Mujeres poderosas

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Hay una escena de la serie Intimidad en la que una de las protagonistas, una política con una prometedora carrera por delante, le dice a un compañero: "me insultan por verme desnuda y me mandan sus fotopollas. Ahora se creen que estoy de oferta". Lo dice tras la difusión, sin su consentimiento, de un vídeo en el que aparece manteniendo relaciones sexuales con un hombre. A partir de ese momento, su futuro laboral comienza a tambalearse. Los que antes le apoyaban, ahora la empujan a dar un paso atrás porque, dicen, ha perdido la credibilidad y eso es una mancha en el historial de su partido. Poco parece importarles que se haya cometido un delito porque una vez más el foco se pone en ella. Se humilla y castiga a una mujer que ha mostrado su deseo sexual, aunque en este caso, ni siquiera haya dado su permiso para hacerlo. El mensaje es el siguiente: como todo el mundo la ha visto desnuda y practicando sexo, un terreno que en esta sociedad machista aún parece reservado solo a ellos, ahora es una mujer pública y ya no es necesario respetarla. El argumento, por cierto, recuerda al caso de la concejala Olvido Hormigos, que hace una década denunció a su expareja por la difusión de un vídeo de contenido sexual. 

Sobra decir que el cuestionamiento a las mujeres que se dedican a la política es constante, pero lo cierto es que, en ocasiones, adquiere dimensiones desproporcionadas cuando se filtran detalles de su vida privada. Solo hay que ver la lluvia de críticas que tuvo que soportar la primera ministra finlandesa Sanna Marin tras la viralización, este verano, de unas imágenes en las que se la veía divirtiéndose con unos amigos. Sus adversarios políticos trataron de desacreditarla por ello y el tema ocupó páginas de periódicos y rellenó horas de tertulias de televisión, dentro y fuera de Finlandia. Cuesta creer que, aún hoy, haya gente a la que le escandaliza que una mujer salga de fiesta en su tiempo libre. No es la primera vez que se ataca a Marin, que llegó al poder en 2019, cuando tenía 34 años, convirtiéndose en la jefa de Gobierno más joven del mundo. Su gestión durante la pandemia ha sido ampliamente alabada, pero muchos han preferido criticar su juventud, aspecto físico, forma de vestir o su carácter desenfadado a la hora de tratar a sus compatriotas. No nos engañemos, muchos de estos aspectos serían considerados cualidades si estuviésemos hablando de un hombre. Lo que demuestra el alto peaje que tienen que pagar las mujeres que se dedican a la política y la doble vara de medir que se aplica sobre ellas. Que le pregunten a Irene Montero, Adriana Lastra o Andrea Levy.

Y aunque hay excepciones, las mujeres poderosas siguen molestando. Y si son jóvenes, todavía más. Estoy convencida de que si Sanna Marin fuese menos cercana arremeterían contra ella por su poca empatía. El sistema es tan perverso que a la vez que se nos exige seriedad, se nos acusa de locas o incluso malfolladas cuando parecemos cabreadas, pertenezcamos o no a la esfera política. Cuenta Rebeca Traister en su ensayo Buenas y enfadadas. El poder revolucionario de la ira de las mujeres, que, en plena crisis económica de 2008, una periodista norteamericana entrevistó a un directivo de la Comisión Nacional de Valores, al que reprochó que la falta de previsión del organismo estuviese dejando a miles de familias en la ruina. Poco después de la emisión, sus jefes la metieron en un despacho y le echaron en cara que mientras preguntaba parecía enfurecida. Lo estaba, sí -¡para no estarlo!- pero lo único que hizo, asegura, fue no sonreír. El patriarcado quiere seguir juzgando a las mujeres por su actitud o vida privada en vez de por sus logros profesionales. Cada vez lo tiene más difícil: la actitud de Sanna Marin frente a la polémica es un buen ejemplo de ello. Sin pretender hacer spoiler de la serie, la protagonista de Intimidad también lo es.

El patriarcado quiere seguir juzgando a las mujeres por su actitud o vida privada en vez de por sus logros profesionales.

Hay una escena de la serie Intimidad en la que una de las protagonistas, una política con una prometedora carrera por delante, le dice a un compañero: "me insultan por verme desnuda y me mandan sus fotopollas. Ahora se creen que estoy de oferta". Lo dice tras la difusión, sin su consentimiento, de un vídeo en el que aparece manteniendo relaciones sexuales con un hombre. A partir de ese momento, su futuro laboral comienza a tambalearse. Los que antes le apoyaban, ahora la empujan a dar un paso atrás porque, dicen, ha perdido la credibilidad y eso es una mancha en el historial de su partido. Poco parece importarles que se haya cometido un delito porque una vez más el foco se pone en ella. Se humilla y castiga a una mujer que ha mostrado su deseo sexual, aunque en este caso, ni siquiera haya dado su permiso para hacerlo. El mensaje es el siguiente: como todo el mundo la ha visto desnuda y practicando sexo, un terreno que en esta sociedad machista aún parece reservado solo a ellos, ahora es una mujer pública y ya no es necesario respetarla. El argumento, por cierto, recuerda al caso de la concejala Olvido Hormigos, que hace una década denunció a su expareja por la difusión de un vídeo de contenido sexual. 

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