La historia de Robert Oppenheimer que ahora vemos en los cines es la historia de un arrepentimiento, al menos eso se concluye de la reconstrucción del relato que envolvió la vida del físico que fue capaz de superar el límite de la teoría para comprobar que tenía razón, aunque luego tuviera que arrepentirse de ello.
El arrepentimiento es muy útil cuando se tiene conciencia de injusticia en la acción. Saber que las cosas se hacen abusando del poder, explotando a la gente, discriminando a las mujeres y a otros grupos de la población, necesita tener a mano el arrepentimiento para acudir a él cuando la ocasión lo requiera. De ese modo se produce una especie de “ucronía inversa” que lleva a hacer creer que las cosas han transcurrido de otra forma por el simple hecho de haberse arrepentido de la decisión que ha dado lugar a la realidad actual.
Oppenheimer es un buen ejemplo, pero lo vemos a diario en la política.
Saber que las cosas se hacen abusando del poder, explotando a la gente, discriminando a las mujeres y a otros grupos de la población, necesita tener a mano el arrepentimiento para acudir a él cuando la ocasión lo requiera
Robert Oppenheimer dirigió el proyecto Manhattan que condujo a la creación de la bomba atómica, y participó en la selección de los objetivos de Hiroshima y Nagasaki consciente de las muertes y el daño que iba a causar, pero en todo momento se mantuvo en su decisión, a pesar del movimiento crítico que surgió dentro de la propia comunidad científica. Al final de todo, cuando los hechos superaron la teoría en el resultado, se arrepintió y con ello creó una realidad diferente para él.
Como dice el almirante Lewis Strauss en la película, los aficionados buscan el sol, pero el poder se queda en la sombra. Y el poder en nuestra sociedad está en la construcción androcéntrica de la realidad a partir de la cultura patriarcal; la economía y sus mercados, los ejércitos con sus bombas, la educación con sus contenidos… son sólo instrumentos del poder, y para el poder lo importante es la conciencia propia y ajena de poder, por eso las consecuencias negativas son sólo “daños colaterales” que nada importan.
Si la bomba atómica hubiera desencadenado una reacción en cadena por la liberación de neutrones que hubieran chocado con otros núcleos, que a su vez habrían liberado nuevos neutrones en una reacción exponencial, y se hubiera destruido la atmósfera y con ella desaparecido la humanidad, una posibilidad que se manejaba como “altamente improbable”, pero no ausente, hubiera sido un simple daño colateral; terminal, pero colateral o no deseado y, por tanto, secundario a su objetivo de reforzar el poder sobre la posesión de la bomba atómica.
Las posiciones conservadoras, herederas naturales de ese poder androcéntrico, se comportan de ese modo. Históricamente han utilizado su poder para generar la desigualdad y con ella la opresión y exclusión de las mujeres, pero cuando la realidad estalla y deja al descubierto la injusticia que esconden sus planteamientos, se ven obligados a “arrepentirse” y permitir que las mujeres hagan lo que los hombres venían haciendo mucho tiempo atrás. Es lo que pasó con el acceso de las mujeres a la universidad, a trabajar sin permiso del padre o del marido, a votar, a desempeñar puestos de responsabilidad, a cobrar lo mismo que los hombres… que cuando se logra vencer el obstáculo impuesto, el mismo modelo androcéntrico que lo ha mantenido crea una ucronía, pero no de lo que podría haber sido a partir de cada situación si esta no se hubiera presentado, sino de lo que no ha sido. Es decir, su ucronía no está en presentar la realidad alternativa sobre cada una de esas decisiones, sino en crear una realidad diferente previa al momento en el que se tomaron, es decir, como si nada relacionado con el machismo hubiera existido antes de que las mujeres pudieran acceder y disfrutar de los mismos derechos que los hombres venían disfrutando años y siglos antes, y todo hubiera sido algo coyuntural.
Esa ucronía inversa es la que permite que no haya conciencia de desigualdad e injusticia con relación a los factores que impedían que las mujeres disfrutaran de los mismos derechos que los hombres, como si la situación que se genera con cada uno de esos pasos siempre hubiera sido la misma a la que existía antes de la decisión tomada.
Hoy vuelve a ocurrir con el negacionismo de la violencia de género y con otros elementos clave para mantener el modelo conservador-androcéntrico. La estrategia de negar la violencia de género, una violencia estructural e histórica que ha tardado nueve mil años en ser reconocida, ya está arrojando resultados muy preocupantes con un incremento en el número de homicidios, una mayor acumulación de asesinatos en determinados periodos, un descenso en el número de suicidios de los agresores tras los homicidios relacionado con la percepción de que la sociedad es menos crítica con sus conductas violentas, y un aumento de mujeres asesinadas tras poner la denuncia, que en 2022 aumentó en cuatro puntos respecto a los cinco años previos.
Quienes están tomando estas decisiones negacionistas saben todas las consecuencias que conllevan, aunque quizás confían en que el control social de las mujeres que quieren imponer al dificultarle la salida de la relación y la denuncia de la violencia sea capaz de disminuir el número de homicidios, como ocurrió en la pandemia, que aumentó la violencia de género, pero se redujo el número de asesinatos por la dificultad para salir de la relación violenta. Todo ello aumentará el daño que se va a producir sobre las vidas de las mujeres, como Robert Oppenheimer sabía las consecuencias de “su bomba”, pero no pararán. Se detendrán cuando la sociedad les exija responsabilidad por su decisión, y entonces harán lo mismo que hicieron cuando las mujeres pudieron ir a la universidad, luego votar, luego trabajar sin el permiso del padre o del marido… incluso tratarán de presentar su decisión como positiva por haberla adoptado en el momento justo, como cuando el presidente de la Junta de Andalucía, Moreno Bonilla, dijo de su segundo equipo de gobierno que nombraba a más mujeres que hombres porque “ahora sí había mujeres capacitadas”, o sea, que lo hizo en el momento justo. Es lo mismo que se dice de las 200.000 muertes ocasionadas por las bombas de Hiroshima y Nagasaki, que en el fondo contribuyeron a evitar más muertes, porque de no haberse lanzado la guerra habría continuado con resultados aún más graves.
Al final mostrarán una especie de arrepentimiento sobre su negacionismo, dirán que ellos son los primeros que quieren que cambien las cosas, y contarán todo como si nada hubiera ocurrido y todo hubiera sido una falta de voluntad de las mujeres para hacer lo que no hicieron. Será un nuevo capítulo de su ucronía inversa en ese objetivo de “refundar el machismo”.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género
La historia de Robert Oppenheimer que ahora vemos en los cines es la historia de un arrepentimiento, al menos eso se concluye de la reconstrucción del relato que envolvió la vida del físico que fue capaz de superar el límite de la teoría para comprobar que tenía razón, aunque luego tuviera que arrepentirse de ello.