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La Complutense ante la transición ecosocial: ¿una nueva ventana de acción climática?

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Investigadores y docentes de la Universidad Complutense de Madrid

Esta semana se ha presentado el informe de síntesis del último Ciclo de Evaluación del Panel Internacional de Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas iniciado en 2015, donde se dice que el tiempo para limitar el calentamiento global entre 1.5 y 2 ºC se acaba. Será imposible si no se llevan a cabo importantes reducciones de las emisiones de CO2 antes de 2030. De seguir como hasta ahora, probablemente activaremos puntos de no retorno climático con consecuencias catastróficas para la vida vegetal, animal y humana en el planeta Tierra.

La publicación del informe coincide con una calurosa primavera y unas elecciones a Rectorado muy especiales en la Universidad Complutense de Madrid. Una contienda que enfrenta al rector actual, Joaquín Goyache, con la actual decana de Ciencias Políticas y Sociología, Esther del Campo, quien podría convertirse en la primera rectora de la historia de la universidad. El mandato de quien salga elegido o elegida de la votación final, prevista para el próximo 29 de marzo, se extenderá durante los próximos 6 años: prácticamente hasta el 2030. Es decir, toca decidir en estas elecciones de la Complutense si la mayor universidad presencial de España apuesta definitivamente por un cambio de rumbo hacia una transición ecosocial justa, transformando su concepción formativa, de gestión energética, alimentaria y de relación con la biodiversidad de la cual formamos parte.

Podemos negarnos a reconocer la veracidad de los informes del IPCC; dar voz a negacionistas, dándole la espalda a la realidad, o paralizarnos de eco-ansiedad. Podemos ignorar al resto del mundo y seguir como hasta ahora. También podemos tratar de mantener la calma, evadiendo nuestra responsabilidad con gestos útiles, pero insuficientes, como instalar pequeñas placas solares con el beneplácito de empresas expertas en greenwashing; o restringirnos a campañas puntuales de reciclaje y concienciación que no hacen sino maquillar problemas. Abrazar cualquiera de estas opciones, del negacionismo al nihilismo pasando por el retardismo, solo demuestra la falta de conocimiento sobre la gravedad del problema o la voluntad de obstruir o emplazar el cambio necesario. Y una Universidad que dice querer mirar al futuro con compromiso no puede permitirse esto.

Un breve balance de la Complutense ante los desafíos ecosociales

En la Complutense el sistema de calefacción es caduco e ineficaz, fósil, como los combustibles que lo alimentan. Este escenario exige un plan de corto y medio plazo de transición energética al interior de la Universidad, con reformas estructurales de los edificios y entornos que deben incluir medidas para la evaluación, el ahorro y el reaprovechamiento de agua. Más allá de algún muro verde ocasional y otros proyectos de infraestructura verde en curso, nuestros edificios en general resultan bio-homogéneos, es decir, sin rastro de la biodiversidad básica que podría estar convirtiendo nuestros espacios en refugios climáticos y de salud ante lo que viene. En el Campus de Somosaguas, estamos en medio de un entorno privilegiado que, sin embargo, hemos angostado bajo el reinado incontestable y contaminante del vehículo privado. Mientras tanto, en el campus de Ciudad Universitaria seguimos siendo todavía una ruta central para miles de coches al día, lo que limita la integración segura de la bicicleta.

¿Y cómo estamos diciendo desde la institución universitaria a nuestros/as más de 70.000 estudiantes que hay que comer y cultivar? ¿Siguiendo acaso criterios de inclusividad social, ambiental y de salud? En la UCM los comedores con productos de proximidad, con opciones ecológicas, veganas, de comercio justo o libres de alérgenos son prácticamente inexistentes. Eso contrasta con el esfuerzo admirable hecho en otras universidades públicas de nuestra comunidad como la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad Politécnica de Madrid y la Universidad de Alcalá, que ya han experimentado en algunas de sus cafeterías menús sostenibles, basados en alimentos de temporada, km. 0 y de certificación ecológica. Mientras esperamos indefinidamente la regulación estratégica de las empresas concesionarias y contratadas para los comedores universitarios, cuyos pliegos de contratación deberían incluir criterios de sostenibilidad, los huertos de ambos campus resisten testimonialmente merced a la persistencia activista y voluntad del personal que los cuida. La precariedad laboral forma parte intrínseca de este ecosistema, por lo que no es casual que los trabajos más precarizados sean, a su vez, trabajos feminizados y racializados, como el de las trabajadoras de la limpieza. Junto a las dificultades derivadas de sus condiciones laborales, se exponen a la toxicidad de productos químicos que deberían ser estrictamente controlados a fin de contar con las etiquetas ecológicas y de control de riesgos para la salud hoy exigidas.

En relación con la oferta educativa y formativa de la universidad, la división arquitectónica de los saberes sigue obstaculizando el diálogo entre disciplinas, algo consustancial al pensamiento ecológico. Aunque la Complutense cuenta con muchas/os investigadoras/es y grupos de investigación y análisis aplicados en ciencias de la salud, la tierra y la sociedad trabajando para promover la sostenibilidad, hay poco diálogo entre las facultades y falta atrevimiento institucional y visión de medio y largo plazo. Nuestros currículos son anticuados y viejos en lo que se refiere a las competencias y conocimientos necesarios para afrontar la crisis ecológica y climática. Todavía queda mucho recorrido para integrar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en la formación universitaria.

Toca decidir en estas elecciones de la Complutense si la mayor universidad presencial de España apuesta definitivamente por un cambio de rumbo hacia una transición ecosocial justa

En el mejor de los casos, tenemos en perspectiva un grado conjunto en sostenibilidad, en alianza con otras universidades europeas, que se pondría en marcha en dos o tres años, y donde su matrícula estaría muy limitada para nuestros estudiantes. ¿Por qué no comenzar ya mismo con un grado conjunto en transición ecológica y sostenibilidad en castellano involucrando las distintas ramas de conocimiento que tiene nuestra universidad? ¿Y dónde están las asignaturas transversales sobre la transición ecosocial? ¿Hay algún plan de incorporación de esta cuestión en todo lo que estudiamos, tal y como se ha ido incorporando el enfoque de género en las materias? Cuando se revisan los planes de estudio de nuestros Grados y Másteres, es fácil verificar que la oferta académica sobre sostenibilidad de la UCM sigue siendo muy pobre. No deja de ser curioso, y dramático a la vez, notar que la propia Conferencia de Rectores de Universidades de España (CRUE) ha aprobado desde 2005 una serie de directrices para la introducción de la sostenibilidad en la universidad. Es decir, llevamos casi dos décadas perdidas.

Sin duda, ha sido un avance que se haya creado en 2019 en la UCM un Vicerrectorado de Tecnología y Sostenibilidad al calor de las protestas por el clima y todas las movilizaciones posteriores de la sociedad civil y de la comunidad científica en el contexto de realización de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 25) en Madrid. Pero su alcance y despliegue ha sido tímido e insuficiente. Aunque el Consejo de Gobierno de la UCM reconoció el 7 de junio de 2019 la situación de emergencia climática, no se ha afrontado de forma estructural el tema y se necesita desarrollar una visión sólida y continuada de la sostenibilidad en el campus, en todos los niveles de la vida académica. Hay que reconocer, aun así, que la Unidad de Campus y Medioambiente logró implementar medidas relevantes como los registros sobre la huella de carbono de la UCM. Sin embargo, se necesita ir más allá de los sellos (como el sello reduce/compensa del gobierno español, ofrecido a quienes registran una tendencia de baja de la huella de carbono), y desarrollar un plan ambicioso que entienda la descarbonización dentro de una perspectiva integral y holística, incluyendo objetivos claros en una perspectiva de combinar el compromiso y función social de la universidad con la justicia ecológica.

La necesaria transformación ecosocial en la universidad (y más allá)

De ponerse en marcha de forma efectiva la transformación requerida, la Universidad Complutense podría convertirse en un actor fundamental en la ciudad de Madrid para la activación de un punto de inflexión cultural y social que nos permita transitar a modelos de sociedad verdaderamente sostenibles. Sumarnos a una sociedad distinta, que ya se está construyendo en muchas experiencias dentro y fuera de la universidad, donde la comunalización, la ciencia abierta, los diálogos de saberes, la peatonalización, la renaturalización global de los edificios, la inversión en energías democráticas, descentralizadas y eficientes, o la apuesta por modelos de transporte y alimentación justos, saludables y sostenibles, sea la norma y no la excepción. Una sociedad donde los empleos dignos, fijos y bien remunerados, los cuidados desde una perspectiva interseccional y de sostenibilidad de la vida, o el despliegue de una oferta académica adecuada en nuestros campus se convierta en ejemplo rápidamente, contagiándose no solo por el resto de instituciones de educación superior, sino retroalimentándose con la sociedad.

Para hacer los cambios necesarios, la Universidad Complutense necesitaría crear un Vicerrectorado de Transición Ecosocial y Emergencia Climática, en sintonía con las exigencias de nuestro tiempo histórico, con sus propios diagnósticos institucionales y con las tendencias de otras universidades europeas, que están rediseñando sus modelos de producción y consumo, el estilo de vida en los campus, así como ajustando sus planes de estudio para integrar, desde la inter/transdisciplinariedad, la agenda ecológica. Es importante dotar a este nuevo Vicerrectorado de iniciativa y presupuestos suficientes (los fondos europeos actuales podrían ser de gran ayuda en este sentido) para llevar a cabo acciones transformadoras alejadas de los dogmas neoliberales en coordinación con otros vicerrectorados.

Las Aulas de Innovación Social y Sostenibilidad existentes en algunas facultades necesitan expandirse, conectarse entre ellas y servir de espacio de retroalimentación entre el estudiantado, el PDI, el PAS y el nuevo Vicerrectorado. Este también podría ser un nodo de referencia para el trabajo cooperativo, de intercambio y difusión, junto a la amplia red madrileña de espacios asociativos y organizativos alrededor de la agroecología, la soberanía alimentaria y la economía social y solidaria. Dado el tamaño y el peso de la UCM, y el efecto multiplicador de las prácticas educativas y formativas, la Complutense podría jugar un papel catalizador de transiciones más amplias en nuestra sociedad.

La universidad necesita igualmente desprenderse de su dependencia de las energías fósiles, que siguen destrozando el planeta y nuestro futuro y el de nuestros/as hijos/as. La Universidad Nacional Australiana fue pionera en el mundo en una amplia campaña, con importantes victorias, por una universidad libre de fósiles. En dos de las principales universidades de Estados Unidos, Stanford y Harvard, también se han dado pasos muy importantes a partir de la movilización estudiantil y docente. En el primer caso, la campaña Fossil Free Stanford permitió despojar de su patrimonio las participaciones en empresas de extracción de carbón. En el segundo, Divest Harvard obtuvo una gran victoria en 2021 cuando logró que Harvard se deshiciera de su dotación de combustibles fósiles. Esto implica poner el foco en las empresas fósiles y en los bancos que las financian. Se calcula que el Banco Santander ha invertido hasta 43.000 millones de dólares en la industria fósil desde la firma del Acuerdo de París. Deberíamos reflexionar si este es el camino que queremos y buscar alternativas al gran pilar de la financiación privada de las Universidades españolas, incluida la Complutense. 

Dentro de pocos años se cerrará la ventana de oportunidad para llevar a cabo acciones eficaces que limiten el cambio climático. Es así como Naciones Unidas nos interpela esta semana. Tenemos entre 5 y 10 años en los que podemos seguir como hasta ahora, y acabar como la rana de la fábula que se cocía a fuego lento, o podemos empujar hacia una transformación ecosocial efectiva y saltar de la olla con daños serios, sí, pero vivos y cultivando la esperanza y un horizonte más digno para los/as más jóvenes y quienes han de venir. Como docentes e investigadores/as de la UCM especializados en cambio climático, agroecología, sostenibilidad y transiciones ecosociales, esperamos que el nuevo rectorado de la Complutense esté a la altura y pueda dar pasos consistentes para hacer frente a este desafío. 

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Firman el artículo los/las siguientes investigadores/as y docentes de la UCM: Víctor Alonso Rocafort y Breno Bringel (CC. Políticas y Sociología), Alberto Coronel Tarancón (Filosofía), Belén Martínez Madrid (Veterinaria), Irene Martínez Martín (Educación), Jon Sanz Landaluze y Riansares Muñoz Oliva (CC. Químicas), Fidel González Rouco y María Belén Rodríguez de Fonseca (CC. Físicas).  

Esta semana se ha presentado el informe de síntesis del último Ciclo de Evaluación del Panel Internacional de Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas iniciado en 2015, donde se dice que el tiempo para limitar el calentamiento global entre 1.5 y 2 ºC se acaba. Será imposible si no se llevan a cabo importantes reducciones de las emisiones de CO2 antes de 2030. De seguir como hasta ahora, probablemente activaremos puntos de no retorno climático con consecuencias catastróficas para la vida vegetal, animal y humana en el planeta Tierra.

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