Un aula propia

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Virginia Woolf escribió que una mujer necesita tener dinero y una habitación propia si quiere escribir. También dijo que ninguna puerta ni cerrojo podía imponerse a la libertad de tu mente. Si se conjugan ambas frases, resulta que el ejercicio de la libertad, ella misma capaz de sobrepasar todo límite, requiere de condiciones. ¿Cuáles son esas condiciones? “Dinero y una habitación propia”: no tener que destinar el total del tiempo y las fuerzas a la propia supervivencia. La versión universalizada de una habitación propia es un aula de colegio o una consulta de hospital. Allí se nos acoge, se nos cuida y se nos dan las herramientas con que diseñar nuestra propia vida, nuestra propia libertad. Se hace cuando estamos enfermos y cuando somos pequeños, porque la salud y la mayoría de edad (no meramente biológica: el coraje de servirnos del propio entendimiento, decía Kant) son pre-condiciones de la libertad. Con ello, literalmente, se nos salva la vida, es más: se nos enseña por qué vale la pena vivir.

Hace un año, a propósito de otra cuestión, reflexionábamos sobre la importancia de tener un nombre propio. Decíamos que hay dos extremos que ahogan la posibilidad de decir “yo” con libertad: por un lado, la limitación que imponen condiciones materiales como la pobreza, la precariedad, la ausencia de oportunidades; por otro, la inercia que condena a quienes solo viven de rentas heredadas, materiales o espirituales, y tienen ya todo hecho antes de comenzar. La incapacidad de poder ser escuchado por el nombre propio o el exceso de apellidos: ambos ahogan la libertad.

Eliminar plazas de FP pública, bachillerato nocturno o clases de idiomas en ciertas zonas es, simple y llanamente, cercenar de raíz la posibilidad de que gente humilde acceda a una oportunidad

Pues bien, recientemente contemplamos con estupor el proyecto político diseñado al milímetro para impedir que quien no tenga ya apellidos pueda labrarse un nombre propio. Es el proyecto de Isabel Díaz Ayuso. La conocemos ya en lo que concierne a la sanidad. En educación, varias noticias recientes son estremecedoras: ha dado 30,5 millones a becas de la FP privada mientras 30.000 alumnos se quedan sin plaza pública; ha eliminado el Bachillerato nocturno presencial; ha eliminado la enseñanza presencial en cinco Escuelas Oficiales de Idiomas, especialmente en las zonas este y sur de la Comunidad de Madrid. Hay ejemplos que tienen la virtud de elevarse a paradigmas. Escribía un usuario en respuesta a la noticia: “Cuando tenía 17 años mi madre tuvo un accidente y la sustituí en la frutería familiar. Me saqué el bachillerato y la carrera de Periodismo en el nocturno mientras por la mañana trabajaba. El nocturno es la segunda oportunidad para mucha gente sencilla. Eliminarlo es una crueldad.” En tres líneas, se ha resumido el problema. Eliminar plazas de FP pública, bachillerato nocturno o clases de idiomas en ciertas zonas es, simple y llanamente, cercenar de raíz la posibilidad de que gente humilde acceda a una oportunidad. Es cercenar la posibilidad de que gente humilde, sin apellidos, acceda a un nombre propio.

Eso es la educación: ganarnos el derecho a hacer uso de nuestro propio entendimiento, de gobernarnos a nosotros mismos, de elegir cómo queremos configurar nuestra vida para que no sea otro quien lo haga por nosotros. Decía Kant que la mayoría de edad consistía en liberarse de la tutela de padres, autoridades y ancestros. Hoy la autoridad es más invisible y a la par más asfixiante: no es un quién, es un qué. Es el golpeo sordo de la precariedad, es el ritmo ciego y mecánico de la supervivencia material, son los ritmos acelerados de las demandas del mercado laborar quienes marcan nuestro compás vital. La posibilidad de liberarnos un espacio de autonomía pasa por tener, además de una habitación propia, un aula de escuela y una consulta médica propias. Y no olvidemos que hay quienes tienen como único proyecto político aplastar la posibilidad de que la gente humilde acceda a una habitación, a un aula y a una consulta médica propias

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Clara Ramas San Miguel es filósofa, política, profesora en la Universidad Complutense de Madrid y autora del ensayo 'Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx' (Editorial Siglo XXI). Acaba de traducir y publicar también una edición de 'El 18 Brumario de Luis Bonaparte', de Karl Marx, en la editorial Akal.

Virginia Woolf escribió que una mujer necesita tener dinero y una habitación propia si quiere escribir. También dijo que ninguna puerta ni cerrojo podía imponerse a la libertad de tu mente. Si se conjugan ambas frases, resulta que el ejercicio de la libertad, ella misma capaz de sobrepasar todo límite, requiere de condiciones. ¿Cuáles son esas condiciones? “Dinero y una habitación propia”: no tener que destinar el total del tiempo y las fuerzas a la propia supervivencia. La versión universalizada de una habitación propia es un aula de colegio o una consulta de hospital. Allí se nos acoge, se nos cuida y se nos dan las herramientas con que diseñar nuestra propia vida, nuestra propia libertad. Se hace cuando estamos enfermos y cuando somos pequeños, porque la salud y la mayoría de edad (no meramente biológica: el coraje de servirnos del propio entendimiento, decía Kant) son pre-condiciones de la libertad. Con ello, literalmente, se nos salva la vida, es más: se nos enseña por qué vale la pena vivir.

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