Reforma fiscal y el virtuosismo parlamentario Pilar Velasco
IDEAS PROPIAS
¿Tomarías la sustancia?
Aunque más bien la pregunta es si no lo haces ya. Estos días se proyecta en las salas de cine de nuestro país la película La sustancia. No pretendo hacer ningún spoiler, pero sí reflexionar sobre lo que de fondo nos trae este filme porque para nada resulta un asunto de ficción.
La película relata la historia de una actriz que, ante la decadencia de su carrera profesional propiciada por las exigencias de los inalcanzables cánones de belleza de una industria del espectáculo que exige juventud, belleza y delgadez, sin importar a qué precio, decide recurrir, como última opción, a una sustancia que promete con su uso una mejor versión de sí misma.
Cuesta leer el argumento y no pensar que vivimos ya en esa distopía. Sin ir más lejos, la semana pasada conocíamos la noticia de que el Gobierno de Reino Unido va a financiar inyecciones con sustancias adelgazantes como Ozempic a personas obesas en desempleo. La noticia merece ser analizada desde diferentes puntos de vista. El primero de ellos tiene que ver con la elección del público al que va dirigida esta política pública. Reino Unido reconoce con ello que si eres una persona gorda vas a tener mucho más difícil tener empleo, y por tanto, y para fomentar la reincorporación al mercado laboral de estas personas, lo que les ofrece es una sustancia para poder adelgazar. Este es un paso interesante que merecería la pena analizar.
Si es cierto que ser una persona gorda produce discriminación, ¿debemos acabar con el sobrepeso en general o con la discriminación que tenerlo provoca? La primera de las opciones es engañosa. A día de hoy, la ciencia ha demostrado cómo un cuerpo sano no solo se mide en función de su peso, cómo el sobrepeso no es indicativo de una mala salud y también cómo el sobrepeso es multifactorial, por lo que, incluso aunque esta sustancia fuera inocua, parece poco sensato que ante el problema social de la gordofobia, la solución sea drogar a los gordos para que dejen de existir como tal. En el medio plazo, suena mucho más sensato, y también mucho más caro en términos de políticas públicas, pensar por qué comemos como comemos y por qué le damos el valor que le damos a la imagen corporal a día hoy. Esta no sería una medida rápida, pero sí mucho más radical, pues nos permitiría ir al fondo de una cuestión que va mucho más allá del problema de la gordofobia.
Alguna lectora puede preguntarse conmigo: ¿Qué tan malo es querer adelgazar de forma rápida? ¿Qué hay de malo en querer rejuvenecer la piel pinchándose otras sustancias en la cara? Si usted dedica tiempo del día a querer cambiar su cuerpo y convertirlo en un cuerpo que entre mejor en los cánones estéticos de la sociedad actual, le invito a hacerse estas otras preguntas. ¿Qué tiene de malo ser gorda o ser vieja? ¿Por qué se han convertido estas dos características naturales del cuerpo de las mujeres en problemas a evitar? ¿Quién nos quiere delgadas y jóvenes? ¿Quién se beneficia con ello? ¿Cuánto dinero y tiempo has invertido a lo largo de tu vida o incluso invierte a lo largo de la semana en conseguir un cuerpo más delgado y más joven? ¿Realmente has decidido tú que quieres ese cuerpo? ¿Tienes opción a elegir lo contrario? ¿Qué crees que pasaría si dejases de maquillarte, de ir al gimnasio, de teñirte las canas, de comprarte la ropa que te compras, de sentirte mal por cenar hidratos, de tomar cualquier tipo de saciante o laxante, de ayunar, de usar retinol, de hacerte el láser? ¿Dejarías de ser la mujer que eres? ¿Es tu belleza o tu peso o tu edad lo que garantizan tu feminidad? ¿Qué concepto de mujer subyace entonces a todo este esfuerzo? Impacta lo normalizado que está invertir tiempo y dinero en conseguir encajar en ese canon estético. Asusta mucho la presión que recibe quien no se esfuerza en tal tarea. Y por ello merece la pena prestarle mucha atención a todos los dispositivos culturales, comunicativos y muy especialmente económicos dedicados a reforzar esa disciplina estética que, en el sentido más foucaultiano posible, hace que seas tú misma tu peor jueza.
Ozempic no es una sustancia adelgazante sin más, es un tipo de medicamento para la diabetes con terribles efectos secundarios. No lo digo solamente por lo que pone en su ajustadísimo prospecto, sino porque también yo, que como tú quiero dejar de sufrir por este cuerpo, lo he probado. No es difícil de conseguir. Simplemente necesitarás un médico privado que te haga una receta online, con el simple pretexto de querer adelgazar, y tras ello, tener el suficiente dinero para pagarlo en tu farmacia más cercana a tu casa. La inyección es sencilla de poner. Los efectos deseados no tardan en aparecer. Tienes tan poca hambre que incluso aquello que comas lo querrás vomitar. Y sí, claro, no comer y vomitar lo que se come es una estrategia estupenda para bajar de peso. No sorprende nada que los efectos que provoca sean más o menos los mismos síntomas que pueden hacerte ser diagnosticada con un trastorno de la conducta alimentaria.
Porque claro, a día de hoy, ¿quién tiene una relación normal con la comida, con su edad o su imagen con el valor todo ello otorga socialmente? ¿Quién no quiere una sustancia que le haga no querer comer? ¿Quién no quiere una sustancia que le haga rejuvenecer? Porque queridas, he aquí la clave. Cuando piensas que sí tomarías la sustancia, no lo haces porque pienses que vas a ser más feliz siendo más joven más guapa o más delgada, sino porque has sido disciplinada socialmente para decírtelo a ti misma todas las veces que se ha valorado más la delgadez, la belleza o la juventud. Aprendes que delgada es mejor cuando ves en las noticias que la nueva modelo curvy de Victoria´s Secret pesa 55 kilos y mide 1,78, después de que la marca se tomase un descanso desde 2018 para reflexionar, entre otras cuestiones, sobre el asunto de los cánones de belleza. Aprendes a querer ser joven en cada uno de los anuncios que te prometen una piel lisa y perfecta, que sabes no existe, que es producto de una imagen creada digitalmente. Aprendes a que todo esto importa cuando la representación que cada día te encuentras en tu móvil, en Netflix, (o en RTVE, fascinada me tiene que en la serie de las Abogadas Cristina Almeida sea delgada, supongo que si fuera negra la habría interpretado también una actriz blanca) en el telediario o en la influencer a la que copias looks es tan ajena a ti como exitosa socialmente.
Aprendes así que lo que se valida es aquella representación de lo bello, lo delgado, lo agradable, lo joven. Dicho más llanamente, que la vida te irá mejor cuanto más guapa, delgada y joven seas. Difícil afirmar que esto no es así por simplón que suene. Aprendes y llegas a creerte que ser mujer tiene que ver con esto. E inviertes el dinero y el tiempo que te queda después de ser trabajadora, ama de casa, madre, novia, hija y amiga, en tener un cuerpo ideal. Porque has aprendido que cuanto más se parezca al que ves en la pantalla, sea real o no, menos castigo habrá, mejor te irá. Y tienes razón.
Cuando piensas que sí tomarías la sustancia, no lo haces porque pienses que vas a ser más feliz siendo más joven más guapa o más delgada, sino porque has sido disciplinada socialmente para decírtelo a ti misma
Pero siento decirte que esta no es una cuestión que se resuelva con sustancias, por muy efectivas que sean. Es necesario discutir sobre el valor del cuerpo y la imagen de las mujeres. Y no solo es importante para que, por ejemplo, deje de tener más valor social lo joven que lo viejo, sino que es importante para que las mujeres nos podamos emancipar también aquí, y liberarnos de esta otra jornada laboral que, tras la del empleo y la del cuidado, dedicamos a nuestra imagen. Nadie debería valer menos por su cuerpo, pero no podemos obviar ya el hecho de que el valor del cuerpo y la imagen son un asunto social relevantísimo que mueve industrias económicas gigantes como demuestra el desmesurado crecimiento de la farmacéutica Novo Nordisk, creadora de Ozempic, que fue en 2023 la empresa más valiosa de la Bolsa europea en 2023. No es tu cuerpo, querida, es, como siempre, el capitalismo. Tu cuerpo ya es maravilloso. Deja de gastar tiempo y dinero en hacerlo encajar en un canon imposible. La única sustancia que funciona es el feminismo.
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