España: el mundo al revés

4

Juan Manuel Aragüés

Siempre ha resultado un tópico señalar la especificidad de nuestro país, su carácter singular y diferente, que se resumió en aquel eslogan de Spain is different. En realidad no deja de ser el típico tópico de quien mira lo propio como si de una excepción se tratara, para encontrar en ello lo mejor y lo peor. Sin embargo, no cabe duda de que la singular historia de los países les confiere, en algunos campos, en ciertas cuestiones, unos perfiles propios que no se manifiestan en otros lares. En España, esa innegable peculiaridad se muestra en la lectura de su propia historia, sometida a inercias construidas en un periodo no democrático y que nuestra democracia no ha sabido modificar, cometiendo, lo vemos ahora, uno de los mayores errores que cupiera imaginar, pues una sociedad no puede cimentarse sobre una memoria ajena.

Precisamente, cuando presento a mi alumnado de primero de grado de Filosofía en la Universidad de Zaragoza el proceso de democratización que sucede en Grecia entre los siglos VII y V a. de E., lo vinculo muy estrechamente a la aparición de ciertos discursos, la Historia, la Filosofía, la Tragedia, que erosionan el discurso mitológico propio de la sociedad aristocrática y abren al demos la posibilidad de imaginar, como diría Castoriadis, una nueva institucionalidad, la polis, en la que las formas democráticas se retroalimentan con esos nuevos discursos ciudadanos. Y también subrayo cómo la profunda agresión que la democracia ateniense sufre a finales del siglo V a. de E., con los últimos coletazos de las Guerras del Peloponeso, se sustancia también en la reaparición de un discurso de matriz antidemocrática y filoaristocrático, el que representan Platón y Sócrates. Los griegos demócratas supieron muy bien que la democracia no podía asentarse sobre el discurso aristocrático representado por el mito, del mismo modo que los antidemócratas intentaron arrasar con el discurso de la democracia. Recordemos que Platón incitó a quemar los libros de Demócrito.

Imaginen por un momento a la canciller Merkel en una tribuna política argumentando que, en realidad, en la II Guerra Mundial todos cometieron atrocidades, que eso es lo propio de una guerra, y que, por tanto, los comportamientos de aliados y nazis son equiparables. No hay un bando con el que identificarse, por tanto. Imaginen que a ello añade el argumento de que los nazis llegaron al poder de manera democrática y que lo hicieron para dar salida a una situación caótica que debía ser revertida; que, en realidad, los nazis fueron un resultado necesario de una situación caótica. Imaginen un discurso en el que el terror nazi, sus crímenes, fueran relativizados, aminorados, un discurso en que se acabara reprochando a la víctimas en lugar de a los verdugos. Un discurso, finalmente, que manifestara su hastío por el recuerdo del pasado y considerara el nazismo como un hecho más de la historia al que debemos dejar de remitirnos con las precauciones que hasta ahora se han tomado. Imaginen, sí, porque nunca escucharán un discurso de esas características, ni siquiera en boca de una dirigente que se formó en la lucha contra el estalinismo en la extinta RDA.

Sin embargo, decíamos, España es diferente. Los discursos imaginados más arriba son argumentario político cotidiano entre la derecha y la extrema derecha del país, cuyas posiciones en este campo, quizá porque, en realidad, proceden de la misma matriz política, resultan indiscernibles. La derecha, que sigue controlando la producción de conciencia en este país a través de la educación concertada y de sus amplísimos medios de comunicación, ha normalizado esa idea de que en la Guerra Civil ambos bandos realizaron atrocidades y que, por tanto, resulta inconveniente tomar partido por ninguno de ellos, estrategia, en realidad, para evitar la toma de partido en favor de la legalidad democrática, que sería lo propio de una sociedad democrática. Y es cierto que ambos bandos las cometieron, como en toda guerra. Pero ello no obsta para que, como en el caso de la II Guerra Mundial, sea sencillo determinar en qué bando recaía la legitimidad democrática y representaba la lucha por la libertad. Lejos de ello, hemos visto a Díaz Ayuso colocar el fascismo en el lado bueno de la historia, algo impensable, nuevamente, en Alemania. También estamos habituados a escuchar el argumento de que la guerra fue algo inevitable debido a la violencia y caos de la II República. Es decir, se coloca la responsabilidad de un golpe de Estado y una guerra no en los golpistas, no en los criminales, sino en quienes respetaban la ley. Lo que nos muestra la historia, en realidad, es que la derecha no concedió a la izquierda más que cinco meses de gobierno antes de provocar un baño de sangre. Y para colmo, vemos cómo la derecha, los herederos de los verdugos que sometieron al país a un baño de sangre entre 1936 y 1975, criminaliza a las víctimas, a quienes defendieron la democracia, a quienes optaron por la reconciliación nacional en los años 50, a quienes tragaron carros y carretas en la Transición (himno de la dictadura, bandera de la dictadura, jefatura de Estado designada por el dictador, aparatos de Estado heredados de la dictadura, etc.) y exonera a los verdugos, a quienes tantos y tantos lazos les unen.

¿'New Deal 2021' en Estados Unidos?

Ver más

No es de extrañar que su jaculatoria más repetida sea aquella de que hay que dejar de mirar al pasado. Esconden tantas cosas en él que nada peor les podría suceder que salieran a la luz, que la sociedad española fuera consciente de su pasado y del papel que la derecha desempeñó desde su intenso odio hacia España. Ese debió ser uno de los empeños de la Transición, que la izquierda en el poder no supo hacer suyo y que ahora resulta mucho más difícil revertir. ¿Alguien podrá poner en duda la importancia de esta lucha cultural?

_____________

Juan Manuel Aragüés  Estragués es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y ha publicado Ochenta sombras de Marx, Nietzsche y Freud: Diccionario de filósofos y filósofas en la senda de la sospecha

Siempre ha resultado un tópico señalar la especificidad de nuestro país, su carácter singular y diferente, que se resumió en aquel eslogan de Spain is different. En realidad no deja de ser el típico tópico de quien mira lo propio como si de una excepción se tratara, para encontrar en ello lo mejor y lo peor. Sin embargo, no cabe duda de que la singular historia de los países les confiere, en algunos campos, en ciertas cuestiones, unos perfiles propios que no se manifiestan en otros lares. En España, esa innegable peculiaridad se muestra en la lectura de su propia historia, sometida a inercias construidas en un periodo no democrático y que nuestra democracia no ha sabido modificar, cometiendo, lo vemos ahora, uno de los mayores errores que cupiera imaginar, pues una sociedad no puede cimentarse sobre una memoria ajena.

Publicamos este artículo en abierto gracias a los socios y socias de infoLibre. Sin su apoyo, nuestro proyecto no existiría. Hazte con tu suscripción o regala una haciendo click

aquí. La información y el análisis que recibes dependen de ti.

Más sobre este tema
>