No, ni en Francia ni en los Países Bajos la derecha puede llegar al poder. Sin embargo, ¿qué tienen en común la desordenada mezcla nazi, el neonazismo o la extrema derecha hoy en Occidente? Y, por ejemplo, ¿entre el músico neonazi noruego Varg Vikernes y Marine Le Pen? El primero forma parte del frente Nacional Socialista Black Metal (NSBM), un componente del movimiento neonazi europeo que se inspira en un frente pagano noruego, y de un sincretismo entre el paganismo nórdico y el satanismo, teñido de racismo biológico. Esta sopa parece bastante delirante, y sin embargo Christian Bouchet, cercano a este movimiento, va hoy a la cabeza del Frente Nacional en las elecciones municipales de Nantes. Este frente cultural –o acultural–, ¿es nuevo o se trata de una nueva versión de algo viejo, que creíamos erradicado de tan abominables que habían sido sus consecuencias?
Porque probablemente el problema no sea afligirse contando los grupos de extrema derecha hoy en Europa, desde el nazismo alemán de la AfD y el Frente Nacional de Marine Le Pen hasta la Liga de Familias Polacas, pasando por el neofascismo italiano de CasaPound, la llama tricolor y Fuerza Nueva, la OVV holandesa, el Verdadero finlandés, el UKIP británico, al Partido de la Gran Rumania, el FPO austríaco, el Partido Nacional eslovaco, Amanecer Dorado en Grecia y Jobbik en Hungría. Todos estos existen y son violentos, racistas y, desde luego, defienden una Europa blanca, protegida de las inmigraciones y de todo pueblo mestizo y todo judaísmo, y se presentan como una barrera contra una pretendida islamización de la sociedad. En España y Portugal, asociados a los horrores franquistas y salazaristas, la extrema derecha permanece marginal y apenas logra instalarse en los movimientos ultranacionalistas.
Es un hecho “sin alternativa”, por usar la expresión de Trump para justificar sus mentiras: la extrema derecha esta instalada hoy en Europa mediante partidos políticos legales cuyas popularidad y resultados electorales están en neta progresión, aunque en ninguna parte está en condiciones de llegar al poder.
En la búsqueda de las causas de esta subida potencial de ideas y comportamientos que creíamos obsoletos desde hace mucho, todo se ha dicho sobre las derivas financieras del capitalismo, el enriquecimiento obsceno y aparentemente exponencial de un pequeño grupo frente al empobrecimiento de la mayoría que se siente en permanente estado de fracaso y de valorización social, ya que los sindicatos mismos no logran ganarse y fomentar el orgullo de las clases trabajadoras. Y, sin embargo, es también en los países más prósperos, como Dinamarca, donde más elaborada es la protección social, donde el Partido del Pueblo de extrema derecha acaba de forzar la dimisión de la presidenta con 90 escaños contra 85 del centroderecha.
En Francia, donde la delantera la lleva la extrema derecha, ¿qué hay en el discurso de Marine Le Pen que seduzca al 20 o 30 % de los electores? Alza su voz con citas tanto de Orwell como de Montesquieu, de Albert Camus, del general De Gaulle y de Hannah Arendt, contra una “tecnocracia europea enfeudada en los mercados financieros y separada del pueblo, cuyo objetivo es conformar un hombre nuevo…”, “con la desaparición de las solidaridades nacionales y la negación de la identidad y de las raíces”, o contra el liberalismo económico que nos transforma en consumidores dóciles. Pretende por otra parte, garantizar la libertad de Internet, “ese caldo de inteligencia que encontró su refugio en la red”. No, Marine Le Pen no delira, su discurso “ni de izquierda ni de derecha” está profundamente arraigado en la tierra del “nacional fascismo” de la derecha francesa y se sirve de la laicidad contra el Islam.
Como en el caso de Dinamarca, y Europa en general, la palanca principal de la extrema derecha es la xenofobia, el racismo y el miedo al prójimo. Hasta la paradoja de Polonia donde el presidente del PiS habla de inmigrados portadores de “peligrosas enfermedades que desde hace mucho no se encuentran en Europa”. ¿Y por qué nos sorprendemos de ello si en el seno de la Comisión Europea, institución que nos representa globalmente, el cristiano Oettinger ha podido calificar en noviembre del año pasado de “hipócritas malignos” a los chinos, de “oblicuos, peinados de izquierda a derecha con betún negro”?
Lo cual nos lleva a preguntarnos qué papel juega la religión –o sus secuelas – en este fárrago ideológico del que se podría pensar que nada tiene que ver con la razón. Teníamos la impresión de que en las democracias occidentales la religiones perdían aliento, pese a que Trump fue elegido con un 81% de votos evangélicos, que tocan a un cuarto de la población de los Estados Unidos.
Más que un peligro de toma de poder, habría que percatarse de cómo estos programas de extrema derecha se insinúan en el juego democrático a través de ciertos partidos –de derecha o hasta de centroderecha– mediante las antenas de gran parte de los medios de comunicación y, sobre todo, el lenguaje.
Porque lo que hay es un verdadero derrumbe cultural, desde el periodismo propagandista de los más bajos instintos hasta la universidad, permitiendo la ola de histeria identitaria, de xenofobia y de nacionalismo, ya presentes hoy en la vida pública europea como en Estados Unidos, donde “el umbral de lo inmundo sube considerablemente”, según el filósofo Michael Fœssel. En filigrana, nos demuestran a diario el repliegue sobre el individuo y la indiferencia tanto ante las masacres en Siria como ante los inmigrantes, lo pobres o los desahuciados que duermen en la calle. “No se sabe si los políticos transmiten o alimentan la opinión pública, pero sus discursos culpabilizan a los pobres, los inmigrantes, los beneficiarios del RSA o los sin techo, todos en conjunto, y los califican como asistidos que se aprovechan del sistema” dice Claire Hédon, presidenta del movimiento ATD Cuarto Mundo.
Todo funciona como para reemplazar las preocupaciones ajenas por un repliegue sobre sí mismo. Es el hygge danés, palabra que ingresa en el diccionario de Oxford como “palabra del año”. Cuando todo va mal afuera, no queda más que el repliegue sobre la felicidad privada cuyo corolario es la exclusión del extranjero. Podría tratarse del Vivir escondido de Epicuro y, como corolario, tal como indica el filósofo alemán Peter Sloterdijk, la sobreabundancia hoy de consejos para la decoración interior, cocinas, baños, el triunfo de “la industria de interiores”. Y los programas más vistos en televisión son los de cocina y los concursos a menudo de una vulgaridad apabullante, y podemos confiar en la publicidad para amueblar nuestros deseos y emociones. Como una pasión individualista de masa, dice el filósofo Gilles Lipovetsky.
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“Multitud innumerable de hombres similares que giran sin reposo sobre sí mismos para lograr pequeños y vulgares placeres con los que llenar su ser. Cada uno… es como ajeno al destino de los demás… está junto a ellos pero sin llegar a verlos: los toca pero no los siente”. De la democracia en América, de Alexis de Tocqueville
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Nicole Muchnik es periodista, escritora y pintora
No, ni en Francia ni en los Países Bajos la derecha puede llegar al poder. Sin embargo, ¿qué tienen en común la desordenada mezcla nazi, el neonazismo o la extrema derecha hoy en Occidente? Y, por ejemplo, ¿entre el músico neonazi noruego Varg Vikernes y Marine Le Pen? El primero forma parte del frente Nacional Socialista Black Metal (NSBM), un componente del movimiento neonazi europeo que se inspira en un frente pagano noruego, y de un sincretismo entre el paganismo nórdico y el satanismo, teñido de racismo biológico. Esta sopa parece bastante delirante, y sin embargo Christian Bouchet, cercano a este movimiento, va hoy a la cabeza del Frente Nacional en las elecciones municipales de Nantes. Este frente cultural –o acultural–, ¿es nuevo o se trata de una nueva versión de algo viejo, que creíamos erradicado de tan abominables que habían sido sus consecuencias?