Otro día hablaremos del gobierno: hoy, de los adioses

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Alfons Cervera

Hoy me distancio de lo que pasa habitualmente en esta columna de infoLibre. Ojalá la disculpen quienes la hayan abierto pensando que les hablaría de otro daño distinto al que aquí cuento, de la miseria que nos rodea por todas partes: también de la miseria moral. O sobre todo. Resulta difícil ausentarse de una realidad que abruma, que cerca cada día más con su cinismo la miaja de entendimiento que nos queda, que huele –como dirían Feijóo y el periodismo cloaca– a un gobierno abiertamente coaligado con las demoníacas fuerzas del Averno. Hoy escribo de otro daño distinto. No de una guerra de la que sólo queda el precio del gas y no la insoportable huella de los muertos, o de la avaricia de las eléctricas que se forran hundiendo cada día más una pobreza planetaria, o de un cambio climático que niegan a machamartillo los canallas que la provocan, o de las casas que engordan impunemente la bolsa inmobiliaria de los fondos buitre, o de cómo va a pasar el invierno quien no tiene más calefacción que una manta a cuadros o los rincones de las tiendas y los cartones que al menos protejan los cuerpos del hielo en las crueles madrugadas de la desigualdad.

Sé que escribir de un daño personal ignora, aposta o sin querer, que el dolor es intransferible. Si ustedes ven eso en esta columna, ojalá, como decía antes, puedan disculparla. En París se ha muerto hace unos días una mujer admirable. No sé qué les dirá su nombre: Marie-Claude Chaput. A lo mejor alguien entre ustedes la conoció. En el mundo del hispanismo sí que se la conoce. Y tanto que sí. Pero eso, ahora, es lo de menos. Lo de más es que desde la Universidad de Nanterre vino enseñando a mucha gente que la vida y la historia y la literatura son inseparables. Y que eso no se enseña. Que eso se vive o no se vive. Y ella lo vivía. Y lo vivía con nosotros. Y hoy lo escribo aquí no sé si para contarles brevemente quién fue Marie-Claude o simplemente para compartir con quien me esté leyendo un rato de amistad y la tristeza que se nos agarra como un alacrán cuando alguien a quien querías mucho ya no existe.

Muchos años ya de encontrarnos en medio de la historia última de nuestro país. Hispanista, catedrática de Civilisation Espagnole en Nanterre, autora de infinidad de textos que tienen que ver con esa historia que todavía es hoy en España casi una historia clandestina. La historia de un país que se niega a buscar en su pasado más reciente lo que ahora es. O lo que no es. No sólo la movían intereses académicos para ese acercamiento. Sus trabajos se extendían más allá de las aulas y de sus conferencias y de sus participaciones en no sé cuántos congresos a lo largo de su vida: vivía a ras de calle, sentía sus ruidos, la esperanza en que la transición a la democracia no fuera solo un tiempo de traiciones, los ecos de la guerrilla antifranquista rodando por los montes de una memoria hoy tan machacada, el anarquismo, tan manoseado a ratos por quienes escriben la historia como si fuera un tebeo de la peor especie, la presencia de la mujer en los conflictos, en el centro mismo de la plaza pública. Lo enseñaba y lo vivía. Su casa era la casa común, de lo común, de quienes acabábamos allí las sesiones de los congresos o jornadas académicas que sobre cualquier asunto nos juntaban en la casi capital del mundo mundial. Su casa en el 4 bis de la Rue des Écoles, en el distrito quinto. A un paso del bullicio que día y noche ocupa las calles y los cafés de la orilla izquierda, con Saint Michel y Saint-Germain-des-Prés de arterias principales. Su casa. La de tanta gente. Los instantes felices.

Las heridas de esa guerra –y de cualquiera otra– se curan contándolas. O al menos se curan a medias. Porque no hay sanación completa cuando las guerras no se acaban con la paz sino con la victoria

Se había jubilado en el año 2015. En Nanterre se le rindió un homenaje. Y en más sitios. Me acuerdo de Rennes, aunque yo no estuve. Pero me lo contaron: ya se sabe que la memoria es una mezcla de lo que vivimos y de lo que alguien nos contó para que formara parte también de nuestra vida. El 13 de noviembre de 2015 salimos de Nanterre y al poco rato las metralletas dejaban en las calles y en la sala Bataclan un reguero obsceno de personas muertas y heridas. La mezcla del horror y la belleza, como decía Rilke, de sus ángeles extraños. Al día siguiente, quienes aún seguíamos en París sentimos la necesidad de cerrar el homenaje a Marie-Claude. Y ahí estuvimos, en una sala del Colegio de España, a la vez cerca y lejos del miedo, del daño que nos sigue afligiendo en cada visita a los sitios del terror. Yo estaba en aquel instante muy cerca del restaurante La Belle Équipe, en la Rue Charonne, donde cayeron diecinueve personas asesinadas por las balas. Vuelvo allí cuando viajo a París. Un rito. La mierda del recuerdo que no te deja en paz. Dicen que el olvido es bueno según para qué cosas. No lo sé. Confío poco o nada en los olvidos. En ningún olvido. Olvidar dicen que cura las heridas de esa guerra española que tanto interesaba tanto académica como personalmente a Marie-Claude Chaput. Para nada. Las heridas de esa guerra –y de cualquiera otra– se curan contándolas. O al menos se curan a medias. Porque no hay sanación completa cuando las guerras no se acaban con la paz sino con la victoria. Al día siguiente de aquellos atentados, François Hollande ordenó bombardear Siria. Ojo por ojo. Ya conocen la historia. ¿Qué paz sigue a una guerra? Ninguna. Lo que sigue es la victoria. Y la paz y la victoria no se parecen en nada. Miren la España de 1939 y la de 2022. Demasiados parecidos en muchas cosas. O eso creo. Más de cien mil personas asesinadas entonces por los vencedores de la guerra aún siguen en las cunetas y en las fosas comunes de algunos cementerios. Muchas veces Marie-Claude hablaba de esas fosas, la llenaban de un contento agridulce las exhumaciones. Cuánto tardan en este país algunas cosas, ¿no?, nos decíamos. Olvidar es bueno, eso gritan quienes quieren seguir ocultando la sangría de la dictadura franquista. Que no me vengan con cuentos chinos. Uno ya tiene una edad para soportar según qué tonterías. Y tantas mentiras.

Menudo rollo que les he soltado sólo para decirles que se ha muerto en París Marie-Claude Chaput. Inesperadamente. La muerte siempre llega antes de tiempo, escribía José Saramago, seguramente el que más entre mis más radicalmente imprescindibles. Un cáncer de cuatro días, como quien dice. Vista y no vista. Pienso en la cantidad de estudiantes que pasaron por sus clases, en los textos suyos que leímos y seguiremos leyendo, en la inmensa gratitud que le debemos porque sin ella todo hubiera sido más difícil en la vida y en el aprendizaje de la historia y la literatura más comprometidas. La memoria es como ese milagro laico que oficiamos para que no se nos vaya de la cabeza que hubo un tiempo en que fuimos felices, en que hasta ganamos alguna pequeña batalla y solo por eso ya nos sentimos invencibles. Empezaba esta columna hablándoles de un dolor ajeno, de la imposibilidad de ser transferido. “El dolor al que te despiertas no es tuyo”, escribía Sylvia Plath. Hoy he querido que a pesar de que el dolor que les cuento no sea el suyo, al menos lo compartamos. Les juro a ustedes que en la próxima columna de infoLibre, y como decían Tip y Coll en la televisión hace muchos años, hablaremos del gobierno. O sea… 

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es 'Algo personal' (Piel de Zapa, 2021).

Hoy me distancio de lo que pasa habitualmente en esta columna de infoLibre. Ojalá la disculpen quienes la hayan abierto pensando que les hablaría de otro daño distinto al que aquí cuento, de la miseria que nos rodea por todas partes: también de la miseria moral. O sobre todo. Resulta difícil ausentarse de una realidad que abruma, que cerca cada día más con su cinismo la miaja de entendimiento que nos queda, que huele –como dirían Feijóo y el periodismo cloaca– a un gobierno abiertamente coaligado con las demoníacas fuerzas del Averno. Hoy escribo de otro daño distinto. No de una guerra de la que sólo queda el precio del gas y no la insoportable huella de los muertos, o de la avaricia de las eléctricas que se forran hundiendo cada día más una pobreza planetaria, o de un cambio climático que niegan a machamartillo los canallas que la provocan, o de las casas que engordan impunemente la bolsa inmobiliaria de los fondos buitre, o de cómo va a pasar el invierno quien no tiene más calefacción que una manta a cuadros o los rincones de las tiendas y los cartones que al menos protejan los cuerpos del hielo en las crueles madrugadas de la desigualdad.

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