En los días buenos, acuérdate de mí

Miquel Porta Serra

Una de las cosas buenas que tiene haber sobrevivido a la pandemia sin grandes efectos colaterales –para quienes por ahora en esas estamos, que no somos todos– es que podemos tener más «fe en la duda», como bien dijo Jorge Wagensberg en el quicio de su último libro, Sólo se puede tener fe en la duda. Claro que razones para dudar –epidemiológicas, económicas, sentimentales y de toda índole– no nos faltan. Pero aunque importante, eso no es lo más. Lo que con el covid-19 muchos hemos experimentado de forma tan insólita como útil, muy útil para vivir, es creer en la duda. Abrazarla y escucharla. Y entonces, precisamente por ello, cuando vislumbramos una posible verdad y la aquilatamos con la duda, podemos tener más confianza en que esa verdad inicialmente sólo posible lo es: real y auténtica.

Es lo que me ocurrió anoche al leer este deseo y petición: «en los días buenos, acuérdate de mí». Tras la maravilla, el estupor y sí, la duda, sentí la certeza de que había ahí una verdad honda. Conmovido, tuve que cerrar el libro. La vida pequeña, de José Ángel González Sainz. Se anuncia como «una respuesta a la pandemia a través de la escritura» y lo es, lo creo como ciudadano y como epidemiólogo. Al despertar esta mañana he leído que al escritor la solicitud se la hizo «alguien que sabía que la mejor forma de permanecer vivo es que quien has amado de veras se acuerde de ti cuando está alegre, cuando hace bueno en su alma y está despejada y con luz.» Un proyecto, un sueño: acuérdate de mí cuando estés bien, o mejor. Así, cuando parece que la pandemia va quedando atrás. Para nada es solo una cuestión individual o emocional, es también colectiva y racional.

La invitación es a «recordar (apreciar) lo que es bueno y hace buenos a los días; para empezar, la compañía; quien nos ha amado», dice González Sainz. Y quizá también estés de acuerdo con él, como yo, en que la frase «en los días buenos, acuérdate de mí» lleva en sí tácitamente esta propuesta: «mira lo que es bueno, date cuenta y mira con quién». Mira en compañía y date cuenta de lo que hace bien. A menudo la compañía es la de una persona y también la de un grupo o una organización.

La propuesta es –además– pura epidemiología, ¿lo ves? A cada rato discutimos embobados o cabalmente lo que durante este Año II de la Primera Pandemia Planetaria está yendo bien o no, está haciendo bien o no. Pero demasiadas pocas veces lo pensamos atendiendo a los hechos y con la madera humana que tenía quien le hizo aquella petición al escritor. En tus días buenos post-pandemia mira lo que hace buenos a los días. Mira a la realidad con toda tu hondura y fuste. La invitación es así –también– política, pues «los atrabiliarios recolectores de rencores» sólo ven posible acechar el poder mediante el encono, la inquina, el nihilismo bilioso. Y mentiras. Con desprecio absoluto por la realidad y nuestras condiciones de vida.

A propósito, González Sainz atribuye a Simone Weil (1909-1943) esta idea: la alegría es la plenitud del sentimiento de lo real. Vaya. Según él, «cuando hemos sentido con plenitud algo real, la energía de la alegría producida podría no morir nunca». Que «el fuste de la alegría y la alegría de lo que verdaderamente tiene fuste» también son políticas lo sabemos desde hace mucho, el reto es conseguir más apoyo social para las políticas realmente emancipadoras, ahora. Partiendo de y volviendo a la realidad, con la serenidad, altura, amabilidad, rigor, audacia y seducción de la verdadera política del siglo XXI.

Y se lo he dicho a quienes más quiero. Que intentemos vivir juntos más días buenos. No tanto por su recuerdo cuando yo no esté (que también, la verdad) sino por su propia bondad, la de los días buenos en compañía. También he reconocido que no era fácil (todos tienen tantas cosas que hacer), pero tampoco difícil; que de hecho cada año ya vivimos unos cuantos de esos días. Todo esto vale para los hijos y la pareja como para los amigos, los compañeros de trabajo y Europa entera, ¿sí? Un proyecto vital colectivo. Por tanto, ético, cultural y político. Intentar vivir juntos más días buenos.

Estamos trabajando técnica y políticamente para hacerlo más real. No es fácil y necesitamos más apoyo ciudadano, institucional, empresarial. Nunca es fácil integrar los anhelos vitales sociales con la racionalidad científica y la eficiencia política, pero a menudo ha sido posible.

Aunque los técnicos y los científicos solos no podemos lograr avances relevantes. Incluso los técnicos, funcionarios y científicos con más sensibilidad social, con la debida preparación en salud pública y sus ciencias afines.

La larga y apasionante etapa de reconstrucción que ojalá estemos empezando puede ser una oportunidad para muchas instituciones y empresas. También veremos que se venderá humo; por ejemplo, tecnologías sin impacto evaluado en la vida de la gente. En salud pública, en medicina, educación, trabajo social o medio ambiente –en muchos ámbitos relevantes para las personas–, la inteligencia artificial o el «big data» no son efectivas sin inteligencia humana, sin datos válidos o sin conocimiento experto. Se ha demostrado que datos y algoritmos en sí mismos no resuelven nada clínica o socialmente relevante; por ejemplo, porque los datos sobre infecciones en personas están sesgados, cuando no han sido obtenidos con métodos adecuados y contrastados. O porque los analistas desconocen la realidad sociocultural en la que se expanden las enfermedades. Sabemos muy bien que aumentar la cantidad de datos no aumenta per se la validez de un estudio: los sesgos se mantienen y las consiguientes decisiones son erróneas. El análisis acrítico y acientífico de datos sin validez solo produce «soluciones» falsas. Y solo gana el statu quo. Por supuesto que invertiremos bien los recursos tecnológicos disponibles y aprovecharemos la experiencia que desde hace varias décadas acumulamos –en la investigación epidemiológica y sobre servicios sanitarios, por ejemplo– con grandes bases de datos del mundo real. España dispone de numerosos investigadores e instituciones con una producción científica de alto nivel, socialmente relevante, reconocida internacionalmente.

Pero esto tampoco es suficiente: para conocer mejor las causas y las características de los problemas epidemiológicos, sociales y ambientales, para prevenirlos, anticiparlos y controlarlos con más celeridad, necesitamos más y mejores profesionales sobre el terreno, conocedores de la ciudadanía y sus realidades, bien formados, retribuidos y valorados. Ellos son esenciales para generar datos válidos, información y conocimiento útil para la acción. Y trabajando con ellos, los mejores funcionarios y técnicos, en instituciones más modernas y eficientes que bastantes de las actuales.

Necesitamos pues más diálogo, alianzas y apoyo social para fortalecer las instituciones de salud pública; no solo las asistenciales, sino especialmente las preventivas, las que actúan sobre las causas de las epidemias para prevenirlas. La futura Agencia Estatal de Salud Pública es una pieza clave en la modernización de tales instituciones. Toda la ciudadanía debemos apoyar que tenga la máxima ambición social y ética posible, y un nivel científico y técnico bien alto, para proteger mucho mejor que hasta ahora la salud de todos, la equidad, la economía real y la convivencia. Trabajando en red y con la visión sistémica imprescindible en salud pública, este organismo aprovechará y potenciará la enorme capacidad existente en numerosos municipios y Comunidades Autónomas, así como en las redes europeas y globales.

Lo sabemos: no podemos prevenir la muerte, la ruina y el malestar solo desde lo lírico y emocional. Por ello, desde muchos ámbitos estamos trabajando para fortalecer las respuestas racionales y prácticas.

«En los días buenos, acuérdate de mí», nos dicen asimismo quienes nos han dejado, quienes tienen secuelas del covid-19 y los grupos sociales más perjudicados por los populismos incompetentes y por los obsoletos aparatos de estado; entre éstos, las infrafinanciadas estructuras de la salud pública, que tanto bien hacen. Un bien que parece invisible (prevenir muerte, ruina, congoja) hasta que lo apreciamos. No es difícil, pero hay poderosos intereses e inercias en contra.

Son ideas clave en estos tiempos que ojalá vayan siendo menos difíciles, mejores. Y de auténtica reconstrucción. A ratos, alegre, sin duda; a ratos, triste. Y siempre que podamos, más serena, sabia y afable.

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Miquel Porta Serra es médico y epidemiólogo.

Una de las cosas buenas que tiene haber sobrevivido a la pandemia sin grandes efectos colaterales –para quienes por ahora en esas estamos, que no somos todos– es que podemos tener más «fe en la duda», como bien dijo Jorge Wagensberg en el quicio de su último libro, Sólo se puede tener fe en la duda. Claro que razones para dudar –epidemiológicas, económicas, sentimentales y de toda índole– no nos faltan. Pero aunque importante, eso no es lo más. Lo que con el covid-19 muchos hemos experimentado de forma tan insólita como útil, muy útil para vivir, es creer en la duda. Abrazarla y escucharla. Y entonces, precisamente por ello, cuando vislumbramos una posible verdad y la aquilatamos con la duda, podemos tener más confianza en que esa verdad inicialmente sólo posible lo es: real y auténtica.

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