Eutanasia: la libre autodeterminación vital

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José Antonio Martín Pallín

La sola mención de la palabra eutanasiaeutanasia suscita una serie de reacciones emocionales que a nadie dejan indiferente. La incertidumbre nos invade al meditar sobre la posibilidad de tomar una decisión sobre la forma de pasar de la vida a la nada, cuando vislumbramos la posibilidad o la realidad de una insufrible dolencia o de un proceso degenerativo que nos priva de las posibilidades de desarrollar nuestra existencia en condiciones aceptables para conservar la dignidad de la que somos titulares inalienables. Confieso y reconozco que la decisión causa un cierto desasosiego y que puede variar según los estados de ánimo que pasamos a lo largo de nuestra vida. Por eso no es aceptable en una sociedad democrática que otros puedan impedir con argumentos teológicos, incomprensibles, soberbios e incluso esótericos, disfrazados de ideología política, la libre autodeterminación vital.

Un punto de partida necesario, para abordar con racionalidad y coherencia la regulación de la eutanasia es la de precisar su verdadero significado. Muchos han traducido la palabra, de raíces griegas, como buena muerte. Otros sostienen que es más apropiado equipararla a la muerte voluntaria. Es decir, decidida consciente y deliberadamente aceptada, en determinadas situaciones por las que pasan los ciclos vitales de los seres humanos. Montaigne lo expresa de manera maravillosamente literaria: "La muerte más libremente decidida es la más bella. La vida depende de la voluntad de otros; la muerte, de la nuestra".

Dentro de pocos días, cuando terminen las vacaciones veraniegas y se reanude la actividad parlamentaria, el Congreso de los Diputados y el Senado tendrán que abordar la Proposición de Ley para la regulación de la eutanasia, presentada por el PSOE y tomada en consideración, según consta en el Boletín Oficial del Congreso de los Diputados.

Una portavoz del partido ha explicado que los socialistas plantean esta iniciativa, en cumplimiento de su programa electoral y de las resoluciones de su Congreso, para "regular los supuestos en los que una persona con una enfermedad con pronóstico de no regeneración y no curación pueda combinar el derecho a la vida, el derecho a la libertad y también a la autonomía personal y a decidir que quiere poner fin a su vida". "No estamos hablando solo de muerte digna, sino de aquellas personas que no teniendo una situación terminal determinada deciden que no quieren vivir más, porque no están dispuestas a sufrir más". Añaden que la iniciativa establece un nuevo derecho "que debe ser efectivo y debe responder a un principio de garantía y de apoyo suficiente para que alcance a todos las personas desde una perspectiva de igualdad de acceso a esa prestación". Para ello, avanzó que el procedimiento establece una Comisión que controle la manifestación de voluntad y la forma de hacerla efectiva, e incluye la eutanasia "como una prestación más de la cartera de servicios común del sistema nacional de salud".

En todos los países en los que se ha abordado racionalmente la necesidad de una regulación legal de una decisión tan trascendente, se ha suscitado un debate que en el que se han esgrimido argumentos psicológicos, filosóficos, éticos e incluso doctrinas religiosas elaboradas por quienes dicen haber escuchado el mensaje de Dios y se consideran depositarios de una voluntad que no hemos percibido sensorialmente.

Afrontar legalmente su regulación ha suscitado en todos los países un debate profundo en el que se han manejado argumentos extraídos de todas las opciones ideológicas, religiosas y por supuesto médicas, ya que los protocolos facultativos son decisivos para cumplir con la voluntad del que ha decidido tomar el camino que le proporciona la ley. En la misma situación se encuentra Francia, donde el debate ha durado largos años sin llegar a un acuerdo definitivo. El político francés Alain Claeys, uno de los autores de los varios Proyectos de Ley, durante un discurso ante la Asamblea Nacional, sostuvo que: "todo el mundo debe ser capaz de decidir cómo pasar sus últimos momentos de vida", "nuestro texto tiene un propósito: luchar contra una muerte difícil que todavía sucede demasiado a menudo en Francia".

Los que presuntuosamente se consideran los únicos defensores de la vida piden su prohibición y penalización. Ante la falta de consistencia de sus argumentos han tenido que replegarse, como sucedió con la cuestión del aborto, en los cuidados paliativos y la sedación de los pacientes en fase terminal. Representantes del Partido Popular han criticado que se ponga en marcha la tramitación y se vaya a legalizar la eutanasia, cuando no existe todavía una regulación de los cuidados paliativos, ni se han universalizado. Además han manifestado el peligro de la eutanasia, pues pese a que desde el Partido Socialista se ha querido hablar de una legislación garantista, no debe descartarse el peligro de deslizarse por una pendiente resbaladiza. "Existe el peligro de que la excepcionalidad se generalice". Habría que recordarles que la regulación legal y el control médico, es el mejor antídoto para evitar prácticas desviadas.

Siguiendo el camino trazado por las legislaciones que la regulan, la proposición de ley socialista contempla la creación de una Comisión de Evaluación y Control, el órgano que supervisará todo el proceso antes y después de la muerte. La eutanasia, según el documento de los socialistas, se deberá de realizar en los hospitales o en el domicilio y se garantizará en los centros privados. Respetuosa con las íntimas convicciones, los sanitarios podrán ejercer el derecho a la objeción de conciencia y se creará un registro de objetores.

Si por fin la tramitación de la ley se lleva a efecto como se ha prometido electoralmente; si se abre un debate, que espero que sea civilizado y racional, sin anatemas ni imposiciones basadas en el puro misticismo o descalificaciones fuera de lugar, espero que alguno de los intervinientes tenga un recuerdo para dos personas que han contribuido a formar la conciencia y agitar los espíritus de muchos ciudadanos, convenciéndoles de la legítima aspiración a decidir sobre el momento en que debe cesar su vida. Me refiero a Salvador Paniker, impulsor de la Asociación para una Muerte Digna, y el doctor Luis Montes que desde el interior de la Sanidad Pública tuvo el valor de denunciar las practicas inhumanas con los enfermos terminales, siendo perseguido por los reaccionarios de la derecha ocasionándole complicaciones judiciales e intolerables perjuicios profesionales.

Tendremos ocasión de comprobar, una vez más, la intransigencia y la incongruencia de muchos sectores de nuestra sociedad encabezados por el Partido Popular que ya ha anunciado, en su último Congreso por boca de su nuevo presidente Pablo Casado: "Nosotros tenemos que decir muy claramente que estamos a favor de la vida". No parecen seguir sus directrices los exministros que –a pleno pulmón– cantaron enardecidos en la Semana Santa de Málaga que eran los novios de la muerte. Si toman el sendero de la mística, que lean a Santa Teresa de Jesús, que en pleno éxtasis expresó su deseo de morir para alcanzar una vida plena.

Como es lógico, la Conferencia Episcopal terciará en el debate. Habría que recordarles las reflexiones de Salvador Paniker: "Decía Jacques Monod que la religión es un cerebro biológico. En algún sentido, subsistirá, porque el hombre es una criatura tan desamparada que es comprensible que invente a los dioses. Pero la Iglesia se mantiene, al margen de esto, en una posición integrista para mí incompresible, lo que la hace responsable de que deserte de ella tanta gente".

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Me gustaría que en el curso del debate alguien sostuviese, con humildad y claridad, como dijo un senador francés, que lo único que proponía era una ley de acompañamiento hasta el fin de la vida. Cuando estoy finalizando estas reflexiones me encuentro con una entrevista a Ramón Bayés, psicólogo y profesor universitario, que responde a la pregunta sobre qué es la persona: "En la vida de las personas no existen dos biografías iguales. La vida es un viaje. No existen dos viajes iguales. Este es el secreto para acercarte a una persona enferma o al final de la vida: darte cuenta de que tiene unos deseos y expectativas únicos y escucharla para adaptarte a ella".

Una sociedad que sabe valorar que una persona es algo más que un cuerpo y un cerebro, que es un ser que tiene derecho a vivir en un entorno social tolerante y respetuoso con sus inalienables e insustituibles decisiones, es la única capaz de potenciar una comunidad de valores que nos hará más justos, éticos y solidarios, tanto a los que defendemos la eutanasia como a los que se oponen a ella. ____________________

José Antonio Martín Pallín ha sido fiscal del Tribunal Supremo y es magistrado emérito del mismo

La sola mención de la palabra eutanasiaeutanasia suscita una serie de reacciones emocionales que a nadie dejan indiferente. La incertidumbre nos invade al meditar sobre la posibilidad de tomar una decisión sobre la forma de pasar de la vida a la nada, cuando vislumbramos la posibilidad o la realidad de una insufrible dolencia o de un proceso degenerativo que nos priva de las posibilidades de desarrollar nuestra existencia en condiciones aceptables para conservar la dignidad de la que somos titulares inalienables. Confieso y reconozco que la decisión causa un cierto desasosiego y que puede variar según los estados de ánimo que pasamos a lo largo de nuestra vida. Por eso no es aceptable en una sociedad democrática que otros puedan impedir con argumentos teológicos, incomprensibles, soberbios e incluso esótericos, disfrazados de ideología política, la libre autodeterminación vital.

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