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Dejar X para quedarse en Twitter

El pájaro por la mariposa. La vuelta del color azul cielo. Tachar la X. Estos días se ha producido una estampida. Dónde va Vicente, donde va la gente, y la gente de esta red social se está yendo masivamente a Bluesky, un espacio aparentemente idéntico pero sin Elon Musk, sus hordas ultras y su algoritmo desquiciado. Un espacio de momento sin publicidad, limpio como una casa por la que todavía no ha pisado mucha gente con los zapatos de la calle. 

La constatación de que Musk tendrá poder ejecutivo en la Casa Blanca II de Donald Trump ha sido la última gota en un vaso al que no le faltaba mucho. La gente no ha empezado a irse esta semana y esa fuga tampoco comenzó exactamente cuando el multimillonario entró en “antes Twitter” como un elefante en una cacharrería, la pintó de negro y desapareció al pájaro. Esta red de cafeteros —políticos, politólogos, periodistas y aledaños — funciona notablemente peor desde que la compró Musk, pero la agresividad y el odio eran parte de su lenguaje mucho antes de su llegada.

Hacerme una cuenta en Bluesky me ha dado tanta nostalgia de los inicios en Twitter como de los 21 años que tenía en abril de 2009. Es la única red social de la que nunca me he ido y la única que he soportado en los momentos duros. Incluso en el X manipulado por Musk, puedo decir que siempre he tenido la casa bastante limpia: el bloqueo inmediato a las cobardes cuentas-avatar-huevito no falla. La primera medida para una red sana sería que todos sus participantes pusieran su verdadera cara y su nombre completo en los mensajes. Lo que no te atreves a decir con esas condiciones, mejor queda sin ser dicho. Juguemos todos con las mismas cartas.

¿Es realmente más urgente irse de X que dejar de alimentar los monstruos de Meta (Instagram, Facebook, Whatsapp) o que cebar la infamia que discurre en vídeos de ritmo demencial en TikTok?

A mí no me parece ridículo, como se está diciendo, que las personas expliquen si se quedan o se van de X, por qué lo hacen, qué sienten, cuál es el nuevo lugar donde encontrarlos. La comunidad que hemos construido es valiosísima. Pese al ruido, no existe otro espacio donde en un segundo puedas coger el pulso del día, enterarte de algo mientras se desarrolla, conocer al mismo tiempo los hechos y las impresiones y las ocurrencias de personas inteligentísimas. Tuitear es un pequeño arte, una destreza, una forma de escritura, una estructura narrativa de nuestro tiempo. Leer buenos tuits es un placer intelectual, un entretenimiento y una compañía a los que yo, personalmente, no quiero renunciar.

A Twitter primero y después a X les ha pasado como a las series de éxito que se alargan demasiado. Las tramas comienzan a forzarse y a los personajes les pasa de todo y la ansiedad por innovar acaba destruyendo la esencia de lo que fueron. La primera vez que Twitter empezó a dejar de serlo fue cuando, en 2017, se alargaron los caracteres, un golpe en el centro de su identidad. La primera grieta hasta las insoportables sábanas de texto actuales. La desvirtuación llegó antes que Musk. Él lo hizo todo peor, grotesco, desesperante. Sobre todo con él comenzamos a dejar de ver a las personas que más nos interesan, a tener que atravesar demasiada maleza para encontrar algo útil, rescatable. Irse porque ahora la experiencia de usuario es mala me parece una razón sólida. A irse como si fuera un acto heroico contra los ultras y la desinformación le veo fisuras: ¿es realmente más urgente irse de X que dejar de alimentar los monstruos de Meta (Instagram, Facebook, Whatsapp) o que cebar la infamia que discurre en vídeos de ritmo demencial en TikTok? “Antes Twitter-ahora X” siempre ha sido un reducto, son las otras redes, mucho más masivas y atractivas para menores y mayores, las que más estragos están causando. Lo coherente sería un irse de todas a la vez en todas partes, pero eso quién puede permitírselo.

El pájaro por la mariposa. La vuelta del color azul cielo. Tachar la X. Estos días se ha producido una estampida. Dónde va Vicente, donde va la gente, y la gente de esta red social se está yendo masivamente a Bluesky, un espacio aparentemente idéntico pero sin Elon Musk, sus hordas ultras y su algoritmo desquiciado. Un espacio de momento sin publicidad, limpio como una casa por la que todavía no ha pisado mucha gente con los zapatos de la calle. 

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