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Relojes de normalidad

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Más de veinte días después de la dana en València, 3.840 alumnos siguen sin centro escolar en Paiporta. Esta es una de esas realidades abrumadoras que comienzan a no tener el espacio informativo y de discusión que merecen porque las dinámicas de la cobertura periodística son impasibles también con las grandísimas catástrofes como esta. El debate político se lo lleva todo y un espectador medio seguramente haya escuchado repetidamente los mismos ‘totales’ y varias tertulias alrededor pero no se haya visto expuesto a escuchar cómo una madre de Paiporta trata de levantar su vida de nuevo con el reloj de la normalidad parado en la tarde del 29 de octubre

Para quienes tenemos hijos, su centro escolar es el verdadero epicentro de nuestra existencia. El único lugar que permanece, que funciona con precisión suiza: a menos diez estos grupos, a menos cinco estos otros, exactamente a en punto los demás. A tercera los martes inglés, el miércoles van al gimnasio, si llueve no estarán en el patio después del comedor. Cuando la vida adulta despliega uno de sus días caóticos en los que apenas se puede ir mal apagando fuegos, llevar y recoger al niño al colegio, haber preparado su fiambrera, una mandarina en gajos, tres cuñitas de queso, la botella de agua llena otorga una sensación de mínimo orden, de consecución, modestas pero vitales endorfinas.

A las familias de Paiporta y las localidades vecinas la dana les arrancó lo más básico y también el último asidero: la cotidianeidad. Inculcar rutinas es una prioridad desde que los niños son muy pequeños, porque las rutinas otorgan seguridad, un marco, algún automatismo que ejecutar cuando la confusión lo paraliza todo. Casi 4.000 alumnos, casi 4.000 familias, van camino de un mes sin esos pequeños hábitos que hilvanan el día a día y lo hacen, especialmente en unas circunstancias devastadoras como las suyas, transitable.

A las familias de Paiporta y las localidades vecinas la dana les arrancó lo más básico y también el último asidero: la cotidianeidad

Los centros escolares ya están a máxima capacidad en circunstancias normales. Sin duda ubicar temporalmente a los niños que se han quedado sin aula es una tarea muy compleja, dificultada además por los destrozos en las comunicaciones. Pero debe ser una labor absolutamente prioritaria. Hay que poner todos los recursos públicos para que estos niños recuperen cuanto antes sus vidas y, a través de ellos, también puedan hacerlo sus familias. El derecho a la educación es un derecho humano fundamental. Y la educación es algo mucho más amplio que aprender conocimientos y el colegio es algo mucho más amplio que un centro educativo. El centro escolar es un reloj de normalidad

Los niños necesitan, y con más urgencia tras un hecho traumático como el que han vivido en València, escuchar la campana de la entrada, saludar a la profesora, colgar la mochila, buscar su sitio, encontrarse con sus compañeros, jugar, saltar, vivir durante unas horas ajenos al despliegue caótico de la vida adulta

Más de veinte días después de la dana en València, 3.840 alumnos siguen sin centro escolar en Paiporta. Esta es una de esas realidades abrumadoras que comienzan a no tener el espacio informativo y de discusión que merecen porque las dinámicas de la cobertura periodística son impasibles también con las grandísimas catástrofes como esta. El debate político se lo lleva todo y un espectador medio seguramente haya escuchado repetidamente los mismos ‘totales’ y varias tertulias alrededor pero no se haya visto expuesto a escuchar cómo una madre de Paiporta trata de levantar su vida de nuevo con el reloj de la normalidad parado en la tarde del 29 de octubre

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