estrictamente hablando, una conquista de la oposición. Suárez entendió que unas elecciones sin el Partido Comunista quedarían deslegitimadas ante el mundo y además vio claro que la fragmentación de la izquierda con la presencia de PCE y PSOE le resultaba ventajosa a los intereses del gobierno.

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Cuarto. Las elecciones fueron prácticamente libres gracias a la legalización del PCE en abril de 1977, pero debe recordarse que algunos partidos a la izquierda del PCE o que se oponían a la monarquía no recibieron el permiso de las autoridades para presentarse.

Quinto. El resultado más importante de las elecciones de 1977 fue el virtual empate en términos de apoyo popular entre los partidos de derechas y los de izquierdas (dejando a un margen los partidos regionales y nacionalistas). En la derecha incluyo a AP y UCD; en la izquierda, a PSOE, PSP y PCE. Cada una de las dos familias obtuvo un 43% del voto, un empate técnico. Si PSOE y el PSP de Tierno Galván se hubieran presentado juntos, habría habido un empate entre UCD y el Partido Socialista (una vez más, las divisiones de la izquierda…). Lo que explica que después de las elecciones surgiera el consenso es precisamente este equilibrio de fuerzas entre los dos bloques. El consenso no fue una cuestión de altura de miras, de actitudes generosas y magnánimas: se explica más bien por la incapacidad de cada bloque de imponerse frente al otro. El bloque de la derecha lo intentó, pero fracaso: su primer impulso fue que la Constitución la elaborara un grupo de expertos formado por el gobierno; ante la resistencia de la izquierda, se estableció una ponencia constitucional en el congreso, pero durante los primeros meses los trabajos iban saliendo adelante gracias a la suma de los votos de UCD y AP. Sólo cuando el PSOE se plantó y amenazó con abandonar la ponencia, se recondujo la situación y se empezó a fraguar el famoso consenso constitucional.

En suma, la concordia y el consenso fueron desarrollos tardíos de la Transición, derivados fundamentalmente del empate entre izquierda y derecha en las elecciones de 1977. Antes de 1977, la Transición fue un proceso dirigido de forma interesada por un gobierno franquista que buscó la democracia, sí, pero construyéndola de acuerdo con sus intereses políticos, es decir, tratando de encontrar la forma de que las élites reformistas del franquismo sobrevivieran en el nuevo régimen democrático y controlasen el poder del Estado.

Llego un poco tarde, lo sé: el 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas tras la muerte de Franco fue el pasado jueves 15 de junio. El retraso, no obstante, comporta una gran ventaja: he podido leer un buen número de los artículos aparecidos sobre el tema, algunos de gran interés, otros hueros y prescindibles. El pasado domingo, Luis García Montero nos invitaba a hacer un análisis crítico, que no impugne la Transición toda, pero tampoco la sacralice blindándola frente a un juicio negativo. Me gustaría avanzar por esa vía intermedia, llamando la atención sobre algunos aspectos de las elecciones de 1977 y de la Transición que o bien no han merecido mucha atención estos días o bien han sido seriamente distorsionados. Son aspectos cruciales para poder hacer una valoración histórica basada en lo que era posible, más allá de lo que era deseable.

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