Lo que hacen las campañas

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Carolina Bescansa

Tendremos que esperar a las encuestas postelectorales para saber exactamente cuánta gente decidió su voto a lo largo de esta entretenida y en la misma medida deprimente campaña madrileña. La mera observación de los resultados apunta que la proporción de quienes han cambiado el sentido de su voto en relación a 2019 quizá supere el 35%. Los datos de las encuestas previas a los comicios dejaban ver que la proporción de voto no decidido en las semanas anteriores al 4M no bajaba del 25%.

Históricamente, en España quienes decidían su voto a lo largo de la campaña no superaba nunca el 20%. La mayoría de la gente sabía qué papeleta elegiría mucho antes de que se convocasen las elecciones. Antes del año 11, en la mayoría de los espacios sociales estaba incluso mal visto cambiar de partido. A menudo, en las investigaciones electorales cualitativas escuchábamos a la gente tildar de “manipulados” o “veletas” a quienes decidían su voto en función de la coyuntura política o del comportamiento de los líderes. El votante informado y con criterio se representaba a sí mismo fiel al mismo partido, pasase lo que pasase, hiciese lo que hiciese. Sin embargo, la crisis, la corrupción, los recortes y la Troika lograron que en 2015 esta rigidez se deshiciera y la proporción de quienes decidieron su voto en aquella campaña creció hasta el 45%. Se resquebrajaron muchos de los apoyos forjados en el hormigón del voto familiar o ideológico. En 2015, el PP, y muy especialmente el PSOE, descubrieron que sus suelos electorales habían desaparecido y nada les garantizaba que lo que durante décadas habían sido áticos se quedasen ahora en principal. Desde entonces, en todos los procesos de los que tenemos datos, la proporción de quienes han decidido su voto en campaña ha crecido por encima del 25%; alguna vez ha llegado al 45%, situando en el 10% el porcentaje de quienes lo hicieron en el mismo día de las elecciones. Diez años después del 15M, las grandes clases medias juzgan la lealtad electoral en términos muy distintos: votar al mismo partido con independencia de lo que haga o diga es interpretado socialmente como señal de ignorancia, ruralidad o senectud.

Este resquebrajamiento de las lealtades electorales es la base del nacimiento de los nuevos partidos, pero la volatilidad afecta a todos (nuevos y viejos), como bien hemos podido ver en las elecciones generales de 2019 y en estas madrileñas de 2021. Una de las consecuencias de este nuevo rasgo del comportamiento electoral es que las campañas electorales son hoy todavía más importantes de lo que lo eran antes de 2015. De manera sostenida, una cuarta parte del electorado —o más— elige si va a votar y a favor de quién en el marco de la campaña. Y aunque sólo fuese como ruido de fondo, este postergar hasta el final la decisión incrementa significativamente la importancia de la comunicación política y su capacidad para incidir en los resultados. Paradójicamente, el nuevo ciclo ha amplificado la importancia de las campañas a pesar de no haber revertido ni un ápice el descrédito de sus dinámicas.

En realidad, ¿cuántos cambiaron su voto?

Un montón: como mínimo, un tercio del electorado. Estoy convencida de que las campañas electorales de casi todos los partidos en estas elecciones fueron determinantes, aunque todavía no contemos con los datos que sostengan esta tesis. Todas salvo la de Ciudadanos, cuya estrategia de comunicación no sirvió siquiera para amortiguar el knock out de Ayuso a Aguado el mismo día en que la presidenta firmó el decreto de convocatoria.

Todo apunta a que una gran parte del cambio en los apoyos de 2019 a 2021 se produjo en el marco de los 54 días transcurridos entre la convocatoria y la celebración de las elecciones. La campaña del PP sería la causa de, al menos, la mitad del crecimiento de Díaz Ayuso. Su estrategia en estas semanas explicaría alrededor de 500.000 de los 900.000 nuevos respaldos recibidos. La errática estrategia del PSM daría cuenta de los 10 puntos de caída de Gabilondo (274.000 votos). E, igualmente, las campañas de Más Madrid y Unidas Podemos son, a mi juicio, la explicación de sus respectivos 2 puntos de crecimiento. Otro tanto cabe decir de Vox, que concurría al 4M bajo amenaza de ser arrollado por Díaz Ayuso y sin embargo logró repetir resultados, añadiendo incluso algo más de 40.000 votos a los 290.000 cosechados en 2019. Así las cosas, aunque es posible equivocarse, todo apunta a que el incremento de la participación electoral en 8 puntos benefició en su gran mayoría al PP y en una pequeña proporción a Vox. Nada para Más Madrid o Unidas Podemos; todo para Díaz Ayuso. Y tanto así, que incluso sumando lo perdido por C´s (500.000 votos) y el incremento en participación (370.000), no alcanza para explicar los 900.000 votos ganados por el PP. Incluso si todo lo perdido por C´s y todo lo ganado en participación hubieran ido a parar al PP —cosa poco probable— parte de su crecimiento tendría que haber venido de otro lugar. Seguramente del PSOE, pero sólo los estudios postelectorales nos dirán si esto ocurrió y en qué proporción.

¿Qué hizo Díaz Ayuso que no hicieron los demás?

Cabría creer que hubo tantas campañas como partidos, pero no fue así. En realidad, sólo hubo dos campañas entendidas como estructuras narrativas completas: la primera, la más importante, sorprendente y surfera, la de Isabel Díaz Ayuso; la segunda, más convencional y ordenada, la de Mónica García. El resto de partidos eligieron —o sencillamente sucumbieron a la tentación de— centrar su campaña en aclarar a la ciudadanía cuál era su distancia relativa con la presidenta. Las consecuencias de no ofrecer una propuesta propia fueron nefastas para PSOE, UP y C´s. Cada cual en su medida. Sólo Vox obtuvo réditos aceptando los términos en los que Díaz Ayuso planteó las cosas y no confrontar con ella fue, seguramente, clave para reeditar sus resultados de 2019.

Desde el punto de vista del análisis electoral, es inevitable centrar la atención en la campaña de Díaz Ayuso. No porque haya ganado las elecciones o haya —literalmente— duplicado sus apoyos en apenas dos años. La campaña del PP merece atención por lo asombroso de su planteamiento inicial, y por las más asombrosas piruetas ejecutadas por la candidata en apenas ocho semanas. La presidenta de la Comunidad de Madrid comenzó su campaña el mismo día en que convocó las elecciones no como la campaña de una candidata que aspira a la reelección sino como la campaña de un partido de oposición. Normalmente, las campañas de quienes se presentan a la reelección se basan en comunicar los logros de la gestión llevada a cabo y la presentación de nuevos proyectos que los amplíen. La cosa era difícil habida cuenta de lo ocurrido con la pandemia en Madrid y la personalísima implicación de la presidenta en el establecimiento de un rumbo de gestión completamente distinto al del resto de Europa. Así que Díaz Ayuso optó por hacer una campaña típica de partido de oposición. ¿Pero de oposición a quién, si ella era la presidenta? Pues de oposición a Pedro Sánchez y al gobierno de España, lo que le permitió eludir la rendición de cuentas , ningunear a Mónica García y Ángel Gabilondo y acabar de rematar a C´s señalándolos como urdidores de la gran conspiración murciano/ madrileña/española. La llegada de Iglesias y la respuesta de Pedro Sánchez a algunas de las declaraciones de Ayuso en las primeras semanas apuntalaron la estrategia y antes del inicio formal de la campaña, las de Madrid eran ya unas elecciones españolas, en las que había que elegir entre Ayuso o Sánchez. Primera acrobacia: lograr poner en pie una campaña típica de oposición cuando eres la presidenta del gobierno y conseguir, en apenas tres semanas, que la mayoría de los periodistas, candidatos y buena parte del electorado se olvide de que eres la principal responsable de la gestión sanitaria la CAM. El propio eslogan de campaña refleja hasta qué punto el PP logró llegar al dintel de la campaña oficial como líder de la oposición frente al gobierno social-comunista de Sánchez.

Desentendida de la gestión sanitaria, la candidata no se centró en comunicar los logros de su gobierno o sus proyectos de futuro. Simplemente, todos los días dio a los medios un titular muy fresco que bien podría haber sido declaración de cualquier vecina de Madrid: que si las cosas están muy malas y nos merecemos tomar una caña después de trabajar; que si ir al cine también es salud y alimento para el alma y un largo etcétera que no es necesario recuperar. Todas lo recordamos. Así que he aquí la segunda asombrosa peripecia ejecutada con maestría: la principal cualidad de la candidata es que empatiza, pero no con los enfermos o sus familias, como habría tratado de hacer cualquier candidato al uso. La candidata empatiza con un grupo mucho mayor, el compuesto por todas las personas que no están enfermas ni lo han estado, pero padecen las restricciones impuestas por las autoridades sanitarias.

Parecía que la cosa no podía ir más allá, pero sí, lo hizo. Cuando en el debate de la Ser, Vox y Unidas Podemos, primero, y el PSOE después, decidieron asumir como eje central de campaña el eslogan del PP, ya fuera para afirmarlo (comunismo o libertad) o para revertirlo (democracia o fascismo), Ayuso hizo su tercera y última pirueta. Quizá la más asombrosa: se lo regaló. Y los dejó jugando con el comunismo, el fascismo y la libertad desde el momento en que Àngels Barceló le pidió a Rocío Monasterio que se retractase hasta el día mismo de las elecciones. Abandonado el eslogan en manos de sus rivales, Díaz Ayuso dio un volantazo y, así, sin más, fundó el nacionalismo madrileño, que ya había apuntado maneras en época de Esperanza Aguirre (frente a Zapatero), pero que nunca logró cuajar. En las últimas dos semanas de campaña, Ayuso logró persuadir a medios, candidatos y público de que esta campaña enfrentaba, en realidad, dos estilos de vida: la de los que quieren ir de cañas y la de los siesos (soso, serio y formal) que no hacen más que dar la lata con las restricciones y arruinar a toda la hostelería de Madrid. Y así se bajó el telón, con una joven candidata opositora a Sánchez en el medio del escenario preguntando a la madrileña: ¿tú qué prefieres: confinamiento o libertad? .

Esta campaña y estos resultados tienen consecuencias. Desde la casi cierta desaparición de C´s, pasando por la redefinición de la estrategia estatal del PP, el incremento de la inestabilidad de un sistema político que no ha logrado estabilizarse o un realineamiento de las fuerzas que sostienen el gobierno de España. No es un cambio de ciclo; es un paso más en la etapa de descomposición que se abrió con la crisis de 2008 y que todavía no ha logrado construir un sistema distinto y mejor. Seguimos.

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Carolina Bescansa es profesora de sociología y ciencia política en la Universidad Complutense de Madrid

Tendremos que esperar a las encuestas postelectorales para saber exactamente cuánta gente decidió su voto a lo largo de esta entretenida y en la misma medida deprimente campaña madrileña. La mera observación de los resultados apunta que la proporción de quienes han cambiado el sentido de su voto en relación a 2019 quizá supere el 35%. Los datos de las encuestas previas a los comicios dejaban ver que la proporción de voto no decidido en las semanas anteriores al 4M no bajaba del 25%.

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