LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

En defensa del populismo… o el caso 'Arnaldo'

13

Confesaré que lo que más me ha sorprendido de la postura de Unidas Podemos en la reciente votación sobre la renovación de los miembros del Tribunal Constitucional ha sido su coherencia. No, no creo que se haya apostado por unos medios erróneos para justificar un buen fin, tampoco creo que la decisión haya sido el resultado de una torpe valoración política y estratégica de la relación entre medios y fines. No, la decisión de UP es fruto, me temo, de una rocosa coherencia ideológica resultado de una forma de entender los fines mismos de la acción política. Es ahí, en los fines y objetivos que se ha dado Unidas Podemos desde hace tiempo, donde creo que se encuentra el problema, y donde reside la razón tanto de su coherencia ideológica como de la impotencia política que revela.

Creo que comprendiendo esa relación entre coherencia e impotencia podremos responder algo mejor a la que entiendo es la pregunta fundamental que nos recorre y atormenta a muchos y muchas: ¿cómo es posible que una fuerza política que nació impugnando las formas de funcionamiento del régimen político de 1978 haya acabado mimetizado con él y reproduciendo alguno de sus peores gestos?

Empecemos por la coherencia ideológica que encuentro en el movimiento de UP, pues es, creo, fruto de una autoafirmación exculpatoria previa: la razón de que UP no gane elecciones, de que pierda posiciones y se reduzca día tras día su apoyo social y electoral se debería, a juicio de sus líderes y portavoces actuales, a la existencia de distintas formas de una misma figura, la del enemigo. Interno en ocasiones, externo en otras, sería ese Otro con muchas caras el responsable del declive electoral y la pérdida de poder social de Unidas Podemos. No errores tácticos, no decisiones políticas y organizativas, no virajes ideológicos, no un alejamiento acelerado y ya me temo que definitivo del sentido común de época. No, el problema es el enemigo.

Los medios, el IBEX, la financiación ilegal, la corrupción y el control del poder judicial por parte de la derecha, o su lawfare contra sus adversarios políticos, etc. Pero, claro, si la impotencia o debilidad de UP se debe al poder ilegítimo o arbitrario de ese Otro, la conclusión parece tan lógica como necesaria: la estrategia ya no consiste en ganar poder social y electoral para transformar las instituciones, sino entrar en las instituciones para ganar poder social. Con un enemigo menos poderoso, podré crecer electoralmente y ganar.

El problema, claro, es que se confunden las explicaciones con las justificaciones, o las causas con los efectos, empezando por el de la propia debilidad o impotencia, que no, no es el resultado de la acción o existencia del enemigo (existía y actuaba cuando eras primero en intención de voto —¿recuerdan?—, cuando tenías 70 diputados y, claro, existe también ahora, que apenas conservas 30), sino de las propias acciones y decisiones políticas tomadas. Imputar al enemigo la derrota de uno es seguramente consolador, amén de un ejercicio útil de justificación de cara a militantes y seguidores, pero no puede servir, en ningún caso, de explicación política de la impotencia política y electoral actual, o de las derrotas pasadas.

Sin embargo, UP ha acabado convirtiendo la justificación en explicación, el consuelo en ideología y, por tanto, al adversario en la razón única de la suerte electoral y política de la formación. Mal asunto.

Y no porque ese adversario poderoso no exista ni actúe contra ti, no, al contrario, su mera existencia es una de las razones mismas por las que Podemos nace, para luchar contra las distintas formas de secuestro oligárquico de la democracia, pero, insisto, no conviene confundir las razones que llevan al nacimiento mismo de una formación política con las causas de su progresiva derrota, y menos aún convertir esta confusión en una doble lógica exculpatoria: como mi derrota es fruto del enemigo, en la lucha contra él y sus tentáculos cabe emplear su mismo lenguaje y sus mismas tácticas.

Todo un harakiri político que aparece como consecuencia de invertir causas y efectos: no, la actual debilidad de Podemos no es resultado de la acción de un enemigo externo y poderoso, sino del progresivo alejamiento del sentido común popular, ese sí impugnatorio, que surge tras la crisis del régimen político del 78 que, no sin contradicciones, acaba expresándose durante el ciclo político que inaugura el 15-M. Para articular o traducir políticamente la potencia política de ese descontento cabían, al menos, dos lecturas relativamente enfrentadas, una digamos movimentista, que pensaba en la necesidad de llevar siempre más lejos ese descontento mediante las luchas y movilizaciones sociales, al tiempo que comprendía la movilización social como un antagonista irreductible de la lógica institucional. Pero cabía, también, una lectura populista: articular las distintas formas de descontento social no solo para traducirlas en un sujeto político con capacidad de transformación social, sino de institucionalización de esa capacidad o potencia, vale decir, una voluntad política popular capaz de dotarse de nuevos marcos jurídicos, de nuevos derechos y de una nueva configuración institucional-estatal.

Marx y la nostalgia

Ver más

Nunca consideré viable políticamente la lectura meramente movimentista, pero siempre me pareció coherente, valiosa y, además, necesaria si se compatibilizaba con alguna lectura política de tradición republicana o populista, vale decir, si apostaba por formas de institucionalización mediante una dialéctica siempre compleja entre movilización y representación, entre lucha social y lógica institucional. Pero lo que siempre me pareció una lectura no solo inviable, sino fruto de la mera autojustificación ideológica, fue la de pensar el salto institucional sin formas articuladas de poder popular e, incluso, mediante la inversión de la relación entre poder e institución. No, no es viable transformar las instituciones para dotarse de poder, es la acumulación de poder social la que permite transformar las instituciones, de la misma manera que no es el enemigo el que explica tu debilidad, sino que es esta debilidad la que explica el poder de tu enemigo. De forma que lo que votó UP en el congreso de cara a la renovación del Tribunal Constitucional tuvo, me temo, tres efectos decisivos: un alejamiento aún más definitivo si cabe de aquel sentido común impugnatorio, y de aquella indignación ante las formas esclerotizadas del sistema o régimen político del 78, que habían explicado su nacimiento; una manera de regalar las formas actuales de esa indignación bien a la desafección política, bien a su posible traducción puramente reaccionaria, y, por último pero no menos importante, acrecentar aún más una espiral por la que la debilidad política de Unidas Podemos, buscando formas de redimirse, acaba generando aún más debilidad e impotencia.

_________________

Jorge Lago estudió Sociología en Madrid, París y Bruselas. Ha sido investigador en la Complutense y el CNRS francés, y es hoy profesor de Teoría Política Contemporánea en la UC3M, además de editor de Lengua de Trapo.

Confesaré que lo que más me ha sorprendido de la postura de Unidas Podemos en la reciente votación sobre la renovación de los miembros del Tribunal Constitucional ha sido su coherencia. No, no creo que se haya apostado por unos medios erróneos para justificar un buen fin, tampoco creo que la decisión haya sido el resultado de una torpe valoración política y estratégica de la relación entre medios y fines. No, la decisión de UP es fruto, me temo, de una rocosa coherencia ideológica resultado de una forma de entender los fines mismos de la acción política. Es ahí, en los fines y objetivos que se ha dado Unidas Podemos desde hace tiempo, donde creo que se encuentra el problema, y donde reside la razón tanto de su coherencia ideológica como de la impotencia política que revela.

>