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La pandemia ha traído durante 2020 una gran pena a muchas familias en todo el mundo, y ha supuesto una verdadera prueba de esfuerzo, tanto para nuestro sistema sanitario como para nuestro Estado social en su conjunto, pero también ha precipitado algunos eventos que los demócratas saludamos con alegría, entre ellos la derrota de Donald Trump.
Su presidencia, una de las pocas de mandato único que se han dado en la historia de los Estados Unidos, ha sido una aventura con tintes distópicos que ha servido, entre otras cosas, para dejar una secuela de pérdida de prestigio para el país norteamericano. En sólo cuatro años la América que dejó Barack Obama ha pasado a ser una superpotencia débil que ha desertado del liderazgo de Occidente. Los Estados Unidos son, hoy por hoy, además, el fiel reflejo de la deriva del capitalismo de estos últimos años en muy variados aspectos.
En las cuestiones que tienen que ver con el mundo laboral, desde las últimas décadas del siglo pasado, la globalización, las deslocalizaciones y la automatización han eliminado decenas de miles de puestos de trabajo, fundamentalmente en Estados del llamado cinturón del óxido (Rust Belt) como Wisconsin, Illinois o Míchigan, y eso ha generado grandes bolsas de damnificados.
Si nos referimos a su sistema sanitario, con el que los propios estadounidenses están muy descontentos, lo que destaca es que es el más caro del mundo. Repartido en las diferentes taifas, Medicaid (seguro médico para personas con pocos recursos), Medicare (para mayores de 65 años) y los seguros controlados por los empresarios, el sistema no incluye a toda la población, a pesar de los esfuerzos de Bill Clinton y Barack Obama en sus respectivos mandatos. El resultado es que la salud de los estadounidenses está entre las peores de los países ricos.
Por si fuera poco, en la escala internacional, Trump ha sido un gran enemigo del multilateralismo. Sus políticas han sido proteccionistas y con gran ensalzamiento del nacionalismo: "América first".
En la política local, lo más preocupante es que a pesar de su desastrosa gestión de la pandemia, el trumpismo domina dentro del partido republicano, y ha sabido armar e impregnar a su electorado con un mensaje antimigracion (el hecho que más horas ha ocupado en las noticias), y con grandes dosis de racismo, que conectan con las querencias clásicas de una parte muy importante de los norteamericanos. En lo inmediato, el futuro político se va a dirimir en Georgia: el 5 de enero se va a celebrar la segunda vuelta para la elección de dos senadores. En este momento los demócratas tienen 48 senadores y los republicanos 50. Si los demócratas consiguen empatar a 50, el empate lo rompería la vicepresidenta Kamala Harris, con lo que Biden podría desarrollar su programa. En caso contrario, los republicanos dispondrán de una importante capacidad de bloqueo. Estaremos espectantes hasta ese día recordando a Ray Charles: Georgia in my mind.
Paralelamente, a este lado del Atlántico, mientras pasamos la segunda ola de la pandemia e intentamos prevenir la tercera, la Unión Europea (UE) está programando una salida de la crisis totalmente diferente a la que organizó la troika en la crisis financiera de 2008. Aunque también aquí aparece la Internacional ultra de los parafascistas Víktor Orbán (Hungría) y Jaroslaw Kaczynski (Polonia), verdaderos troyanos de la antieuropa, que intentaron aprovechar la regla de la unanimidad del Consejo para bloquear los presupuestos y, de paso, impedir que se proyecten al mundo unos objetivos compartidos y unos valores comunes.
En realidad, el presupuesto que ambos quisieron bloquear es la mayor intervención presupuestaria en la historia de la UE: un billón del marco financiero y 750.000 millones del fondo de recuperación, para 2021-2027. Esto sucede mientras el partido Fidesz, de Orbán, está en plena cruzada por la Europa "de los valores cristianos", para recortar los derechos de los homosexuales en Hungría. Esto afecta en sobremanera a nuestro país. No perdemos la oportunidad de insistir en que, como dijo Unai Sordo, secretario general de CCOO, este es el momento de abordar un cambio en el modelo productivo y de limitar nuestra dependencia excesiva del turismo; como en la anterior crisis lo fue de la construcción. Por eso es tan importante que sepamos emplear bien los fondos europeos Next Generation.
Estos son tiempos en los que la cercanía de la vacuna ha generado una doble sensación, por un lado de confianza, pero por el otro de miedo a la posible decepción. No deja de ser más de lo mismo de lo que ya estamos pasando desde el principio de la pandemia: incertidumbre y temor a lo desconocido. El nuevo coronavirus se ha extendido por todo el mundo y la única manera que tenemos de librarnos de él es dando la batalla a un nivel mundial, sin que nadie quede rezagado. La vacuna tendrá que llegar a sitios tan dispares como los barrios más marginales de Gaza, Siria, Venezuela, Senegal o Afganistán; o no habremos conseguido vencer al covid-19. Pero a nadie se le escapa que para hacer frente a ese desafío se necesita financiación. Y hay que recordar que la iniciativa COVAX de la OMS para la distribución de la vacuna en los países con menos recursos, en la que no participa EEUU, pero sí la UE, todavía no tiene los fondos necesarios para hacer que esto sea posible.
La pandemia también ha acelerado el imparable ascenso de China en el concierto internacional. Cómo ha dicho Joschka Fisher en un artículo reciente, el año 2020 ha sido muy exitoso para China: "China primero". Pero no es un país democrático, y ha dado muchas muestras de falta de respeto por los derechos humanos. Esta es una buena oportunidad para el protagonismo de la UE, porque puede ser un interlocutor creíble en esta materia, porque ha demostrado ser un modelo a seguir de respetao los derechos humanos, tanto localmente como en la aldea global.
Es evidente que la victoria de Biden va a traer una mejora en las relaciones entre USA y la UE, pero no podemos esperar que todo el camino que ha iniciado Trump lo va a desandar la nueva administración en un par de pasos. De modo que no lo olvidemos: la nueva guerra fría por el liderazgo tecnológico con China va a continuar, y la UE tendrá que posicionarse en la misma con su propia personalidad y sus propios intereses.
Por eso es el momento de Europa, para convertirse en un factor geopolítico con personalidad propia, porque además de las cuestiones que hemos destacado antes, la UE representa el único polo del mundo basado en los valores democráticos y las reglas. A veces, da la sensación de que la UE está en un estado letárgico, que se opaca para el mundo. En definitiva, se trata de que la UE sea el modelo a seguir de todo el planeta, y el punto de equilibrio necesario que puede compensar la atracción que puede estar representando China para la parte pobre del mundo.
De hecho, a poco que lo observemos, vemos que en plena revolución digital la UE ya está liderando y dando la batalla por una digitalización más humana, que defienda los valores de la democracia, y con un mayor respeto a la protección de datos personales, así como imponiendo sanciones a las GAFA (Google Amazon Facebook Apple) Microsoft y otras grandes empresas tecnológicas. Pero hay que recordar que en esa segunda guerra fría tecnológica y comercial que se empieza a librar entre USA y China también tiene un gran protagonismo la inteligencia artificial, y ahí Europa va con retraso.
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Gaspar Llamazares y Miguel Souto Bayarri son médicos y autores, junto a la psicóloga Gema González López, del libro 'Salud: ¿derecho o negocio? Una defensa de la sanidad pública'.
La pandemia ha traído durante 2020 una gran pena a muchas familias en todo el mundo, y ha supuesto una verdadera prueba de esfuerzo, tanto para nuestro sistema sanitario como para nuestro Estado social en su conjunto, pero también ha precipitado algunos eventos que los demócratas saludamos con alegría, entre ellos la derrota de Donald Trump.
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