Qué hacer cuando este país se ha convertido en un paraíso para los cuatreros. Como en el viejo Oeste, se juntan delante de la cámara en la plaza pública y el fotógrafo los convertirá en inmortales. Las tripas gordas de la satisfacción, de los deseos hechos realidad a costa de los sueños de los otros, de la vileza que saca una sonrisa a los abruptos cacareos del cinismo. Han decidido poner patas arriba no a un gobierno que no les gusta sino a la propia democracia. Vivimos en un golpe de Estado permanente, y no sólo judicial como apuntaba aquí mismo ese ejemplo de lucidez y de decencia que es el magistrado José Antonio Martín Pallín. Y es como si eso, ese estado de persistente furor antidemocrático, formara parte de nuestra más estricta y asumida cotidianeidad. Me lo decía un amigo la otra tarde: sólo falta un obispo y ya tenemos el retrato completo de la victoria fascista de 1939. Se apretujan delante de la cámara empresarios, juristas, políticos, escritores, periodistas, militares, falangistas… sólo nos falta un obispo y el fotógrafo de Dodge City dejará constancia de cómo anda de desmejorada esta democracia. No es broma lo que digo. Ya me gustaría que lo fuera. Ya me gustaría.
Cónclave de afirmación facha
Aquí se han invertido los papeles. Los delincuentes convictos y confesos son los reyes del mambo. La mentira se ha situado la primera en la rampa de salida donde tiene lugar el debate político y también será la primera, si seguimos como hasta ahora, en llegar a la meta. Todo está a su favor. En València Carlos Mazón, para retrasar su ya cantada dimisión, echa las culpas de los desastres de la Dana a Pedro Sánchez y el Gobierno de coalición. Con la excusa de la famosa reconstrucción por los daños de la barrancada, reparte millones a destajo entre empresas amigas condenadas en casos de corrupción. A continuación, mientras muchísima gente sigue con el barro hasta el cuello y sin comida caliente, elimina el tope salarial para los altos cargos de su gobierno. Y para más sarcasmo nombra, a precio de Mbappé, a un teniente general como jefe de la banda. Un militar llamado Francisco José Gan Pampols que se las da de apolítico. Ninguna novedad: a Franco tampoco le gustaba la política. De aquel palo han salido y siguen en activo muchas astillas del mismo corte y confección.
El discurso ultra no sólo corre por las redes sino que toma, con absoluta impunidad y diga lo que diga la Ley de Memoria Democrática, las sedes institucionales como si el tiempo fuera el de la siniestra, inacabable noche del franquismo
Un poco más hacia el centro geográfico, un delincuente convicto y confeso como Alberto González Amador, novio de Isabel Díaz Ayuso, anda suelto mientras algunos jueces persiguen con una saña enfermiza al fiscal general del Estado, sin olvidar, entre muchas otras anteriores, las persecuciones a Podemos, a independentistas catalanes, a gente de la cultura, a periodistas, a quienes luchan contra los desahucios, a Begoña Gómez, a Mónica Oltra y, en contraste con esa vocación justiciera, la impunidad con la que unos energúmenos asediaron durante meses la casa de Irene Montero y Pablo Iglesias con sus hijos dentro. Hace unas semanas estaba en la cárcel un tal Víctor de Aldama por delitos contra Hacienda, blanqueo de capitales y pertenencia a organización criminal. Al rato se sienta delante del juez, habla sobre el caso Koldo y se pone las botas esparciendo mierda contra todo lo que se mueve cerca del Gobierno. Y qué curioso: enseguida el juez, “por gentileza del fiscal Luis Pastor”, como escribe Jesús Maraña en estas páginas, lo pone en libertad, no sé si como agradecimiento por los servicios prestados en su obsesión, y la de muchos de sus colegas, por derrocar al gobierno progresista. O mejor, como ya dije antes: su obsesión y la de muchos de sus compañeros togados por cargarse sin tapujos la propia democracia. Pensemos que el fiscal Luis Pastor fue asesor de algunos gobiernos del PP. Sin dilación, al tal Aldama le montan una turné por los medios de la ultraderecha y la conclusión de la gira es como un cónclave de afirmación facha: Carlos Herrera y Jiménez Losantos desde la radio y en El Mundo ese joven cachorro del falangismo periodístico que es Jorge Bustos sentencian que un delincuente como Aldama, sin presentar pruebas que corroboren sus acusaciones, es más creíble que el Gobierno y, en particular, que su presidente Pedro Sánchez.
Lo mismo argumenta un huido Carlos Mazón en las Corts Valencianes aventando que Sánchez habla de la dana en el Congreso para esquivar las declaraciones del excarcelado exprés Víctor de Aldama. Y lo dice, precisamente, ese nada honorable President de la Generalitat que se fue de farra mientras la torrentera empezaba a destrozar las vidas de tanta gente a su paso por muchos pueblos valencianos. Como anda escondido, no sé si escucharía los gritos por su dimisión que lanzamos más de 100.000 personas por las calles de València el pasado sábado. Mientras tanto, Núñez Feijóo sigue en su hermandad con las huestes de Abascal y así, poco a poco, como decía mi amigo Fernando la otra tarde, tendremos el retrato clonado de aquel lejano 1 de abril de 1939: un Obispo, un Militar, un Falangista, un Juez y, un poco apartado pero atento al parche, ese empresario que inyecta la pasta para que el Régimen no sufra quebrantos económicos.
El que pueda hacer, que haga
El discurso ultra no sólo corre por las redes sino que toma, con absoluta impunidad y diga lo que diga la Ley de Memoria Democrática, las sedes institucionales como si el tiempo fuera el de la siniestra, inacabable noche del franquismo. Y es cierto que ese discurso viene de más allá de nuestras fronteras, que hay una corriente imparable de los nuevos fascismos volando por la política a una velocidad supersónica, que el negacionismo en todos los frentes triunfa en casi todo el mundo, que los recortes de la libertad por la que tanto hemos luchado son el pan de cada día allá por donde mires. Eso es cierto. Pero aquí las cosas tienen una explicación más cercana, más de nuestra propia cosecha desde que la democracia nació con una pata coja a la muerte del dictador. El franquismo siguió vivo, nunca renunció a sus eslóganes autoritarios y fue asentando su poderío sobre los cimientos demasiado frágiles de una democracia que siempre le tuvo miedo al pasado y abandonó desde el principio los valores republicanos sin contemplaciones de ninguna clase.
Una elocuente prueba, otra más, de lo que acabo de decir: la intervención de Manuel Mariscal, diputado de Vox en el Congreso. Aquí sus palabras de hace sólo unos días: “Gracias a las redes sociales, muchos jóvenes están descubriendo que la etapa posterior a la guerra civil no fue una etapa oscura como nos vende este gobierno, sino una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”. Me imagino el grito entusiasta de su bancada para culminar la soflama: ¡Franco, Franco, Franco! Pero no, no es el Gobierno quien vende nada sobre ese tiempo oscuro. Es la historia de un país que sufrió durante cuarenta años una de las dictaduras más largas y feroces del horror contemporáneo. Los versos de Gil de Biedma: “De todas las historias de la Historia,/ sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal”. Lo peor es que lo que dijo el diputado de Vox es compartido de cabo a rabo por una buena parte del PP. A lo mejor por la mayoría. ¿O no? Ya saben aquello del caudillo Aznar: “el que pueda hacer, que haga”. Y hacen.
El grito rebelde de Raimon
Aquella vieja foto de la madrileña Plaza de Colón. Ahora el foco se ha ampliado y lo que tenemos es el retrato completo de un tiempo que nunca acabó de desaparecer, que como el dinosaurio de Monterroso siempre estuvo ahí, al acecho, mientras dormíamos a pierna suelta o no estábamos del todo despiertos para calcular por dónde y en qué momento llegarían las embestidas de la bestia. Basta cualquier excusa para que la barbarie restaure sus antiguas complacencias: a las derechas, todo. Y las izquierdas directamente al trullo, sin esperas que les permitan respirar, atadas al yunque de las torturas en esa especie nunca caducada de Tribunal de Orden Público que parece haber revivido con una fuerza que sólo imaginarla provoca sarpullidos.
No van a parar. Eso está más claro que el agua. No van a parar hasta que canten a grito pelado el “ya hemos pasao” de Celia Gámez al otro lado de la democracia. Porque no nos calentemos más de la cuenta la cabeza. Lo que hay detrás y delante de la foto que nos recuerda tristemente la del 1 de abril de 1939 es de una claridad abrumadora: nunca van a permitir, los del nuevo TOP y sus apoyos políticos, económicos, militares y mediáticos, un gobierno que no sea el suyo. Así de claro después de que se muriera el dictador hace casi medio siglo. O aquí gobiernan las derechas o se acabó la fiesta, ¿vale? Por mi parte también está muy clara la respuesta: no vale. Y me sumo al grito rebelde de mi querido Raimon en aquel ya lejanísimo 1963: ¡Diguem no!, ¿vale? Pues sí, ahora sí que vale. Y tanto que vale. Y tanto.
Posdata.- ¿Para cuándo grandes manifestaciones por todo el país denunciando las acciones antidemocráticas, incluso anticonstitucionales, de una parte muy extensa de la Judicatura? ¿Para cuándo?
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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es 'El boxeador', editado por Piel de Zapa.
Qué hacer cuando este país se ha convertido en un paraíso para los cuatreros. Como en el viejo Oeste, se juntan delante de la cámara en la plaza pública y el fotógrafo los convertirá en inmortales. Las tripas gordas de la satisfacción, de los deseos hechos realidad a costa de los sueños de los otros, de la vileza que saca una sonrisa a los abruptos cacareos del cinismo. Han decidido poner patas arriba no a un gobierno que no les gusta sino a la propia democracia. Vivimos en un golpe de Estado permanente, y no sólo judicial como apuntaba aquí mismo ese ejemplo de lucidez y de decencia que es el magistrado José Antonio Martín Pallín. Y es como si eso, ese estado de persistente furor antidemocrático, formara parte de nuestra más estricta y asumida cotidianeidad. Me lo decía un amigo la otra tarde: sólo falta un obispo y ya tenemos el retrato completo de la victoria fascista de 1939. Se apretujan delante de la cámara empresarios, juristas, políticos, escritores, periodistas, militares, falangistas… sólo nos falta un obispo y el fotógrafo de Dodge City dejará constancia de cómo anda de desmejorada esta democracia. No es broma lo que digo. Ya me gustaría que lo fuera. Ya me gustaría.