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Las escuelas de la UNRWA

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Teresa Aranguren

Mi primera imagen de Gaza es una fila de niñas y niños cogidos de la mano, ellas luciendo trenzas y coletas con lazos blancos que parecían mariposas prendidas en el pelo y todos con sus babis impolutos, como recién lavados. Al frente de la fila, a modo de guía del grupo, iba una niña algo mayor que el resto, aunque no debía tener más de doce años. Al cruzarse con la forastera que era yo, me dedicaron un “welcome” coral entre profusión de risas y agitar de manitas a modo de saludo. Era la hora de entrada a la escuela. La escuela de la UNRWA. 

Era el año 1998, durante el primer gobierno de Benjamin Netanyahu, y había cierre de territorios, lo que significaba que no se podía entrar ni salir de la Franja, aunque mi condición de periodista europea me había permitido conseguir la imprescindible autorización de las autoridades militares israelíes para entrar en Gaza. Recuerdo la fila de camiones varados en el paso de Erezt con su carga de frutas, hortalizas y flores, pudriéndose al sol. En esa época los cierres de territorio tanto en Cisjordania como en Gaza eran constantes, las colonias crecían como setas en todo el territorio ocupado y el Primer Ministro israelí proclamaba a los cuatro vientos que los Acuerdos de Oslo eran papel mojado y que con él nunca habría un Estado palestino. Parecía que las cosas no podían ir a peor. Pero podían. 

Gaza dejará de ser habitable para el año 2020, advertía un informe de Naciones Unidas de 2015. Con solo una o dos horas de corriente eléctrica al día, gran parte de las aguas contaminadas, más del 40% de la población en paro, el 70% en el caso de los jóvenes, toda posibilidad de movimiento y desarrollo económico estrangulada por el bloqueo y los periódicos bombardeos , 2005, 2008, 20012, 2014, del ejército israelí, Gaza, era ya inhabitable cuando la ONU publicó su informe. Aun así las gentes de Gaza, especialmente sus mujeres, habían conseguido que la vida siguiese en esa gran cárcel a cielo abierto que era Gaza. Y todos los días, niños y niñas de los campos de refugiados, seguían yendo cogidos de la mano a la escuela de la UNRWA, aunque quizás los babis ya no estaban tan impolutos y los lazos –mariposas en la cabellera de las niñas– no fuesen tan blancos. No hay analfabetismo entre los refugiados palestinos, todos los niños de los campos de refugiados están escolarizados y son muchos los que, pese al acoso permanente de la ocupación, consiguieron continuar sus estudios y hacerse médicos, profesores, ingenieros. “Yo no estaría aquí si no fuese por la UNRWA”, me dijo un día un doctor palestino en su consulta de un hospital de Madrid. Las escuelas de la UNRWA han sido ese espacio amable y seguro al que ningún niño de ningún campo de refugiados quería faltar, ir a la escuela es el único signo de normalidad que la vida ofrece a quienes todo lo perdieron. O se lo arrebataron. 

La mayor parte de la población de Gaza, más del 75%, son refugiados del 48, expulsados de sus tierras en las operaciones de “limpieza étnica” llevadas a cabo por milicias sionistas, luego ejército israelí, en los meses previos y posteriores a la creación del Estado de Israel. En ese tiempo y, ante las alarmantes noticias que llegaban de la zona, Naciones Unidas envió a Folke Bernadotte, aristócrata sueco y figura muy respetada por su labor humanitaria, para investigar lo que estaba ocurriendo. Bernadotte llegó a la zona el 20 de mayo de 1948, pocos días después de la proclamación del estado de Israel y, tras más de tres meses de investigación sobre el terreno, concluyó un informe en el que daba cuenta de matanzas, destrucción de aldeas y actos de pillaje “sin objetivo militar alguno”, que resultaba demoledor para el recién creado estado de Israel. Bernadotte presentó su informe ante la oficina de Naciones Unidas de Jerusalén el 17 de septiembre de 1948, al día siguiente fue asesinado, junto al funcionario de la ONU, André Serot, por miembros del grupo sionista Irgun. Pero su informe sirvió de base para la aprobación, en diciembre de 1949, de la resolución 194 de la ONU que establece el derecho de todos los refugiados palestinos a regresar a sus hogares y a ser indemnizados por las propiedades destruidas o requisadas por el estado de Israel. Poco después y también teniendo como base el informe Bernadotte, se creó la UNRWA con la misión de atender a las necesidades de cerca de un millón de personas, las registradas en junio de 1949 eran ya 990.000, que de la noche a la mañana se habían convertido en refugiadas. Iba a ser una misión temporal, “hasta que puedan regresar a sus hogares”. Pero nunca se les permitió el regreso. “Los abuelos morirán y los nietos olvidarán” esa era la idea que los dirigentes israelíes barajaban entonces. Se equivocaban de pleno. Nadie ha olvidado. La existencia de los refugiados es la prueba viva del crimen que nadie en Palestina quiere olvidar. De ahí la inquina contra la UNRWA que han mantenido todos, no solo de la extrema derecha, los gobiernos israelíes. Porque la agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina recuerda, simplemente porque existe, lo que ocurrió hace 75 años, la expulsión en masa de un pueblo. Y la obligación moral y legal de la comunidad internacional de reparar aquel crimen. 

Israel desprecia toda referencia a lo legal, lo moral, lo justo, incluso lo simplemente razonable

El Parlamento israelí acaba de aprobar varias leyes por las que se prohíbe que la UNRWA lleve a cabo su tarea en los territorios ocupados. Se podría aducir que los territorios ocupados no son territorio israelí sino palestino, y que por lo tanto carece de jurisdicción para prohibir el trabajo de la UNRWA allí, lo cual es tan cierto como inútil, Israel desprecia toda referencia a lo legal, lo moral, lo justo, incluso lo simplemente razonable. Y puede hacer lo que hace y lo que anuncia que hará, una limpieza étnica en Gaza, porque sabe que se le dejará hacer. El objetivo de acabar con la UNRWA forma parte de una estrategia más amplia que incluye acabar con la cuestión de los refugiados para acabar así con la causa palestina. Y de paso acabar con toda referencia a las resoluciones de Naciones Unidas y a la Legislación Internacional. Estamos creando un mundo dirigido solo por la ley de la fuerza, un futuro sombrío en el que asesinos que se dicen elegidos por la divinidad se saben impunes y campan a sus anchas. El primer paso hacia ese futuro se está dando en Palestina. 

Veo las imágenes del genocidio que el ejército israelí está perpetrando en Gaza: el gesto desesperado del hombre que lleva en sus brazos el cadáver del hijo, el espanto en los ojos de un niño que rescatan de entre los escombros de su casa, la mirada perdida de los bebés famélicos en brazos de la madre… Y me asalta la imagen de aquellos niños que me saludaron entre risas, Welcome to Palestine, durante mi primera visita a Gaza. Sé que muchos serán adultos muertos, otros quizás estén en Hamás, otros serán padres y madres que asisten impotentes a la muerte de sus hijos, por hambre, por enfermedad, por las bombas… Recuerdo a aquella niña de apenas 12 años que hacía de guía para los más pequeños e imagino que quizás sea esa mujer que he visto en televisión: sentada entre cascotes y el polvo de los escombros, acoge en su regazo el cuerpo inerte de un joven… Como la imagen de una Pietá palestina.  

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Teresa Aranguren es periodista y escritora.

Mi primera imagen de Gaza es una fila de niñas y niños cogidos de la mano, ellas luciendo trenzas y coletas con lazos blancos que parecían mariposas prendidas en el pelo y todos con sus babis impolutos, como recién lavados. Al frente de la fila, a modo de guía del grupo, iba una niña algo mayor que el resto, aunque no debía tener más de doce años. Al cruzarse con la forastera que era yo, me dedicaron un “welcome” coral entre profusión de risas y agitar de manitas a modo de saludo. Era la hora de entrada a la escuela. La escuela de la UNRWA. 

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