I.- Recién concluidas las elecciones generales del 23-J, unas derechas, más o menos noqueadas, se han lanzado a unas confusas grandes maniobras de distracción por tierra, mar, aire y subsuelo. En la operación cuentan con los calificados “jarrones” y “jarroncitos” chinos, procedentes de una izquierda que, por razones que se me escapan, le hacen el juego a una derecha radical. La primera fase de la maniobra consiste en seguir insistiendo en que debe de gobernar el partido más votado, en este caso suponen que el Partido Popular. Un argumento cansino y mendaz que contiene una considerable dosis de cinismo y no menor de ignorancia.
Es igual que se demuestre una y otra vez que los defensores de tan pedestre tesis la han violentado por sistema, en el pasado –Ayuntamiento y Comunidad de Madrid– o en el presente en múltiples consistorios y comunidades autónomas –Extremadura, Canarias, etc.–. También les trae al fresco que en numerosos países europeos tal argumento sea desmentido en considerables ocasiones, en estos momentos en Suecia, Bélgica, Irlanda o Luxemburgo. La anomalía no es, como afirman los voceros de la derecha, que no gobierne el partido más votado, sino su supina ignorancia o mala fe al no asumir que en un sistema parlamentario como el nuestro quien gana de verdad es el que es capaz de alcanzar una mayoría, absoluta o simple, en el Congreso de los Diputados. Estos grandes defensores de la Constitución están intentado, con su tesis, mutar un modelo parlamentario en uno pseudo presidencialista.
Por eso es falso que el PP haya ganado las elecciones, origen de toda la confusión que están creando con la aviesa idea de que la opinión pública acabe pensando que si no es elegido presidente el candidato del PP es porque le han hurtado las elecciones. Espero que esta falsedad quede desvelada cuando el candidato Núñez Feijoo se presente a la investidura, si tiene bien a hacerlo, y compruebe que está más solo que la una, con la única compañía del apestado Vox. Sería deseable que, por lo menos, en ese momento la derecha y sus corifeos reconocieran que no han ganado las elecciones, sino que las han perdido.
II.- Porque la realidad real es que quien ha ganado las elecciones, en términos político parlamentarios, ha sido el Gobierno de la nación, es decir el compuesto por PSOE/Sumar, que ha obtenido 152 diputados y el único con posibilidades de que su candidato, Pedro Sánchez, obtenga la mayoría requerida para ser investido presidente del Gobierno. Aunque dicha posibilidad se ha complicado con el resultado del voto de los residentes en el extranjero. Lo demás son zarandajas y marrullerías de malos perdedores. Esto que digo es válido, por supuesto, en el caso de que el tándem PSOE/Sumar logre armar una mayoría, pues de lo contrario todos habremos perdido las elecciones y no habrá más remedio que repetirlas. Es de desear vivamente que esto último no suceda, pero a veces las pasiones de los humanos juegan malas pasadas y les hacen perderse.
Es cierto que para alcanzar la ansiada investidura del candidato socialista es necesario, entre otros, del concurso del nacionalismo catalán –Esquerra y Junts–, lo que ha desatado todos los rayos y truenos del firmamento y del averno: “Se hunde la nación”; “se gobernará desde Waterloo”, etc. Se omite, eso sí, que, durante décadas, tanto el PP como el PSOE se apoyaron en Convergencia –Junts es su heredero– para hacer mayorías y no se hundió nada, ni España se desintegró. Por lo visto, el señor Pujol y compañía no eran independentistas. Se oculta, igualmente, que fue durante una administración del PP –señor Aznar– cuando se transfirió el 50% del IRPF a las CCAA y se eliminó el servicio militar obligatorio a “solicitud” de Convergencia, o se aproximaron a prisiones cercanas al País Vasco al mayor número de presos de ETA. Se olvida que la única vez que la unidad de la nación española estuvo en riesgo fue con un gobierno del PP, cuando el famoso “procés”, de triste memoria.
Una repetición electoral no creo que beneficie a nadie, y menos a los partidos nacionalistas catalanes
Todo el mundo debería ser consciente de que el Gobierno, en cualquier negociación, tiene líneas que son infranqueables, pues no está en sus manos franquear, como es todo lo que suponga violentar la Constitución. Por ejemplo, no es posible otorgar una amnistía o aceptar el derecho de autodeterminación, que por otra parte es profundamente reaccionario en nuestras condiciones. Pero sí es posible otorgar indultos como ya se ha hecho con razón o someter a la voluntad de los catalanes las reformas que se acuerden en la mejora de su autogobierno. Hay que recordar que Cataluña es la única comunidad que tiene un Estatuto que no ha sido sancionado por la ciudadanía de dicha autonomía. Además de que hay mucho margen de mejora, para Cataluña y el resto de España, en financiación, en infraestructuras, en inversiones. Que Cataluña mejore y le vaya bien está en el interés del conjunto de España, como parte esencialísima de la misma.
Por eso confío en que se pueda llegar a un acuerdo que evite unas nuevas elecciones. Una repetición electoral no creo que beneficie a nadie, y menos a los partidos nacionalistas catalanes. A la postre y apareciendo como los culpables de la repetición electoral, podrían sufrir un descalabro y en ningún caso mejoraría su situación actual. Jugar a la tentación de “cuanto peor, mejor”, aunque siempre es bastante inmoral, puede otorgar algún beneficio si el cuanto peor es para los otros y el mejor se lo queda uno mismo, pero si es al revés como en este caso, significa la mayor estupidez del mundo. Nunca es descartable que se imponga la cretinez, qué le vamos a hacer.
III.- La segunda derivada de las “grandes maniobras”, para el caso de que no salga la primera, es la milonga de alguna versión de la “gran coalición”, siempre y cuando la encabece la derecha. No hace falta insistir en que es una trampa harto ingenua y, en general, bastante peligrosa. Ingenua porque es anular al otro partido, en este caso, el PSOE, y rompería al conjunto de la izquierda y no resolvería el problema de la gobernabilidad. La idea de que se podrían alcanzar cuatro o cinco grandes pactos de Estado entre PP y PSOE, vistas las posiciones y los pactos actuales de la derecha, es de aurora boreal. Además, se dejaría todo el ancho campo de la oposición y el descontento a las fuerzas más extremistas, en especial las más ultras.
Por el contrario, la cuestión que convendría resolver se sitúa en el campo de las derechas, tanto españolas como catalanas. Si el PP desea alcanzar el Gobierno, no debería de ir del brazo de Vox, pues ello le impide cualquier otro tipo de alianzas, como estamos viendo. Ante esta complicada disyuntiva, la derecha española tiene dos caminos principales: o irse más a la derecha todavía –versión Ayuso– e intentar tragarse a VOX, lo que le conduciría a perder asistencias por el centro o, por el contrario, transformarse en un auténtico centro-derecha europeo, apartarse totalmente de Vox y ser capaz, como antaño, de llegar a acuerdos con los nacionalismos moderados. Una disyuntiva de cuyo resultado dependerá el futuro de la derecha española y, en parte, de nuestra democracia.
Por parte de la derecha catalana de Junts, la disyuntiva no es menos peliaguda. O seguir en el “monte” con el radicalismo secesionista del “procés”, con el que ni se gobierna en Cataluña ni se influye en España –que es la situación actual–, o aplicar el principio de realidad y regresar de alguna manera a la tradicional política de Convergencia, en la que se solía gobernar en Cataluña y se influía en España. Mantenerse en el radicalismo actual y en el bloqueo de la política española tiene graves riesgos, pues de prolongarse podrían abrir camino a las tentaciones de modificaciones que acabasen perjudicando seriamente a unos y otros.
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Nicolás Sartorius es presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas. Su último libro se titula ‘La Nueva Anormalidad: Por una Normalidad Nueva’. (Espasa).
I.- Recién concluidas las elecciones generales del 23-J, unas derechas, más o menos noqueadas, se han lanzado a unas confusas grandes maniobras de distracción por tierra, mar, aire y subsuelo. En la operación cuentan con los calificados “jarrones” y “jarroncitos” chinos, procedentes de una izquierda que, por razones que se me escapan, le hacen el juego a una derecha radical. La primera fase de la maniobra consiste en seguir insistiendo en que debe de gobernar el partido más votado, en este caso suponen que el Partido Popular. Un argumento cansino y mendaz que contiene una considerable dosis de cinismo y no menor de ignorancia.