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No quepo en la España del PSOE: el fin del socialismo de Zerolo

Perdonen el clikbait, me leen más por gorda que por persona y escribo este artículo con la preocupación suficiente para hacer lo que sea necesario para que sea leído.

Este fin de semana, en su 41º Congreso Federal, el PSOE ha aprobado una enmienda que cambia en todos sus documentos y, por tanto, en sus posiciones ideológicas, la expresión LGTBIQ+ por LGTBI. Creo que se trata de un error grave, que les traerá consecuencias políticas y electorales, pero mi preocupación va más allá. Se trata de una preocupación por la dirección a la que esto apunta no solo para el partido socialista sino para toda la izquierda en su conjunto y lo que ello implica para el país.

No es una enmienda sin más. Es una deriva ideológica reflejo de lo que está sucediendo en el mundo, que va mucho más allá de la foto fija de la geometría variable parlamentaria que vivimos en España y de los intereses de unos y otros en esa foto endemoniada de las Cortes Generales por alimentar una competición ya nada virtuosa (el tiempo del personaje se ha acabado en todos los sentidos) y demasiado larga e infructífera sobre quién puede ofender más porque ha sido más ofendido antes. Volvemos a estar instalados en un tiempo de desafección por la tarea política ante las terribles crisis que vivimos. No es un asunto menor que en medio de todo ello el socialismo español dé un paso en su Congreso para alimentar esa ola reaccionaria que recorre el mundo contra el colectivo LGTBIQ+.

Escribo esto porque asumo que si me lees lo más probable es que alguna vez hayas votado o pensado en votar al PSOE y en general creas que está bien que cada uno haga lo que quiera con su sexualidad y su intimidad. Lo que cada uno haga en su cama a ti te da igual, pero te gusta que España sea un país de libertades. Eres de los que piensan que Zapatero fue un gran presidente, entre otras cosas, porque aprobó el matrimonio igualitario; de los que se sonríe cuando alguien recuerda a Pedro Zerolo y aquello de que el problema de la idea de país de los otros es que no cabía alguien como él. El país que nos ofrece la derecha con su diseño político es un país en el que un hombre homosexual de izquierdas con VIH va a vivir peor. El PSOE durante las últimas décadas se había construido ideológicamente sobre el horizonte Zerolo. La idea de país más amplia posible, aquella en la que más gente cabe, es aquella en la que el partido socialista gobierna. Dicho de otro modo, el PSOE era un partido de mayorías que tenía que parecerse a su país.

Esta idea se viene rompiendo desde hace tiempo. Quizás su primera grieta considerable apareció con el 15M y todos los movimientos sociales que durante varios años le dijeron, y muy especialmente tras aquella modificación con agostidad, socialismo y alevosía del artículo 135 de nuestra Constitución, no nos representáis. Siempre se planteó el 15M como un diálogo de abajo hacia arriba, pero también hubo una conversación de la izquierda hacia el centro: no podéis aspirar a representar a todo el país, los jóvenes, los precarios, los que no tenemos ni pensión, ni curro, ni casa, ya no tenemos miedo y las cosas van a cambiar.

Y vaya si las cosas cambiaron. Más de una década después, el PSOE se sigue viendo obligado a dar respuesta a aquellas preguntas. Leyendo la ponencia marco de su congreso es fácil detectar las distintas manos que pendulan entre contentar a los de arriba y que parezca que tenemos la solución para lo que nos piden los de abajo. Presentan la socialdemocracia no solo como el gobierno de los tecnócratas, sino como la eterna promesa para las clases medias. Si haces esto y lo otro, todo irá bien. No deja de ser sorprendente, no obstante, que aquellos aspectos de los que más pecho sacan en su documento sean precisamente aquellas medidas a las que hubo que arrastrarles, como el Ingreso Mínimo Vital o el precio de la energía en lo peor de las consecuencias económicas de la guerra en Ucrania.

Con esta enmienda por primera vez apuestan por construir un país en el que no todas las personas cabemos

Y aquí me van a permitir la anécdota. Recuerdo como diputada allá por el año 2018, tras la moción de censura que llevó a Sánchez a la Moncloa, decirle en tribuna a las diputadas socialistas al respecto del debate sobre la necesidad de aumentar los fondos para la lucha contra la violencia machista, que mi preocupación no era con el PP, porque ya no espero nada, sino con ellos, porque me sentía como una madre que si despista su mirada sabe que su hijo no va a hacer lo que le acaba de decir. Recuerdo a Pablo Bustinduy, ahora ministro (al único al que presto esperanzada atención, debo decir) decirme aquel día que nunca pensó en el PSOE como algo de lo que no fuéramos sus hijos y mucho menos de lo que pudiéramos ser madres. Bromas aparte, y sobre todo psicoanálisis sociológico aparte, lo más preocupante de este Congreso del PSOE no debería ser la pobreza de sus propuestas, sino que las propuestas de lo que ideológicamente queda a su izquierda están siendo meras notas al pie de página de la propuesta socialista. ¿Puede ser algo la izquierda además de una conversación sobre lo que el PSOE haga? Creo que necesitamos que así sea.

Y aquí vuelvo al principio. Con la enmienda que elimina “Q+” de su ideología, el PSOE está haciendo mucho más que continuar de la peor forma posible una conversación sobre la impugnación de derechos de las personas trans: está derrumbando uno de los pilares centrales de lo que hasta ahora ha sido su propuesta política. El PSOE ha sido siempre el partido que más se parecía a España y con esta enmienda por primera vez apuesta por construir un país en el que no todas las personas cabemos. Con esta enmienda dan un paso más a su derecha, se alejan de la igualdad y la libertad como ejes centrales de su propuesta socialista. No nos engañemos. Eliminar la apuesta por lo queer no es una cuestión ingenua. En primer lugar, va en la misma dirección que toda la internacional ultra. No sé si aporta mucho este argumento de que puedan llegar a defender lo mismo en este ámbito que los partidos de ultraderecha, pero lo cierto es que debemos advertir de este riesgo porque es letal para nuestra democracia.

Defender lo queer es defender la libertad, defender lo queer es lo constitucional. Yo me considero una persona queer y lo digo con absoluta tranquilidad, y, como tal, aspiro a que mis derechos sean garantizados como ciudadana. ¿Y esto qué quiere decir? Que creo que no deben importar las características del sexo biológico con las que se nace para poder vivir una vida libre de estereotipos sexistas. Se puede contar de una forma más sencilla. Nací con vulva. Tengo pecho. Tengo desajustes hormonales que hacen que tenga hormonas masculinas más altas de lo normal, una voz grave y vello corporal. He tenido sexo con personas indistintamente de sus genitales y de su identidad sexual. Me he enamorado de hombres, me he enamorado de mujeres, me he enamorado de personas que no encajaban tan perfectamente en ninguna de esas categorías. Y lo cierto es que yo tampoco sé si encajo. ¿Qué me hace mujer? ¿Ser madre? No lo soy ni pienso que pueda llegar a serlo, y si lo fuera lo sería con otra persona queer y el semen de un desconocido. ¿Ser femenina? Sin duda es algo de lo que he conseguido librarme. ¿Acostarme con hombres? Hace tiempo que me parece un aburrimiento. ¿Cuidar, ser sensible, hablar con docilidad, ser emocional? He decidido que quiero ser la primera de muchas generaciones de mi familia que no viven abnegadas al cuidado de los demás. De mi docilidad no creo que haga falta decir nada. ¿Me considero mujer? Sí, sin duda. Y también no siempre, no del mismo modo que considero mujeres a otras mujeres. La familia que estoy construyendo con mi novia y mis amigas, mi cuerpo, mi sexualidad, mis afectos, mi militancia, mi placer, mi cultura; toda mi vida, en definitiva; mi identidad es queer. Orgullosamente queer. Políticamente queer. Mi identidad queer es una herramienta más para luchar contra la idea de que solo existe una forma correcta de ser hombre y mujer, que es en definitiva la norma patriarcal contra la que el feminismo quiere luchar pues es la norma que nos hace creer que la desigualdad es algo natural y no algo que se puede cambiar.

Practicar un feminismo queer es creer en la radical idea de que nadie debe sufrir discriminación, violencia o tener menos derechos por los genitales con los que nazca y la identidad que desarrolle tras ello, ni en la escuela, ni en el trabajo, ni en la cama, ni en la familia, ni en la calle, ni en un juzgado. Para eso se hace política, para que en España todas las personas tengamos los mismos derechos, para que quepamos todas. El PSOE ya no quiere ser el partido que represente a todas. Y en la izquierda, ¿vamos a seguir siendo una nota al pie de página de la socialdemocracia? Mi apuesta es que el feminismo nos ha dado una segunda oportunidad para resetear la izquierda, otra grieta. Y sobre por dónde entra la luz vamos a tener que hablar y mucho.

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Ángela Rodríguez es exsecretaria de Estado de Igualdad.

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