Europa es el problema, la OTAN no es la solución

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Georgina Higueras

El fin del comunismo, de la Unión Soviética y de la Guerra Fría acabó con la ilusión de una Europa solidaria y en construcción, una Unión Europea cimentada en valores labrados a través de siglos de dolorosa historia compartida. En contra de la estúpida tesis de Fukuyama sobre el fin de la historia, el continente vuelve a asomarse al abismo de fanatismo y destrucción que lo recorrió en la primera mitad del siglo XX. Los fantasmas que sembraron el odio en el pasado reaparecen para instalarse sobre una UE entumecida, sin líderes valientes, capaces de jugárselo todo, no en provecho personal, de su partido o de su país, sino en beneficio de las generaciones futuras de europeos.

La crisis de 2008 se cebó en una UE a medio construir, que en lugar de buscar soluciones comunes dejó que crecieran las plagas que la enfermaron en el pasado. Xenofobia, nacionalismo y populismo se expanden y contagian sin control, inhabilitando la política y la tolerancia de los gobiernos para ceder a Bruselas la soberanía necesaria capaz de impulsar una voluntad integradora que pueda sanar a la tambaleante Unión.

La crisis de la inmigración, la del déficit, la del terrorismo yihadista, la de las fronteras con Rusia y Turquía y la del Brexit han puesto en evidencia que Europa es el problema. La maquinaria burocrática bruselense, empeñada en parchear para no indisponerse con el Consejo, ha dejado de lado las aspiraciones, fundamentalmente educativas y laborales, de los jóvenes para concentrarse en una agenda económica y comercial de carácter neoliberal. Sin expectativas de un futuro mejor –no necesariamente más rico, pero sí más sostenible–, el desencanto se adueña peligrosamente de las nuevas generaciones.

El diagnóstico parece fácil, el tratamiento, sin embargo, es difícil. Tal vez lo más complicado sea impedir que el miedo que agitan xenófobos, populistas y autoritarios corrompa los valores que han hecho grande la UE. El temor paraliza y la única forma en que la Europa de las libertadas puede salir del atolladero en que está metida es construyendo, tanto desde el punto de vista económico, como social, cultural, político y militar, todo lo que aún le falta para solidificar la Unión.

Necesitamos más y mejor Europa, porque la OTAN no es la solución, por mucho que atlantistas y militaristas la presenten como la pareja óptima e imprescindible de la UE en tiempos de riesgos y amenazas. Al contrario, hoy más que ayer la UE precisa crecer en autonomía, tanto de la Alianza como de EEUU, para dar una mayor coherencia a su política exterior y de seguridad y con ello a su política interna. El Brexit ofrece una oportunidad de oro que Bruselas no se puede permitir desaprovechar.

La cumbre de la OTAN, celebrada en julio en Varsovia, alumbró un acuerdo de “asociación estratégica” con la UE, que prevé hacer frente de forma conjunta a la llamada guerra híbrida –la que combina propaganda y fuerzas irregulares, como en Ucrania oriental–, la celebración de maniobras paralelas y una mayor colaboración en inteligencia y ciberdefensa.

El acuerdo es importante pero no debe convertir en agua de borrajas la Estrategia Global sobre Política Exterior y de Seguridad de la UE, presentada días antes por Federica Mogherini. El texto afirma que ha llegado el momento de que los europeos –“mejor equipados, entrenados y organizados”– se responsabilicen de su defensa, de manera que “puedan actuar autónomamente” cuando sea necesario. “Tenemos que estar preparados y ser capaces de impedir, responder y protegernos a nosotros mismos”.

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La UE tiene una visión más integral de los conflictos y una mayor capacidad de respuesta civil y diplomática para enfocar la solución de forma más amplia que la puramente militar de la OTAN. Además, la Rusia de Putin se ha convertido en la diana de la estrategia de la Alianza Atlántica, lo que dificulta cualquier intento de negociación de Bruselas con Moscú, para facilitar la deseable convivencia entre vecinos.

Mogherini, tras solicitar una mayor contribución a la Alianza Atlántica, subrayó que una “defensa europea creíble” es fundamental para preservar las relaciones tanto con EEUU como con la OTAN. O lo que es lo mismo, que facilitaría el hablar de tú a tú con Washington y que cada uno defendiese sus intereses sin mermar los del otro.

Esa misma línea han adoptado Alemania y Francia al echar por tierra las negociaciones con EEUU sobre el acuerdo de inversiones y libre comercio conocido por sus siglas en inglés TTIP, viciadas desde el inicio por un “desequilibrio evidente” a favor de Washington. “Así no se negocia entre aliados”, declaró a finales de agosto el secretario de Estado de Comercio Exterior francés, Matthias Felk. Como dice Mogherini, después del Brexit, el mundo necesita una Unión Europea “más fuerte que nunca”.

El fin del comunismo, de la Unión Soviética y de la Guerra Fría acabó con la ilusión de una Europa solidaria y en construcción, una Unión Europea cimentada en valores labrados a través de siglos de dolorosa historia compartida. En contra de la estúpida tesis de Fukuyama sobre el fin de la historia, el continente vuelve a asomarse al abismo de fanatismo y destrucción que lo recorrió en la primera mitad del siglo XX. Los fantasmas que sembraron el odio en el pasado reaparecen para instalarse sobre una UE entumecida, sin líderes valientes, capaces de jugárselo todo, no en provecho personal, de su partido o de su país, sino en beneficio de las generaciones futuras de europeos.

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