“No preguntes cuántos son los que murieron, tampoco cuántos han sido los heridos. “Centenares”, dicen. Cien arriba, cien abajo, ¿a quién importa? (…) La culpa es de los muertos. Los violentos son los muertos. Los responsables son los muertos. Las autoridades de los pueblos sólo pueden felicitarse de haber conseguido que los violentos estén muertos, que los sin derechos estén muertos, que los sin pan estén muertos…” Estas líneas, con las que me identifico, son de Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger.
Las ha dedicado a los migrantes que se dejaron la vida en la valla que separa Melilla de Marruecos, pero son vigentes para todos los que lo hicieron antes, para los que lo volverán a hacer y para todos aquellos que en cada país emprenden el viaje empujados por la frustración y la necesidad, jugándose la vida o perdiéndola para alcanzar el sueño de occidente que enmascara miseria, humillación y mucha angustia.
Reflexiono sobre ello a veces, sobre todo con las imágenes de aquellos ilegales que han atravesado la línea del deseo y besan la tierra de Ceuta o de Melilla tras una travesía de espanto. Han llegado pero el futuro no solo es incierto, sino que trae malas perspectivas. Me impacta que la mayoría sean adolescentes y jóvenes. Es normal porque es la edad de los sueños, lo malo es el despertar.
En Melilla hemos visto morir a más de 40 personas, según los datos de las oenegés, hostigadas al parecer por la gendarmería marroquí —donde también hubo dos fallecidos— aplastadas contra la alambrada de la que creen firmemente que marca la diferencia entre una mala vida y una vida por conocer. Las noticias que han ido llegando de cómo sucedió la tragedia llevan a que todo ser humano con sentimientos note un estremecimiento en la piel y desolación en el alma. Saber que a un crío de 17 años que ha pasado tres con el objetivo de alcanzar este destino incierto, que ha acampado los últimos ocho meses en el monte cercano para, finalmente, hacer el intento definitivo, las autoridades marroquís le identifiquen como líder de la mafia responsable de esta macabra historia es tan alucinante como descorazonador.
Insensibilidad y espanto
Hay veces que hablar sin la suficiente información trae malas consecuencias. Es lo que le ocurrió al presidente del Gobierno español cuando, a primera hora de la mañana, tras los hechos, aparentó mostrarse insensible con las víctimas y justificó y alabó la acción de los gendarmes y guardias civiles. Son declaraciones que más parecen propias del ministro de Interior, Fernando Grande Marlaska, que en estos temas de devoluciones en caliente y represión en la frontera no parece que prodigue la sensibilidad. Quizás la concentración en cómo afrontar su debut entre los grandes mandatarios del mundo les hizo olvidar lo esencial ante unos hechos tan graves como los sucedidos en nuestras fronteras con el Magreb.
Desde luego es sumamente importante formar parte del club selecto de la OTAN y hacer cuentas para participar, sin disfraces, de la carrera armamentista; con la ambición justificada de que el país tenga su justo lugar en el mundo, pero esto no es excusa. Porque se puede estar alineado con las mayores potencias y triunfar como gobernante, pero si se deja de lado a los vulnerables, a quienes forman parte de la esencia progresista de tu ideología y de la política que pretendes defender, no generarás confianza y estarás abocado al fracaso como persona.
Por ello, imagino el horror de Pedro Sánchez cuando le dieron más datos sobre lo sucedido. No dudo que sintió espanto por la tragedia, pues no le tengo por indiferente, pero también debió quedar conmocionado como político por las repercusiones. Después se condolió sinceramente por las víctimas y sus familias y volvió a los otros asuntos. Con el presidente de EE. UU, Sánchez firmó un acuerdo para abordar la solución a una migración segura, ordenada y regular, apenas unos días después de que, en Texas, 50 migrantes perdieran la vida deshidratados en el interior de un camión en el que pretendían alcanzar el paraíso norteamericano. Ambos presidentes pretenden gestionar los flujos migratorios irregulares, que son dos palabras frías que suelen darse de bruces con las siguientes que pronunciaron: “garantizar un trato justo y humano de los migrantes”.
Memoria leve
Sería deseable que así fuera. Antes de estas historias tan trágicas tuvimos aquí a cientos de niños marroquíes enviados a la península por el rey alauita en una “invasión” de migrantes que tenía como objetivo destacar el poderío del vecino de enfrente, no tan amable ya, que fueron devueltos a su tierra de manera poco regular y cuyo regreso a España reclama ahora la justicia. Otro punto discutible para el ministro de Interior. La eterna sangría de las muertes en el mar de quienes se embarcan en patera aquí y en todo el Mediterráneo es una llamada más para las conciencias.
Hemos cerrado los ojos, pero tenemos a los refugiados sirios en manos de Recep Tayyip Erdogan, amigo hoy por su placet a Suecia y Finlandia, pero mal enemigo y dudoso demócrata. La factura que puede pasar a nuestras democracias el presidente turco es inquietante. ¿Qué decir del primer ministro británico Boris Johnson, empeñado —pese a las advertencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos— en enviar a Ruanda a los solicitantes de asilo político? Aún señalo otra deuda pendiente: ¿recuerda alguien a los refugiados afganos? ¿Aquellos que tanto ayudaron a los países civilizados? ¿Y a los afganos que tuvieron que quedarse allí? ¿A las mujeres que han retrocedido en sus derechos hasta épocas feudales debajo de sus burkas? Todo es apariencia y todo es falsedad. Recuerdo la difícil llegada a España del fiscal general de Afganistán, en claro riesgo de muerte. Costó mucho trabajo rescatarlo. Llegó con su familia, le hospedaron y le olvidaron. Finalmente, abandonado, tuvo que buscar refugio en Nueva Zelanda.
Nuestra memoria es leve y nuestra capacidad de escandalizarnos ha bajado el listón acercándose a la apatía con demasiada premura. Ya saben que la indiferencia permite que la impunidad se abra camino y eso es malo. Malo para los Estados de Derecho, malo para las sociedades, malo para quienes lo único que pedimos es que cada mañana el espejo nos devuelva una mirada ética irrenunciable.
España debe aclarar si permitió o no que la gendarmería marroquí recogiera en nuestro territorio a migrantes que ya habían conseguido llegar. Hay que establecer responsabilidades penales en su caso, evitando que el silencio caiga sobre estas muertes
En la cumbre
La Fiscalía General del Estado ha puesto en marcha una investigación sobre lo sucedido en Melilla. La ONU ha clamado contra estos duros hechos. El Papa Francisco pide que tales desgracias no se repitan. Organizaciones no gubernamentales, jueces progresistas, ciudadanos manifestándose por la calle el fin de semana, desean establecer un freno a la crueldad. Marruecos tendrá que explicar qué sabía, por qué permitió que se llegara a este punto, si auxilió a las víctimas e identificó a los fallecidos. España debe aclarar si permitió o no que la gendarmería recogiera en nuestro territorio a migrantes que ya habían conseguido llegar hasta aquí. Hay que establecer responsabilidades penales en su caso, evitando que el silencio caiga sobre estas muertes.
En Madrid, estos días, se han prodigado las comitivas oficiales, los besamanos, los manteles con platos elaborados, los oropeles en un mundo paralelo de los que tanto abundan. La sociedad política internacional derrochaba pulcritud y buenas palabras en sus debates geoestratégicos que transcurren a años luz de la realidad, mucho más básica y dolorosa, que sufren a diario millones de seres humanos. Esa contraposición es fea y avergüenza. Del mismo modo que produce bochorno la fotografía de los y las parejas de los líderes del mundo occidental ante el Guernika. ¿Qué diría Picasso? Su obra denunciando la guerra de Franco, brutal como todas las guerras, sirvió para que los co-representantes de una organización cuya razón de ser es el conflicto bélico exhibieran su armonía, pero ninguno reclamó la paz. La artista peruana Daniela Ortiz reaccionó pidiendo la retirada de sus obras en exposición en el museo Reina Sofía, por considerar aberrante ese posado ante un cuadro que simboliza el grito contra la guerra en favor de la concordia.
Ajenos a tal distorsión, los asistentes a la cumbre OTAN se han mostrado muy satisfechos. Como balance se marcaron los desafíos: beligerancia rusa, China y sus intereses en Asia Pacífico, el yihadismo al sur y más millones para Ucrania. Acuerdos históricos, dijeron. La organización española perfecta, en palabras del secretario general Jens Stontelberg, y Madrid una hermosa ciudad. Nadie, parece, piensa en la tensión y consecuencias que la eventual ampliación de la organización puede traer.
Entre tanto, al sur del sur de Europa, en algún pueblo de Sudán, un crío está haciendo planes con sus amigos para iniciar un viaje difícil y peligroso. Quizás no vuelva a ver su aldea. En muchos pueblos, las madres lloran hoy sin saber si sus hijos están vivos. En Etiopía, la gente huye de la guerra en el Tigray y de las masacres bajo el mutismo de los grandes países. Vuelvo al texto del arzobispo emérito de Tánger y me sobrecoge: “Yo no puedo decir que los responsables de esas muertes son los Gobiernos de España y Marruecos; yo no puedo decir que los Gobiernos de España y Marruecos tienen las manos manchadas de sangre; yo no puedo decir que los Gobiernos de España y Marruecos llenan de víctimas un frío, cruel, prolongado e inicuo corredor de la muerte. No lo puedo decir, pero lo puedo pensar, y es lo que pienso”. Tiene razón Santiago Agrelo y, como él, yo también hago míos a estos muertos de nadie. Quizás si las grandes naciones implementaran el diálogo en vez de la confrontación y si dedicaran un poco de sus presupuestos multimillonarios para evitar el hambre, las cosas cambiarían favorablemente para todos.
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Baltasar Garzón Real es jurista y presidente de Fibgar
“No preguntes cuántos son los que murieron, tampoco cuántos han sido los heridos. “Centenares”, dicen. Cien arriba, cien abajo, ¿a quién importa? (…) La culpa es de los muertos. Los violentos son los muertos. Los responsables son los muertos. Las autoridades de los pueblos sólo pueden felicitarse de haber conseguido que los violentos estén muertos, que los sin derechos estén muertos, que los sin pan estén muertos…” Estas líneas, con las que me identifico, son de Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger.