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Billy el Niño debe ser juzgado

José Errejón Villacieros

Corrían los primeros 70. Había pasado el 68, entre nosotros con el recital de Raimon y una oleada de movilizaciones obreras y estudiantiles que habían dejado, junto a las muertes del estudiante Enrique Ruano y el obrero Pedro Patiño a manos de la policía franquista una impresión generalizada de que si, como cantaba Lluís Llach, "tú la estiras fuerte de aquí y yo la estiro fuerte de allá", la dictadura terminaría cayendo.

Eran las dos y media de un día de junio de 1973, yo estaba estudiando la que, creo recordar, era la última asignatura de la carrera, cuando llamaron a la puerta. Como mucha gente de mi generación y circunstancias de compromiso político, yo vivía en un estado de permanente ansiedad ante una detención que, tras varios cursos de activismo continuo, presentía inevitable. Así que cuando abrí la puerta y vi a los dos "sociales" (1), sentí: "YA". Desde ese momento hasta mi ingreso en la cárcel de Carabanchel tuve la ocasión de "conocer" a González Pacheco. No puedo añadir nada a lo que han dicho otros mejor que lo podría hacer yo sobre la catadura del personaje; su crueldad y sadismo no podía ocultar las carencias de una personalidad bastante endeble e histriónica en un medio tan envilecedor como la policía política franquista.

No le había vuelto a ver hasta que la meritoria labor de los compañeros de La Comuna consiguió que las hazañas de este criminal salieran a la luz. No envidio su aparente regalada vida ni las condecoraciones con las que algunos gobiernos premiaron sus crueldades (pienso en gente querida y respetada como José María Chato Galante, Felisa Echegoyen o Luis Suárez, por citar solo algunos).

Estoy seguro de que González Pacheco siente todo el asco y la vergüenza por su miserable vida de esbirro; estoy seguro de que aquel hombre que me pegaba en el primer piso de la calle del Correo tiene dificultades para dormir, y eso significa cierta justicia para todos aquellos a quienes hizo sufrir.

Pero las españolas y los españoles de hoy que no conocieron el régimen franquista y a veces oyen hablar de él como si fuera un sistema político como otro cualquiera tienen el derecho de conocer cuáles eran las prácticas de tortura e iniquidad en que se basó a lo largo de los cuarenta años de su existencia. Se trata de una labor de profilaxis social y cultural. Una sociedad que calla o mira para otro lado ante la abyección y la tortura está sembrando las condiciones de posibilidad para aceptar cualquier modalidad de servidumbre voluntaria.

"Verdad, justicia y reparación", corean desde hace años todos los jueves en la Puerta del Sol de Madrid represaliados y familiares de represaliados por el franquismo. Con el andar cansado de algunos y la rabia y ansia de justicia de todos, nos están haciendo una llamada a no olvidar, a no permitir que sus familiares asesinados por el franquismo mueran de nuevo en el olvido de una sociedad beneficiaria de una democracia por la que ellos lucharon.

No, Billy: yo no envidio tu memoria de esbirro, todo tu afán de verdugo no pudo detener la marcha del pueblo hacia la libertad. No es completa, está llena de agujeros, por eso tenemos que vigilar para que el olvido y la desmemoria no permitan que pueda existir gente como tú.

Nos ha costado mucho trabajo, mucho sufrimiento y ahora hay quienes nos quieren privar de ella, pero esta vez tampoco nos rendiremos.

Una sociedad de mujeres y hombres que queríamos ser libres nos afirmamos y construimos pueblo en las fábricas y en las aulas, en los barrios, allí donde nuestra capacidad de entendimiento y cooperación iban construyendo vínculos que, presentíamos, terminarían por acabar con la decrepitud del régimen franquista.

La respuesta del régimen a estas dinámicas sociales volvía a sus orígenes del 18 de julio de 1936 y desataba la represión más despiadada a través de los sucesivos Estados de Excepción, destinados a recordar a la sociedad la enorme capacidad de producir dolor y sufrimiento que lo había caracterizado desde el golpe de Estado del 18 de julio de 1936.En estas tareas brilló especialmente González Pacheco junto a otros "héroes" de la tortura. Pero fue todo en vano. La labor de la Brigada Político Social de la que González Pacheco era miembro destacado no solo no detuvo la acción democrática sino que la multiplicó, y donde había miles se convirtieron en millones.

Desorientado en la dirección del país por causa de las enormes movilizaciones por las libertades y la democracia, su respuesta avalada por el Departamento de Estado USA se concretó en la designación del almirante Carrero Blanco como presidente del Gobierno, con vistas a robustecer la línea más dura del régimen ante la previsible desaparición física del dictador y su sustitución como jefe de Estado por Juan Carlos de Borbón.

Conviene recordarlo contra determinadas interpretaciones históricas según las cuales Franco habría preparado una Transición a la democracia encargando al príncipe Juan Carlos su dirección. Nada más lejos de la realidad: la designación de Carrero pretendía asegurar la perpetuación del régimen con el visto bueno de la mayor parte de la oligarquía beneficiaria del mismo.

Solo la lucha de obreros y estudiantes, de un pueblo que ya se sentía soberano después de haber levantado al país de sus ruinas, solo esta lucha pacífica y denodada, hizo torcer el rumbo que la oligarquía y el régimen quisieron imponer a nuestro país.

Es necesario recordarlo cuando, de nuevo, se pretende imponer una idea de España que cierra la diversidad de sentimientos y aspiraciones que emergen de una sociedad adulta aunque, por otro lado, no duda en echarnos en manos de quienes especulan con las necesidades más elementales de los españoles.

No, esta vez tampoco callaremos ante la pretensión de imponer la injusticia y la violencia disfrazadas en una idea de España que no tiene en cuenta el sentir de las españolas y los españoles. Ni permitiremos que se encargue a ningún Billy el Niño y sus secuaces la protección de su idea de España.

EPÍLOGO

Gracias a la generosidad de los amigos de infoLibre me he permitido hacer públicos unos sentimientos que, como demócrata, me sentía obligado a expresar. González Pacheco debe ser juzgado y despojado de cuantas menciones honoríficas y complementos dinerarios disfruta, y es ésa una labor que corresponde al poder judicial, que no puede inhibirse ante unos delitos que no prescriben.

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Dicho lo cual me apresuro a manifestar que ni las torturas de González Pacheco ni las barbaridades de la Fundación Francisco Franco pueden constituir hoy la principal atención de la agenda política.

No conviene que el ruido mediático, deliberadamente o no producido, distraiga la atención de la acción política y gubernamental de los graves problemas que tiene planteados hoy la sociedad española

  (1) En la jerga de los antifranquistas de la época, se conocía como "sociales" a los miembros de la Brigada Político Social encargados de la vigilancia y represión de los movimientos subversivos contra la dictadura.1

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