Hay carteles de las luces de Navidad de Vigo en Nueva York y a mí me parece bien. Si tantos en Soria o en Xixón caminan con sudaderas de NYU sin saber ni dónde queda, ojalá algunos neoyorquinos se animen a buscar en internet qué se les puede haber perdido en Vigo. Los provincianos podemos comprender bien por qué hacerse con el título de algo es tan importante para un lugar. Como dicen los políticos cuando lo consiguen o lo prometen: que te pongan en el mapa. Figurar. Ofrecer un motivo claro para que los visitantes lleguen. La gente necesita señales: y ahora saben que ir a Vigo a ver las luces de Navidad es un plan.
Quienes viven en ciudades donde lo que no falta es precisamente gente, pongamos que digo Madrid, aseguran que ir al centro en estos días de luces y compras delata a los advenedizos. “Si eres de Madrid sabes que no se va al centro en Navidad”, sentencian, y a mí me parece una frase tan triste. Qué pena vivir en una ciudad tan vibrante como Madrid y no poder disfrutar de lo que la hace Madrid. Yo algunos días quiero vivir en Madrid, algunos días me digo que a mí todavía me queda Madrid, por estrenar, algunos días agradezco no haber vivido todavía en Madrid para sentir el latido de esa carta bajo la manga. Cuando aterrizaba en Barajas por Navidad y quedaba en Sol para ir a tapear por La Latina rodando la maleta antes de mi tren, me parecía —lo escribí tantas veces — que había más vida en esa plaza que en algunos países enteros.
En provincias ocurre que las familias jóvenes están renunciando a vivir a pie por la promesa del piso nuevo en las afueras. Y en esas casas hay piscina comunitaria y nevera gigantesca, pero no hay derecho a la calle
La calle es importantísima. La calle es la última compañía. En provincias ocurre que las familias jóvenes (sic) están renunciando a vivir a pie, a tener todo a diez minutos, a lo que hace a una capital de provincia una capital de provincia por la promesa del piso nuevo o la casa nueva en las afueras. Los fenómenos sociales llegan más tarde pero tampoco nos perdonan. Y en esas casas nuevas hay piscina comunitaria y nevera gigantesca, pero no hay derecho a la calle. No hay, tampoco, vecinos de otras edades, vecinos que no tengan niños, alguien distinto, alguien, por ejemplo, que no pueda, sepa o quiera conducir. Es el estilo de vida cochista, segregado e individualista que hace de grandísima parte de Estados Unidos un lugar descorazonador.
En mi ciudad las luces son tranquilas. Blanco y dorado, motivos clásicos, sin estridencias. El Ayuntamiento ha pedido hacer calle entre todos: poner algo en balcones y ventanas. Cada año por estas fechas juego con mi hijo a encontrar elementos navideños —señales— por la ciudad, punto para el primero que vea algo nuevo. El otro día, mientras él entrenaba baloncesto, estuve dando vueltas por unas calles de barrio en busca de un zapatero. Calles tirando a oscuras y a metáfora: calles que seguían siendo calle por las luces de los pequeños comercios que resisten y por las modestas luces de balcón. Observo con agradecimiento todos los Papás Noel trepadores, los tres reyes magos en escalera, las luces esféricas de colorines, las luces en todas sus versiones e intentos. Las agradezco especialmente porque ya soy lo suficientemente mayor como para saber que a veces las luces no se ponen por sino a pesar de. Pienso en las historias detrás de las manos que las han colocado, en la vida que transcurre en el salón de su reflejo. Las miro con respeto mientras oriento estratégicamente la plaquita solar de las nuestras, luz cálida y tres posibilidades de movimiento, para hacer nuestra parte de la calle.
Hay carteles de las luces de Navidad de Vigo en Nueva York y a mí me parece bien. Si tantos en Soria o en Xixón caminan con sudaderas de NYU sin saber ni dónde queda, ojalá algunos neoyorquinos se animen a buscar en internet qué se les puede haber perdido en Vigo. Los provincianos podemos comprender bien por qué hacerse con el título de algo es tan importante para un lugar. Como dicen los políticos cuando lo consiguen o lo prometen: que te pongan en el mapa. Figurar. Ofrecer un motivo claro para que los visitantes lleguen. La gente necesita señales: y ahora saben que ir a Vigo a ver las luces de Navidad es un plan.