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La Asociación Española de Pediatría (AEP) alerta del aumento de conductas por ansiedad, síntomas obsesivo-compulsivos, depresión, autolesiones y somatizaciones en los niños y niñas como consecuencia de la situación generada por la pandemia.
En su II Congreso Digital, celebrado del 3 al 5 de junio, han abordado esta realidad que se ha traducido en un incremento del 50% de las urgencias pediátricas por problemas psiquiátricos, y en el ingreso de cuatro veces más pacientes en las unidades de psiquiatría infantil.
Lo que sorprende y preocupa es que entre las causas que explican estas alteraciones se hable de las limitaciones de la movilidad, el exceso de tiempo en casa, la escolarización virtual, la falta de estímulos… y, en cambio, no se incluya la violencia de género y su evolución durante los meses de pandemia.
Según la Macroencuesta 2019, el 89,6 % de las mujeres que han sufrido violencia de género tenían hijos e hijas en el momento de ser agredidas, una situación que lleva a que tengamos 1.678.959 niños y niñas viviendo en hogares con violencia, cifra que representa el 18,1% de nuestra infancia.
Esta situación previa a la pandemia se ha agravado por el aumento de la violencia de género durante este último año, y por la mayor dificultad para acceder a las alternativas que permiten salir de ella a través de la denuncia o la ruptura de la relación. El resultado final es que todos estos niños y niñas han estado expuestos, por un lado, a más violencia, más agresiones, más control y más aislamiento, y, por otro, a menos atención y a menos ayudas informales que surgen dentro de sus relaciones personales. La combinación de estos dos factores ha potenciado el impacto de la violencia de género sobre los menores, y se presenta como un elemento clave para entender la situación actual que, sin embargo, no es considerado entre las causas que deben abordarse para solucionarla.
Lo invisible no debería ser tomado como inexistente, y hoy la violencia de género y sus consecuencias no solo es en gran parte invisible, sino que es negada desde las instituciones y no lo suficientemente considerada desde los ámbitos profesionales que deben actuar sobre sus resultados, especialmente sobre el impacto que origina en la salud de quien la sufre. Recuerdo que cuando ejercía como Médico Forense, una niña de unos 7 años se refería a su padre maltratador del siguiente modo: "Cuando nos encontramos en casa mi madre y yo estamos muy bien, pero cuando llega mi padre es como si entrara una corriente de aire frío". Ese ambiente gélido que causa la violencia es el que termina por helar los corazones y los sueños.
Un estudio publicado por Chandan et al (Journal of American Heart Association, febrero, 2020) recoge que el riesgo de muerte en mujeres maltratadas es un 40% más alto que en las mujeres que no la sufren, fundamentalmente debido a las alteraciones cardíacas y metabólicas que se producen al vivir bajo la amenaza de la violencia y el efecto de sus golpes. Otros estudios, como los de McFarlane et al (2003) y los de Mª Vicenta Alcántara y colaboradores (2013), también ponen de manifiesto las consecuencias que padecen los niños y niñas, y cómo estos resultados se presentan en forma de problemas externalizantes (alteraciones del comportamiento), e internalizantes (alteraciones emocionales dentro de la esfera de la ansiedad y la depresión), justo lo que ahora se detecta en las consultas de Pediatría.
Los problemas de salud mental en los menores que destaca la AEP están presentes en gran medida debido a la violencia de género y, sin embargo, no se suelen relacionar con ella, por lo cual el tratamiento que se aplica va dirigido a lo sintomático sin entrar en la raíz etiológica ni en sus causas, aproximación que facilita la adaptación a la violencia, no la crítica hacia ella y la salida.
El futuro de la sociedad y de las relaciones de muchos jóvenes está hipotecado por la violencia que los hombres ejercen cada día sobre sus parejas, hijos e hijas. Los riesgos de autolesiones y suicidio que se analizan en el Congreso de la Asociación Española de Pediatría no podrán ser solucionados si no liberamos a esos niños y niñas del ambiente violento que generan sus padres, y para ello resulta clave el trabajo de detección que se puede hacer desde la Pediatría. La AEP debe trabajar en este sentido y desarrollar las medidas e instrumentos necesarios para lograrlo.
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Cuando se está al borde de una situación límite, el paso siguiente es el abismo, un lugar donde ya no hay oportunidad para la solución. Y con el machismo son muchas las mujeres y menores que viven al borde de la ausencia emocional y social. La solución pasa por erradicar esta manera de entender las relaciones familiares y de pareja que ha impuesto la cultura androcéntrica, no por mitigar el impacto y los síntomas de sus consecuencias.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
La Asociación Española de Pediatría (AEP) alerta del aumento de conductas por ansiedad, síntomas obsesivo-compulsivos, depresión, autolesiones y somatizaciones en los niños y niñas como consecuencia de la situación generada por la pandemia.
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