El sábado 15 de julio, murió el padre de Mortadelo y Filemón, el gran Francisco Ibáñez. Los que ya peinamos canas hemos crecido con la lectura de tebeos amables como los de esa pareja mítica o los de Pepe Gotera y Otilio. También forman parte de nuestra infancia viñetas de otros autores. Una muy clásica y reiterada era aquella en la que al hombre prehistórico se le dibujaba con pinta de bruto, apenas vestido con la piel de algún animal, con un enorme garrote al hombro y arrastrando por el pelo a una mujer.
Se entendía que, al ser un cavernícola, su actuación en ese aspecto estaba en consonancia. No recuerdo que nadie torciera el gesto; antes bien, estas imágenes se encontraban de acuerdo, aunque de manera exagerada y jocosa, con los valores promovidos por el franquismo, de hombres rudos, varoniles y viriles que saben domesticar a su hembra.
Un botón de muestra lo encontramos en la ceremonia del matrimonio, en la que el sacerdote advertía al nuevo marido: “mujer te doy, que no esclava”, entiendo que para avisar de que no se pasara en exceso. Del mismo modo que a las mujeres se las advertía que debían ser sumisas y comprensivas con las necesidades del marido. Si en algún caso a este se le iba la mano, se consideraba algo normal: tal vez ella le habría impacientado, no tenía los suelos impolutos o se olvidó de llevarle las zapatillas de descanso al llegar a casa.
Leí hace tiempo un cuento titulado Piña, que parece un fiel reflejo de lo que sufren muchas mujeres. Piña es una monita encantadora, mascota de una familia que, pensando en su supuesto bien, compra un monito a fin de que se hagan compañía. El monito, de nombre Coco, somete a Piña a mordiscos y pellizcos desde el primer momento impidiéndola incluso comer y haciendo de ella su capricho. Sus dueños, que observan la situación en primera fila, al cabo del tiempo consideraron oportuno separarlos, en base a este argumento: “Nosotros habíamos desempeñado hasta entonces el papel de la sociedad, que no gusta de mezclarse en cuestiones domésticas y deja que el marido acabe con su mujer si quiere, ya que al fin es cosa suya; pero ante el exceso del mal, determinamos convertirnos en Providencia, y estableciendo en la jaula una división, encerramos en ella al verdugo, dejando sola y libre a la mártir.”
La historia de la mujer agredida, torturada, asesinada, obligada a demostrar ante la justicia su crítica realidad, es eterna
El relato es de la periodista y escritora Emilia Pardo Bazán, (1851-1921), defensora de la causa feminista e implacable denunciante de la violencia contra la mujer. El párrafo que reseño viene a ser un compendio de lo que sufren millones de mujeres en un mundo patriarcal y machista que, desgraciadamente, aún perdura en muchas latitudes, hasta que, en el mejor de los casos, la “Providencia” acabe con su tormento. En España, y desde hace 19 años, la Providencia viene a ser la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género y todas las medidas desarrolladas para amparar a las víctimas de esta lacra. Cuando escribo este artículo la violencia contra la mujer se ha cobrado –en lo que va de año, hasta el 10 de julio– 28 víctimas mortales que han dejado huérfanas a 33 criaturas, pero me temo que el número seguirá creciendo si no cambiamos radicalmente el estado de hecho que padecemos, o si permitimos que quienes pretenden gobernarnos marginen o encubran esta realidad con falsos argumentos. El objetivo es “ni una más”.
El pacto de Estado
Desde 2003, cuando se estableció el registro oficial de víctimas, hasta la fecha indicada de este año, el número de mujeres muertas por violencia de género alcanza las 1.212. Es una realidad terrible que no nos debe dejar indiferentes y contra la que debe luchar toda la sociedad, empezando con la formación de niños y jóvenes; la vigilancia de las redes sociales para evitar un tratamiento denigrante a la mujer, en especial de ciertos mensajes que llegan a los chavales; en ocasiones a través de un rap, que son especialmente virulentos y que chicos y chicas tararean, además de algunos videojuegos que fomentan el machismo y que al parecer no controla nadie.
El brazo armado de la sociedad para atajar estos crímenes es la política y sus ejecutores, los políticos, que, se entiende, viven del y para el servicio público. Por ello es muy peligroso cuando ni siquiera nuestros representantes, elegidos en las urnas, reconocen la gravedad de estos hechos, negándolos o restándoles importancia o equiparándolos a otros hechos de violencia esporádicos. Los mezclan en un totum revolutum en el cual el problema se diluye, porque con esta banalización se potencia la percepción de impunidad del agresor y la violencia contra la mujer aumenta, a la vez que su desamparo. Cuando esto sucede, el futuro para ellas y para todos nosotros se presenta muy sombrío.
El Partido Popular ha mantenido siempre una postura algo peculiar, por no decir ambivalente. En 2014 no aceptaron la propuesta que el PSOE presentó en el Congreso en la línea de conseguir un Pacto de Estado contra la violencia de género. Fue en 2016 cuando populares y socialistas acordaron impulsar una iniciativa sobre la materia propuesta por ambas formaciones. El problema es que ahora, con los acuerdos suscritos con Vox, el PP ha metido a la zorra en el gallinero, permitiendo que un partido ultraderechista niegue la violencia de género e imponga su criterio de sustituir el concepto por el de violencia doméstica, intrafamiliar u otros eufemismos para minimizar el problema.
En Baleares, PP y Vox ya han suprimido la Consejería de Igualdad y es la tendencia que iremos viendo. A saber si sucederá lo mismo con la nueva presidenta de Extremadura gracias a los votos de VOX, la popular María Guardiola. Recordemos que en un comienzo Guardiola abominó de la ideología de la ultraderecha en diversas materias, con especial énfasis en la de género. De momento ha asegurado que mantendrá la Consejería de Igualdad bajo su ala, pero la pregunta es por cuánto tiempo, ya que sus socios –a los que tanto tiene que agradecer– rondan al acecho. Por mucho que hoy diga que no se dará un paso atrás en derechos, nadie sabe si lo mantendrá mañana o le será impuesto un nuevo golpe de timón.
Y es que, como apunte distintivo, en el debate previo a su investidura, el pasado viernes, Guardiola recalcó que quiere ser juzgada por su labor y no por su género. Curiosa reflexión. No imagino yo a los políticos varones emitiendo una sentencia de ese calibre. Pienso que la señora Guardiola se la podría haber ahorrado. Al menos a mí me parece que evoca una cierta disculpa por llegar al cargo sin ser hombre. Igual que cuando, no hace tantos años, se consideraba que la mujer que accedía a un trabajo le estaba quitando el pan a un padre de familia.
Regreso al pasado
En el fondo, lo que de verdad subyace en estas situaciones es la sonrisa de suficiencia de Abascal y los suyos, la misma que habrán esbozado ante las palabras de la presidenta extremeña o la que les imagino ante la viñeta que les contaba al principio, la del cromañón llevando a su pareja por los cabellos. Aspiran a regresar a los viejos tiempos, los de la mujer con la pata quebrada y en casa. Miren si no algunos esbozos de su programa, que se resumen en que reiteran que hay que derogar la Ley de violencia de género, que consideran desprotege a los hombres y fomenta la guerra de sexos. El PP intenta contrarrestar débilmente afirmando que no piensa ceder y que su objetivo es erradicar el mal. Pero coinciden de entrada los dos socios habituales en liquidar el Ministerio de Igualdad e incentivar medidas “a favor de la familia” y de “una mayor natalidad”. Esto da muy mala espina.
Lo que proponen estos partidos es lo mismo. Uno lo hace abiertamente y el otro de forma más cauta para no espantar al electorado ante los próximos comicios del 23 de julio. Un retroceso en derechos y un retorno a una sociedad arcaica. La misma sociedad que Emilia Pardo Bazán describía en sus escritos a mediados del XIX. Les propongo que lean, de esta autora, El Indulto. Es la historia de una lavandera que denuncia a su marido por haber asesinado a su suegra y él jura, al entrar en prisión, que la matará. Ella padece un miedo continuo y perpetuo y sus vecinas le preguntan qué puede hacer:
-Dicen que nos podemos separar... después de una cosa que le llaman divorcio.
-¿Y qué es divorcio, mujer?
-Un pleito muy largo.
(…)
-Y para eso –añadió la asistenta– tenía yo que probar antes que mi marido me daba mal trato.
- ¡Aquí de Dios! ¿Pues aquel tigre no le había matado a la madre? ¿Eso no era mal trato? ¿Eh? (…)
-Pero como nadie lo oyó... Dice el abogado que se quieren pruebas claras...
Como ven, la historia de la mujer agredida, torturada, asesinada, obligada a demostrar ante la justicia su crítica realidad, es eterna. Tenemos que frenar en las urnas a esta derecha y ultraderecha retrógradas que nos quieren devolver a la cueva y como trogloditas, continuar más allá, hasta donde los derechos se difuminen y haya que volver a conquistarlos.
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Baltasar Garzón es jurista y autor, entre otros libros, del ensayo 'Los disfraces del fascismo (Planeta).
El sábado 15 de julio, murió el padre de Mortadelo y Filemón, el gran Francisco Ibáñez. Los que ya peinamos canas hemos crecido con la lectura de tebeos amables como los de esa pareja mítica o los de Pepe Gotera y Otilio. También forman parte de nuestra infancia viñetas de otros autores. Una muy clásica y reiterada era aquella en la que al hombre prehistórico se le dibujaba con pinta de bruto, apenas vestido con la piel de algún animal, con un enorme garrote al hombro y arrastrando por el pelo a una mujer.