Encerrada en el baño de la Sutton Eva Baroja

Al parecer, necesitamos 800.000 millones de euros, que han aparecido con una rapidez pasmosa, para defendernos.
Y desde luego tengo la sensación de que necesito que me defiendan, sí, cada vez más. Lo que ocurre es que para ello no necesitamos 800.000 millones, sino una voluntad política que me parece que no está bien encaminada. Voy a citar (de nuevo) a Simone de Beauvoir cuando escribe: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”. Siento ser la feminista aguafiestas, pero es evidente que ante la crisis civilizatoria que estamos viviendo los derechos de las mujeres (y minorías LGTBI), mis derechos y los de más de la mitad de la población, están siendo barridos como si no pesaran nada. Quizá es que nunca han pesado nada. Y son derechos fundamentales, afectan a nuestra igualdad, a nuestra seguridad, a nuestro derecho a no sufrir discriminación ni violencia, a nuestro derecho a vivir libremente, en definitiva. Me preocupan, sí, los aranceles, la guerra comercial, los derechos de la clase trabajadora, los recortes que vienen. Todo eso me preocupa muchísimo porque me preocupa la justicia social. Llevo toda la vida involucrada en su defensa. Lo que pasa, y se olvida, es que lo que atañe a las mujeres también es justicia social, y básica. Y no puedo evitar tener la sensación de que volvemos a estar como hace 50, 100 o 200 años, debatiendo de nuevo qué derechos son más importantes y cuáles van primero. Spoiler: mujeres y minorías los últimos. Asumiendo también que los derechos de los trabajadores (en masculino) conllevan automáticamente y por arte de magia derechos para las mujeres. Es decir, olvidando una de las lecciones más importantes del feminismo; una de las que mejor conocemos: que los derechos de las mujeres solo se garantizan con derechos para las mujeres y que no pueden supeditarse a otros, que no son menos importantes sino que –al menos para nosotras– son los más importantes. Estamos pasando por alto lecciones históricas que nosotras ya conocemos, como cuando en el siglo XIX sindicatos obreros y patronos pactaron lo que se llamó el “salario familiar” para que las obreras no pudieran, en ningún caso, acercar sus salarios a los de los hombres. Desde el comienzo del capitalismo las feministas conocemos varios ejemplos de pactos interclasistas (“pactos entre varones”) pero antifeministas. Y estamos olvidando también que muchos de los recortes que el renovado fascismo está proponiendo y perpetrando no solo no encuentran resistencia entre la clase trabajadora, sino que, al contrario, muchos trabajadores los han votado. Andrea Rizzi sostiene en el libro La era de la revancha que lo que hace que una parte de las clases populares y de los gobiernos apoye la impugnación general a las democracias tiene que ver con recuperar territorios perdidos, con recuperar poder, y yo pienso que esto se puede entender en sentido literal pero también metafórico: las clases populares pueden estar buscando recuperar territorios simbólicos y subjetivos frente a las mujeres. Olvidar eso es un suicidio para nosotras.
El expansionismo militar me preocupa, pero este aún no ha llegado a la puerta de mi casa
Manda al parecer la geopolítica. Nos dicen que tenemos que defendernos, han hecho el cálculo y eso cuesta 800.000 millones. Pero no veo ninguna intención de defender los derechos de las mujeres y personas LGTBI. No veo que Europa esté afirmando con claridad que, sin nuestros derechos garantizados, este sistema no será más una democracia. Se están aprobando, en países democráticos, leyes que intentan prohibir a las mujeres cortarse el pelo, viajar, votar, por supuesto abortar, estudiar; leyes que reprimen las existencias de las personas LGTBI, que les impiden mostrarse, reunirse, manifestarse. Está ocurriendo y está ocurriendo también en Europa. A los gobiernos europeos les preocupa una invasión rusa, pero Rusia, China y EE.UU hace tiempo que invaden Europa con miles de noticias falsas que propagan discursos de odio y que socaban la democracia. Así que el expansionismo militar me preocupa, pero este aún no ha llegado a la puerta de mi casa. Sin embargo, el expansionismo ideológico antidemocrático me lo encuentro cada vez que abro el ordenador y ahora ya me lo encuentro en distintas medidas asumidas incluso por gobiernos europeos. Las mujeres y minorías sexuales tenemos el enemigo aquí mismo: en Hungría, Bulgaria, Georgia, Kirguistán, Eslovaquia, Rumania, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, cuyos Estados se están convirtiendo en lugares donde las minorías o las mujeres no están seguras. Y esta deriva la vemos ya en España, en Gran Bretaña, en Italia, incluso en España con los gobiernos de PP y Vox. En Europa se van aprobando medidas dedicadas a desmantelar todas las políticas feministas implementadas en la última década, a expandir el odio contra las mujeres y minorías, a corroer por dentro la democracia permitiendo gobiernos y discursos que lo fomentan.
Ahora hay quien nos pide que salgamos a la calle a reivindicar los valores europeos. ¿Qué valores? ¿Los valores xenófobos de Meloni, asumidos ya por la UE? ¿Los de Orban, al que se le ha permitido impunemente arrebatar derechos básicos a las mujeres y personas LGTBI? ¿Los de unos gobiernos que venden armas a un gobierno que está perpetrando el genocidio del siglo XXI, el exterminio de todo un pueblo, sin que tomen ninguna medida para impedirlo? Desde luego que necesito que me protejan, desde luego que me siento en riesgo; quizá como nunca antes en mi vida. Y desde luego que pido al gobierno de la UE y de mi país que se revuelvan contra quienes nos amenazan. Quiero salir a la calle a defender los valores europeos, sólo que hace falta que alguien me demuestre que esos valores existen o que existen gobiernos dispuestos a defenderlos. Soy una ciudadana europea y necesito que me protejan de la desinformación, de las noticias falsas, del machismo violento que crece entre los jóvenes, de los discursos de odio. Necesito una Europa que proteja decididamente mi libertad de expresión, de reunión, de información, que proteja la neutralidad de las redes. ¿Con armas? No, con políticas que radicalicen la defensa de los derechos de las mujeres, de la igualdad, de los derechos humanos, de los derechos LGTBI; con políticas para crear redes públicas que combatan el agujero negro que es X, que garanticen la transparencia del algoritmo, que reivindiquen y defiendan los servicios públicos que necesitamos para tener vidas buenas; que me defiendan de los Abogados Cristianos, de la Ley Mordaza, de los jueces prevaricadores…
Todo eso cuesta menos de 800.000 millones y no va a matar a nadie, sino al contrario, esas políticas son políticas de vida. La operación para rearmar Europa, diga lo que diga Pedro Sánchez, es una operación en la que muchos ricos se harán mucho más ricos y en la que toda la sociedad retrocederá y asumirá valores securitarios porque es la única manera de defender ese gasto y esas políticas; toda la sociedad se hará más represiva y no menos y veremos cómo se acentuará el odio a los vecinos, a los diferentes, a las minorías y… cómo no, a las mujeres, especialmente a las feministas. No me pidan que apoye esto, no me hablen de salir a la calle a defender no sé qué Europa.
En el 15M gritábamos que el sistema era antinosotros. Ahora el sistema es cada vez más antinosotras. ¿De qué nos van a proteger exactamente esas armas que se supone que vamos a comprar fundamentalmente a EE.UU? Como mujer feminista y lesbiana siento que necesito protección, sí, pero esa Europa que quiere armarse hasta las cejas no me la está proporcionando. Así que no me hablen de geopolítica sino de política… y de vida.
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Beatriz Gimeno es ex directora del Instituto de las Mujeres.
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